viernes, 23 de octubre de 2009

El autónomo como trabajador y la necesaria refutación de uno de los mitos marxistas


El pasado día 22 participé, como Presidente del sindicato Unión Nacional de Trabajadores (UNT), en una importante manifestación en Madrid en defensa de los autónomos, de las PYMES y de los impagados (http://sindicatount.blogspot.com/2009/10/exito-de-la-manifestacion-de-autonomos.html). UNT era una de las organizaciones convocantes (junto con ATA y AEPIC), y ello porque en nuestro Sindicato estimamos que esta es una lucha justa. Los nacionalsindicalistas defendemos un sindicalismo no clasista, y por ello entendemos que un autónomo (pequeño comerciante, quiosquero o lo que fuere) es tan trabajador como pueda serlo un obrero o cualquier otro asalariado.

Mi sorpresa ha venido cuando algunos nos han criticado por estar al lado de los "empresarios capitalistas explotadores"... Este discurso clasista es muy típico de los pseudosindicalistas de formación marxista, y es que es clásica la identificación que desde el marxismo se hacía entre los no asalariados y la mentalidad burguesa. La idea, sencilla y muy bien analizada por León Trotsky (la lectura en su día de su libro "La Revolución Permanente" reconozco que me resultó muy reveladora a la hora de comprender conceptos tan curiosos como el de "dictadura democrática" y tantos otros del imaginario marxista), consiste en despreciar a todo el que tiene algo que perder (comerciante y campesino principalmente), al entender que precisamente por ello siempre tendrá una mentalidad conservadora y jamás podrá ser un verdadero revolucionario. Supongo que, según esto, ni Marx ni Engels podían ser verdaderos revolucionarios...

Total, que para los marxistas -y sus continuadores actuales más o menos conscientes- al final no se trata de defender a los que realmente trabajan, a quienes con su esfuerzo contribuyen a la creación de riqueza real (que la crean ellos, los trabajadores de toda condición, incluidos los autónomos, no los capitalistas), sino únicamente a los desesperados, a los que como ya no tienen nada que perder sí pueden entregarse en cuerpo y alma a la labor revolucionaria; los que pueden interiorizar bien la "conciencia de clase". Por eso siempre los marxistas han rechazado el verdadero sindicalismo, el cooperativismo y cualquier otra alternativa que, a su juicio, menoscabara la consabida "conciencia de clase".

Y es que en buena medida aquí está la clave del marxismo (y del postmarxismo): el obrero es sólo un instrumento al servicio del proyecto revolucionario. Nada más. Por eso defienden únicamente a los obreros y huyen de los conceptos "trabajador" o "productor".

Yo soy nacionalsindicalista, y por ello no puedo compartir esa mentalidad marxista, materialista y con una concepción instrumental del hombre muy alejada de mi concepto espiritual -católico- del hombre y de la sociedad. Quien produce, quien trabaja, quien con su esfuerzo personal -"con el sudor de su frente"- crea riqueza, es tan trabajador como el que más, ya sea obrero, campesino o autónomo. Es más, incluso aunque sea empresario (otra cosa es que al mismo tiempo sea capitalista, por supuesto), pues también los empresarios trabajan y crean riqueza. ¿O es que acaso los empresarios no trabajan? ¿Emprender un negocio y dirigir una empresa no es otra forma de trabajar?

Y así llegamos al meollo de la cuestión: el Sistema capitalista obliga a todos a la lucha de clases. Es el Sistema el que enfrenta a unos con otros, y así vemos cómo empresarios y autónomos se ven abocados a rentabilizar como sea sus empresas y negocios para poder pagar los intereses usureros de la banca (de ahí su necesaria nacionalización), la enorme cantidad de impuestos a que se les somete (luego derrochados por la casta parasitaria de los políticos -en feliz expresión de Enrique de Diego, con quien en poco más estoy de acuerdo-), los dividendos que deben ofrecer a los accionistas (estos sí que son capitalistas en estado puro: cobran sin trabajar e incluso sin conocer la empresa...), etc. Y es que quienes desde el Nacionalsindicalismo estamos en contra de la lucha de clases no negamos su existencia, e incluso en cierta forma su necesidad en la dinámica del Sistema capitalista, sino que creemos en la necesidad de alcanzar un sistema justo para todos que la haga imposible por acabar con los presupuestos que la hacen existir.

