domingo, 29 de marzo de 2009

Sí, soy “lefebvrista”. ¿Y qué?


Vaya por delante que yo nunca he entendido qué es eso de ser “lefebvrista”. ¿Acaso Monseñor Lefebvre fundó alguna religión nueva o propugnó alguna herejía? ¿Alguna nueva ideología tal vez? Que yo sepa ese Obispo se limitó a defender la doctrina y la liturgia tradicionales de la Iglesia para garantizar la continuidad del sacerdocio católico y de la Fe, y aunque eso supuso la oposición de los sectores eclesiásticos más “progresistas” (i.e. modernistas), lo cierto es que él no aportó absolutamente nada en cuestiones teológicas o ideológicas de ningún tipo. Es por eso que no entiendo muy bien qué quiere decir eso de ser “lefebvrista”. Admiro la valentía y la firmeza de ese gran Obispo en la defensa de la Fe católica y de la liturgia tradicional, sí, pero ¿es eso ser “lefebvrista”? Bueno, pues si es eso, vale, lo admito, soy “lefebvrista” (lejos de mí pretender marcar distancias con Ms. Lefebvre, que conste). ¿Y qué pasa? ¿Es algo malo acaso? ¿Supone eso ser peor persona? ¿Le invalida a uno para ejercer algún tipo de profesión o cargo?

Pues bien, cuando uno tiene unas convicciones –sean las que fueren-, tiene que asumir que sus enemigos intenten atacarle por ahí. Los rivales siempre critican las cosas que uno hace o propone por sus resultados o expectativas, ofreciendo alternativas que consideran mejores; el rival es honesto y va de frente, no interesándole las cuestiones personales o las creencias del otro (salvo en lo que puedan afectar en algo a la materia que sí importa). El enemigo en cambio no está interesado en la crítica constructiva, sino sólo en hacer daño, y si puede dar un golpe bajo, no cabe duda de que lo dará. Por eso la coquilla se hace imprescindible cuando uno tiene un enemigo de estos enfrente. Y es que el enemigo muchas veces ni siquiera se busca; en ocasiones simplemente aparece, y lo que busca en uno es descargar sus frustraciones y complejos personales (y es que el enemigo no buscado –no así el rival- siempre suele serlo por culpa de esos complejos -de inferioridad, físicos, etc.- y esas frustraciones). La vida es así, qué le vamos a hacer.

Pues bien, para quienes somos etiquetados –artificialmente, lo repito y no precisamente por vergüenza- como “lefebvristas”, el que se arremeta contra nosotros precisamente a causa de nuestra fe (católica y nada más; católica tradicional si se quiere, aunque eso sea necesariamente una redundancia) es algo ante lo que debemos estar preparados. Los católicos estamos acostumbrados a persecuciones mucho más serias que esa a lo largo de la Historia, incluso al martirio por dar testimonio de la fe, y por ello la simple acusación de “lefebvrista” resulta tan poca cosa que uno no puede sino sonreír… Yo no me siento ofendido, sino más bien todo lo contrario (para mí ser lo que ellos llaman “lefebvrista” es, si acaso, un honor), pero lo más curioso es que esa acusación el enemigo supone que uno debería interpretarla como ofensiva; como si uno debiera sentirse atacado en su dignidad o no sé muy bien en qué… ¡Es como si uno debiera considerarse insultado!

En la acusación de “lefebvrista” pretende el enemigo situarle a uno en una postura radical, integrista, herética, sectaria, antipapal, inquisitorial, intolerante, fanática, “carca”, arrogante, antipática incluso. No sé muy bien obedeciendo a qué lógica –bastante irracional e ignorante por otra parte-, el enemigo pretende con esa acusación dar una imagen de uno que normalmente tiene bastante poco que ver con la realidad, aunque claro, tampoco se trata de ser veraz. Y es que uno puede ser más o menos simpático, agradable, radical o lo que sea, pero por ser esa su personalidad, no porque sea “lefebvrista” o deje de serlo. ¿Qué tiene que ver la velocidad con el tocino?

Uno puede ser ateo o agnóstico, ser un asiduo de la cartomancia o del orientalismo, creer en los extraterrestres o ser de los “hare krisna”; es más, todo eso incluso puede quedar simpático o curioso y ser una muestra de tolerancia; ahora ¿ser católico? No; si uno es católico inevitablemente es un integrista (salvo que alegue la coletilla de “no practicante”, que es la modalidad moderna de católico que le permite a uno no ser estigmatizado y ser visto de una manera más tolerante). Bueno, la verdad es que se admite alguna excepción: si uno admira a los “teólogos de la liberación” –sandinistas, por ejemplo-, o frecuenta la pseudoparroquia madrileña de San Carlos Borromeo (esa en la que se consagran –es un decir- rosquillas –turrón por Navidad- y en la que no sólo se leen pasajes de la Santa Biblia, sino también del Corán y de lo que haga falta), entonces sí se le tolera, porque claro, eso siempre resulta progre. Pero ¿admirar a Ms. Lefebvre? ¡¡¡Ahhhh!!! ¡¡¡Sea anatema!!!

Lo siento, soy “políticamente incorrecto”; no soy ateo, ni agnóstico, ni practico el orientalismo; soy eso que impropiamente se denomina, normalmente con ánimo de descalificar, un “lefebvrista”. Y vuelvo a preguntar a los ocasionales acusadores: ¿y qué? ¿Es eso malo? ¿Me inhabilita para algún trabajo o para ejercer algún cargo o función? ¿Supone acaso que mi rendimiento sea menor en alguna de mis labores o que no las pueda realizar adecuadamente? ¿Soy peor que otras personas por ser “lefebvrista”? ¿Acaso se supone que deba sentirme insultado o avergonzado ante tal acusación? ¿Por qué nadie tiene que ofenderse o ser inhabilitado por ser agnóstico, ateo o cualquier otra cosa, y en cambio sí parece que deba ser problemático el ser “lefebvrista”?

He de reconocer que a lo largo de mi vida profesional, política, sindical, etc., nunca he tenido problema alguno –digno de tal nombre- por ese motivo. Algún problema sí es verdad que ha intentado buscarme alguna persona empeñada en hacerme daño –obviamente sin resultado, ya que la cosa no da para mucho-, pero por más que intento darle vueltas a la acusación, sigo sin entender su fundamento…

Y el caso es que los católicos no tenemos más remedio que acostumbrarnos a estas cosas y a otras mucho peores. Y si se es “lefebvrista”, aún con más razón. ¡¡¡Y luego hablan de la Inquisición!!!

viernes, 27 de marzo de 2009

¿Qué tendrá El Escorial?


Algo debe tener El Escorial que desde tiempo inmemorial ha estado relacionado con lo tenebroso y oscuro, con fuerzas extrañas y conspiraciones de todo tipo. Claro, que aquéllos eran otros tiempos y los personajes involucrados en todas esas historias solían tener una cierta categoría. Serían malos, perversos incluso, pero al menos no solían ser simples aficionados. Es más, incluso los protagonistas del “famoseo” de entonces y sus defensores tenían cierto caché, no como los famosetes de tres al cuarto de nuestros días –su caché es meramente monetario- y sus leguleyos de pacotilla (esos que cuando alguna de las fulanas de nuestra telebasura actual acusa a otra de acostarse con su “amigo” sale presuroso a prepararle la oportuna demanda; cosas de la caballerosidad moderna supongo: “señorita –o señorito, que ahora enseguida te acusan de machista, y a fin de cuentas señoritos haberlos haylos-, si tiene usted un problema con alguien no se preocupe, que yo me ofrezco gentilmente a ayudarla y le preparo una demanda que vamos…”). Son siempre demandas de risa, claro, pero ¿a que queda bien eso de demandar? ¿Qué sería de ellos si no pudieran incluir en su currículo el haber puesto unas cuantas de esas cutre-demandas? Es que eso siempre da cierta categoría, ya se sabe. Cutre, pero categoría a fin de cuentas.