Pero no, yo como Manuel Hedilla no creo que deba haber más título de nobleza que el del trabajo, ni más clase que la de los españoles, y por ello respetaré y defenderé siempre a todos los trabajadores, sean asalariados o no. Y si a alguien no le gusta... ya sabe lo que tiene que hacer.

1 comentario:

  1. Efectivamente, Jorge. Un trabajador autónomo es un trabajador.
    Cabalmente, el trabajador autónomo es el trabajador al que aspira el nacionalsindicalismo. Un trabajador no asalariado. Un trabajador libre.
    Trabajador no asalariado, no dependiente sino creador y titular del beneficio que su propio trabajo genera y que gestiona su propia actividad.
    Así, la empresa que propugnamos no es otra cosa que la asociación (unión en condición de socios) de trabajadores autónomos.
    Tienes razón también, Jorge, en cuanto al origen de los prejuicios contra estos trabajadores. No es otro, como afirmas, que el endeudamiento del pensamiento “de izquierdas” a la mitología marxista.
    Y es que no hay nada como leer a sus creadores para comprender la verdadera naturaleza del marxismo.
    Me sirve en esto el argumento utilizado en el comentario que recientemente he colgado en mi blog (http://loquepienso-deolavide.blogspot.com/) sobre Falange y antiimperialismo.
    En palabras de Marx y Engels: “El comunismo no es para nosotros ni un estado que deba ser creado, ni un ideal al que deba acomodarse la realidad. Llamamos comunismo al movimiento real que acaba con el estado actual”.
    “En realidad (concluyen Marx y Engels) para el materialista práctico, es decir, para el comunista, se trata de cambiar el mundo existente, de atacar y de transformar el estado de cosas con que se ha encontrado”.
    No se pretende, queda claro de lo anterior, construir nada sino destruir el estado de cosas vigente.
    Tal cosa (la destrucción del capitalismo) no sólo no nos inquieta a los falangistas, sino que lo propugnamos como justo y necesario.
    Pero ocurre que, desde el marxismo y por su propia naturaleza, tal destrucción arrastraría inevitablemente los valores espirituales, morales y sociales que los falangistas afirmamos como superiores y característicos, no sólo de nuestra civilización y de nuestra Patria, sino de la misma condición de persona.
    Esto es así, por cuanto siendo (para el marxismo) el modo de producción consecuencia inevitable del estado real de las fuerzas productivas en cada momento histórico, su transformación sólo responderá al cambio efectivo de tales fuerzas productivas, ajenas estas a la voluntad humana. Queda, en consecuencia, limitada la acción política al objetivo de acelerar el proceso de transformación del modo de producción, agudizando sus contradicciones internas mediante la activación de la lucha de clases que reclama, no sólo la destrucción del Estado que administra la violencia de un derecho que sirve como instrumento de domino de una clase sobre otra, sino la destrucción del conjunto de creencias y valores que conforman la “ideología” propia del modo de producción capitalista que, para el marxismo, actúa a modo de conciencia justificativa, legitimadora.
    La destrucción de este conjunto de valores y creencias que conforman para los marxistas la “ideología” del modo de producción capitalista es el objeto mismo (el único objeto en realidad) de toda acción política del marxismo, es decir, del comunismo.
    Estos valores y creencias a destruir para acelerar la crisis del capitalismo son todos aquellos que “distraigan” la conciencia social del dogma de la praxis materialista histórica en torno a la noción central de producción.
    La Patria, la religión, la filosofía, la familia, el mismo concepto del hombre como ser trascendente, por cuanto “distraen” la conciencia social de aquel paradigma materialista; deben ser, para el marxismo, destruidos.
    Es, en definitiva, la “nueva invasión de los bárbaros” que denunciara José Antonio.
    El trabajador autónomo, su simple existencia, es un elemento contradictorio de su mito materialista. Una contradicción que, para cualquier “materialista práctico”, debe ser destruida.
    Esto, sin embargo, no debe hacernos cerrar los ojos a la realidad de la mixtificación de la figura del autónomo que, mutado en empresario, establece sus relaciones con otros trabajadores bajo los principios del sistema capitalista. Pero en este caso, no hablamos ya de trabajador autónomo sino de pequeño empresario capitalista.
    Un saludo.

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