Bueno, el caso es que de una de esas extrañas conjuras urdidas en El Escorial (¿qué culpa tendrán los pobres escurialenses de que a esa gente históricamente le guste ubicarse allí?) ha salido una magnífica película dirigida magistralmente por Antonio del Real. Sí, sí, ese que decidió darse de baja junto a algunos otros notables del cine español –directores y productores- de la Academia del Cine cuando su politización con el “no a la guerra” (y que conste que yo tampoco estaba a favor de nuestra intervención en Iraq, aunque no por los mismos motivos que la progresía).

No les voy a contar la película a los lectores de este humilde blog, pues acaba de salir en dvd y es una buena oportunidad de comprarla, verla una o varias veces, reflexionar sobre el buen cine español –esta película demuestra que no todo es bazofia, como más de uno piensa no sin cierta base-, apoyar a un buen director y, ya que estamos, reflexionar acerca de las conjuras, contubernios y conspiraciones que tantas veces se gestaron en El Escorial… ¿Qué tendrá El Escorial?

Eso sí, en épocas pretéritas cada personaje solía tener claro cuál era su historia, y por eso me sorprende ver a Hernández (¿o será Fernández?) en el cartel de una película que nada tiene que ver con las historias de Tintín… Y el caso es que está (sí, sí, fíjese el lector). Todos sabemos que Hernández no tenía el papel más lucido en las historias de Tintín (Fernández tampoco), aunque al menos sí era en cierta forma simpático, pero de ahí a complicarse la vida en historias protagonizadas por gente de tan mal vivir… Chico, quién te ha visto y quién te ve. Hay que cuidar esa bilis, que luego pasa lo que pasa.

¡¡¡Qué sorpresas da la vida, oiga!!!

De todas formas la Historia enseña que Dios es justo y que los conjurados nunca se salen con la suya. Los Antonio Pérez y las princesas de Évoli siempre salen malparados en estas historias, y aunque a Felipe II le ocasionaron algún contratiempo –justo cuando más debía centrarse en los problemas de la España imperial, pero es que los traidores ya se sabe que nunca piensan en esas cosas; bastante tienen con pensar en sí mismos-, lo cierto es que tampoco necesitó demasiado esfuerzo para ponerles en su sitio. Antonio Pérez –y todos los traidores que se precien no pueden evitar imitar al maestro- logró huir aprovechando el respeto del Rey a las normas que regían la institución del Justicia de Aragón, y tras echarse en brazos de los seculares enemigos de su Patria, fue el principal responsable de la creación de la “Leyenda Negra” que, aunque falsa, tanto daño sigue haciendo aún hoy a la imagen de España. Y aunque Antonio Pérez pueda ser el paradigma del traidor, que aunque siempre pierde no puede dejar de intentar morir matando, lo cierto es que no fue ni el primero ni el último. ¡Cuántos imitadores le han salido después!

Lo siento si le he chafado la película a alguien, pero es que así son siempre las cosas: quien se arrima demasiado al fuego lo tiene difícil para no salir chamuscado, y por eso luego reacciona como reacciona.

Así es la vida…

jueves, 26 de marzo de 2009

Reivindicación de un cineasta genial


Hace unos días un amigo me enseñó una joya del cine español que hacía años que quería ver, “Los peces rojos”, rodada en 1954 por ese genio del cine español –y además falangista, con lo cual lo tiene todo- que se llamó José Antonio Nieves Conde y a quien tuve el enorme privilegio de conocer tres años antes de su muerte en 2006.

Dado que en su día publiqué un artículo en el número 81 de la revista “No Importa”, creo oportuno reproducirlo íntegramente, aunque no sin antes decir una cosa: “Los peces rojos” es una obra maestra del cine negro, una película de intriga que nada tiene que envidiar al mejor Alfred Hitchcock y que debería ser rescatada del olvido. ¿Cómo es posible que un director como Nieves Conde sea tan desconocido y sea tan difícil ver sus películas?

Supongo que ser católico –casi todas sus películas exaltan los valores tradicionales y religiosos, aunque siempre de una forma suave y sutil, sin histrionismos- y ser falangista tendrá algo que ver…

Aún recuerdo cuando en 2003 le conocí, en el Centro Cultural de Colón, con ocasión de una proyección especial de “Surcos” con un debate posterior al que asistió, además de él, también una de sus protagonistas, María Asquerino, quien hizo una loa a Nieves Conde y su condición de falangista de verdad que dejó al auditorio de piedra (y a mí el primero). Se levantó y tomó la palabra “para hacer un homenaje a aquéllos honestos falangistas que, como Nieves Conde, tanto hicieron en España y a quienes hoy no se les reconoce ninguno de sus méritos; porque mientras en el resto del mundo era la izquierda la que hacía películas sociales, en España fueron los falangistas los que en todos los ámbitos, incluido el cine, hicieron esa labor social; y ese mérito ya es hora de que se les empiece a reconocer”. Sí, sí, María Asquerino dixit, aunque su conocida militancia izquierdista pueda hacer difícil creer que de su boca pudieran salir esas palabras. Yo las oí perfectamente y así las trascribí en el diario que entonces llevaba bien al día, y aunque aquí no las haya reproducido escrupulosamente tal y como las pronunció –las cito de memoria-, doy fe de que fueron esencialmente esas y de que consiguió poner en pie a todos los presentes, quienes nos pusimos a aplaudir con unas ganas que sólo podían salir del alma…

En fin, les dejo con mi semblanza de Nieves Conde tras su muerte en 2006:


José Antonio Nieves Conde, un revolucionario del cine español

El pasado 14 de septiembre falleció en Madrid, a los 94 años de edad, José Antonio Nieves Conde, uno de los directores de cine más importantes que ha habido en España y camisa vieja de Falange Española de las JONS.

Nacido en Segovia el 22 de diciembre de 1911, estudiaba Derecho en Madrid cuando conoció el Nacionalsindicalismo, una ideología que satisfacía plenamente sus dos inquietudes fundamentales: el ansia de justicia social y el patriotismo. El estallido de la Guerra Civil le impidió terminar sus estudios, marchando al frente como voluntario en las milicias de FE de las JONS y terminando la contienda como Alférez provisional.

Nieves Conde vivió como una auténtica tragedia el Decreto de Unificación de 1937 por el cual el General Franco acababa con la independencia política de la Falange y diluía a ésta en un conglomerado políticamente amorfo bajo su mando personal, FET y de las JONS, donde cabían, cual cajón de sastre, todos los grupos políticos que apoyaron el Alzamiento Nacional, desde la revolucionaria Falange hasta la derecha más rancia y antisocial, pasando por los monárquicos tradicionalistas. Nieves Conde, que había apostado decididamente por apoyar a Manuel Hedilla como sucesor de José Antonio Primo de Rivera en la Jefatura Nacional de la Falange durante los tristes sucesos de Salamanca que antecedieron al citado Decreto, se sintió profundamente defraudado y decidió alejarse políticamente de un régimen que para él no podía ser considerado falangista de ninguna manera. Los avatares posteriores no hicieron sino confirmar que, efectivamente, Franco no tenía la menor intención de hacer la Revolución Nacionalsindicalista, y Nieves Conde optó primero por cumplir con sus obligaciones militares hasta que finalizara la guerra, pues a pesar de todo sería mucho peor aún perderla, y después por dedicarse a su gran pasión: el cine.

Terminada la guerra volvió a Segovia y trabajó en prensa y radio, regresando poco tiempo después a Madrid para trabajar como crítico cinematográfico en el diario “Pueblo” y ejercer como redactor de la revista de cine “Primer Plano” entre 1939 y 1942.

Ya en 1941 trabajó como ayudante de dirección de su amigo Rafael Gil, repitiendo en otras cuatro ocasiones hasta 1946, año en que se decide a dirigir la que sería su primera película, la policíaca “Senda ignorada”. A ella le siguen otras dos interesantes producciones, “Angustia” (1947) y “Llegada de noche” (1948), aunque su gran éxito comercial llegaría en 1950 con “Balarrasa”, protagonizada por Fernando Fernán Gómez y con guión de Vicente Escrivá.

Aunque dirigió cerca de treinta películas, la que sin duda ha pasado a la historia del cine español por méritos propios es “Surcos” (1950), una obra maestra que revolucionó el cine nacional rompiendo con los esquemas argumentales tradicionales y con las interpretaciones y diálogos teatrales e incluso forzados que caracterizaron hasta entonces nuestro cine. Se puede decir incluso, sin ser ello ninguna exageración, que hay un antes y un después de “Surcos” en el cine español. Con argumento de Eugenio Montes y guión de Gonzalo Torrente Ballester, ambos también falangistas, “Surcos” es una encendida crítica social del capitalismo y de la sociedad económicamente injusta y desarraigada que éste genera, desarbolando a la familia de sus valores tradicionales, religiosos, de autoridad paterna e incluso de moralidad. Se trata de una película que debe incardinarse dentro de la corriente del neorrealismo, algo entonces popular en Italia, pero inédito en España, lo que explica el impacto que generó en su momento.

Pese a ser una encendida reivindicación de la sociedad y de los valores tradicionales, inexplicablemente el censor eclesiástico movió todas sus influencias para prohibir su exhibición argumentando que se trababa de una película “gravemente inmoral y sin arreglo posible”… José María García Escudero, a la sazón Director General de Cinematografía, hizo todo lo humanamente posible para no permitir semejante barbaridad, y aunque no pudo evitar la eliminación de las escenas finales más dramáticas, al menos logró mantener el crédito sindical para la producción y que fuera considerada “de interés nacional” frente a la otra que aspiraba a tal distinción, “Alba de América”, de Juan de Orduña. El empeño le costó a García Escudero el puesto, pero a cambio logró salvar para la historia una de las mejores películas españolas de todos los tiempos.

Menos suerte corrió “El inquilino” (1958), película que, a decir de quienes han logrado ver la versión original, superaba en calidad cinematográfica a “Surcos”, que ya de por sí era difícil de superar. Nieves Conde empeñó incluso su dinero personal, fundamentalmente ganado gracias a “Balarrasa”, en producir la que debería haber sido su obra maestra, pero la crítica al siempre actual problema de la vivienda supuso que el régimen no le permitiera mantenerla en la cartelera sin someterla previamente a tremendas mutilaciones. Años después lograría estrenarla, aunque con un resultado muy alejado de su proyecto inicial. Al parecer, según informaciones procedentes del propio Nieves Conde, hace unos años, cuando ya era impensable que pudiera ser recuperada, apareció una copia de aquella versión original, copia que esperemos que, debidamente restaurada, pueda ser visionada algún día. Algo muy parecido sucedió con la película del falangista Carlos Arévalo “Rojo y negro” (1942), incomprensiblemente prohibida y destruida por el régimen, aunque afortunadamente recuperada en 1994 y restaurada por la Filmoteca Española para la historia del cine en general y del falangista en particular.

Arruinado a causa de “El inquilino”, Nieves Conde se vio abocado a trabajar desde entonces por encargo para poder mantener a su familia, pese a lo cual siempre intenta introducir algún elemento social y salvar en lo posible la calidad de guiones y argumentos muy flojos en unos casos, e incluso verdaderamente imposibles en otros. Pero como la censura le persiguió implacablemente hasta el final, cuando en 1975 vuelve a introducir el elemento político en “Casa manchada”, con Stephen Boyd encarnando a un falangista secuestrado por los maquis, se encuentra con una nueva prohibición, no pudiendo estrenarla hasta años más tarde, ya en plena transición. La cerrazón del régimen no le dio tregua ni en 1975…

Entre sus numerosas películas también merecen ser recordadas “Rebeldía” (1952), “Los peces rojos” (1954) y “Todos somos necesarios” (1956), toda una muestra de su profundo humanismo cristiano, igual que “Don Lucio y el hermano Pío” (1960).

Nieves Conde fue uno de esos falangistas de verdad que, precisamente por serlo, se desencantó con un régimen que demostró no ser el suyo y que, además, lo maltrató de forma inmisericorde. Y precisamente por ser falangista se encontró también después con el rechazo y el olvido de un mundo del cine que le jubiló prematuramente en 1976, y que sólo en los últimos años del pasado siglo comenzó tímidamente a reconocer su auténtica valía y sus grandes aportaciones, aunque sin duda no con la intensidad que merecía.

Para él todo hubiera podido ser muy fácil simplemente con ser un poco más complaciente con los gobernantes de turno, tal y como hicieron otros, pero él no era así. No lo fue durante el régimen de Franco y mucho menos estaba dispuesto a serlo después. Él prefirió mantener su dignidad hasta el final, y hasta en eso demostró ser un falangista íntegro. Por eso para nosotros José Antonio Nieves Conde seguirá estando siempre ¡presente!

miércoles, 25 de marzo de 2009

Una oración y un cuadro: el clasicismo religioso en pleno siglo XX



Hoy he querido compartir con los lectores de este blog dos ejemplos de arte clásico religioso de primer nivel en pleno siglo XX: un cuadro y un soneto.

Posiblemente el cuadro más famoso y difundido del excéntrico y genial pintor Salvador Dalí (quien tenía en su casa de Figueras un retrato de José Antonio Primo de Rivera presidiendo el salón, cuadro retirado ilegalmente por los actuales gestores de la Fundación Dalí que están a cargo de ella y que tenían la obligación legal de mantener la casa exactamente igual a como la tenía el pintor) sea “El Cristo de San Juan de la Cruz”, pintado en 1951.

Pertenece a su época mística-clásica que comenzó en los años 40 del pasado siglo XX y que dio lugar a pinturas magníficas, con un domino absoluto del dibujo, muy trabajadas y con composiciones espléndidas. El -a mi juicio- sobrevalorado Picasso comentó en esta época de Dalí que era "el último pintor renacentista que le queda al mundo”. Por una vez, y sin que sirva de precedente, comparto plenamente la reflexión de Picasso.

Curiosamente la llamativa posición del Cristo no es idea original del pintor, sino que al parecer se basó en un cuadro conservado en el Monasterio de la Encarnación de Ávila realizado por San Juan de la Cruz (de ahí el título de la obra). Además del Cristo crucificado, incluye un paisaje de Port-Lligat tan dibujado y estudiado anteriormente, y un espacio casi infinito. El Cristo en sí esta incluido en una perspectiva basada en la Ley renacentista de la Divina Proporción. Esta situación, la eliminación de cualquier elemento dramático -sangre, heridas, dolor-, y la plasmación de la serenidad, hace que el Cristo proyecte su presencia sobre toda la tierra.

La oración que reproduzco a continuación, que merece estar entre las grandes poesías místicas de todos los tiempos, se debe a la pluma del magnífico escritor Rafael Sánchez Mazas, cofundador de Falange Española, autor de otra magnífica oración en prosa (la “Oración por los muertos de la Falange”) y auténtico forjador del “estilo falangista” (al que algunos ignorantes de empeñan en tratar de negar su sentido esencialmente católico; empeño vano por ridículo y carente de todo fundamento, pero ya se sabe que la ignorancia es atrevida…), y se la dedicó a Miguel de Unamuno (quien debía andar bastante necesitado espiritualmente tras publicar su novela “San Manuel, bueno, mártir”):

Delante de la Cruz, los ojos míos,
quédenseme, Señor, así mirando
y, sin ellos quererlo, estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.

Y estos labios, que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.

Y así, con la mirada en Vos prendida,
y así, con la palabra prisionera,
como la carne a vuestra cruz asida,

quédeseme, Señor, el alma entera,
y así clavada en vuestra cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis, me muera.

martes, 24 de marzo de 2009

Madrugadores y otras hierbas "azules"


En la vida siempre ha habido gente honesta y gente deshonesta, gente trabajadora y verdaderos holgazanes, etc. En la Falange también, como es lógico.

En todas partes hay gente estupenda y gente miserable, personas que trabajan abnegadamente y otras que se permiten el lujo de pasarse 15 ó 20 años de “vacaciones” para volver luego como si tal cosa y encima con ganas de darle lecciones a los demás… El Secretario General de FE-JONS, Norberto Pico, expuso magistralmente el pasado 7 de marzo en Valladolid estas y otras muchas cosas interesantes en su magnífico discurso.

Yo, que no tengo que adularle –de hecho detesto la adulación-, no puedo dejar de reconocer que su militancia política ha sido siempre ininterrumpida, y que en su haber está el lograr una unión real y efectiva entre el grupo falangista que él dirigía –FEI- y la histórica FE-JONS. Él sí está autorizado moralmente a hablar de unidad falangista (lo demuestra con hechos, no con palabras vacías) y de militancia política.

Otros cuando regresan de sus largas vacaciones (nunca arriesgan sus trabajos -en ocasiones incluso notoriamente inmorales, no faltando incluso quienes se han dedicado a comprar y corromper sindicalistas en sus empresas; dando ejemplo, vamos- o su posición, y sólo vuelven cuando ya se sienten seguros de poder satisfacer su vanidad; cosas del ego...) se permiten pontificar con una autoridad que nadie sabe de dónde les viene, e incluso algunos se permiten el lujo de apelar a la “unidad” cuando a lo largo de su vida sólo han protagonizado escisiones; y eso por no hablar de los que proponen supuestas “renovaciones” y estrategias novedosas (en ocasiones simplemente extravagantes) desde lo más oscuro del extremismo más impresentable que uno pueda imaginarse… Vivir para ver...

La mayor parte de todos estos curiosos especimenes tienen en los últimos tiempos una especie de fijación obsesiva contra FE-JONS cuya explicación debería buscarse más en el campo de la psiquiatría que en el de la política. Ellos se montan solitos su “película” y lo más curioso… ¡¡¡es que se la creen!!!

Unos buscan desestabilizar –aunque seguirán estrellándose contra la misma pared de siempre, pese a sus intrigas y conspiraciones amateur-, otros pescar en río revuelto –no faltando quien por traición o candidez les dé carrete, aunque se trate de casos contadísimos, pero es que tontos útiles siempre ha habido y habrá en la vida-, y todos con un objetivo común a falta de algo mejor que hacer: madrugar. ¡¡¡Cuánto madrugador anda suelto por estos lares!!! ¡¡¡Qué asco!!!

Y aquí es donde me vienen a la cabeza unas palabras de José Antonio Primo de Rivera que, como siempre, incluso en este contexto y respecto a estos personajillos (que en realidad me producen una lástima enorme y a quienes no puedo dejar de tener en mis oraciones, porque lo necesitan y mucho) vienen como anillo al dedo. Decía Jose Antonio:


Vamos a ver si nos enteramos:

Entre la turbia, vieja, caduca, despreciable política española, hay un tipo que se suele dar con bastante frecuencia: el del "madrugador". Este tipo procura llegar cuando las brevas están en sazón –las brevas cultivadas con el esfuerzo y el sacrificio de otros– y cosecharlas bonitamente.

Nunca veréis al "madrugador" en los días difíciles. Jamás se arriesgará a pisar el umbral de su Patria en tiempos de persecución sin una inmunidad parlamentaria que le escude. Jamás saldrá a la calle con menos de tres o cuatro policías a su zaga. Su cuerpo no conocerá las cárceles ni las privaciones.

Pero –eso sí– si otros a precio de las mejores vidas –¡muertos Paternos de la Falange!– logran hacer respetable una idea o una conducta, entonces el "madrugador" no tendrá escrúpulo en falsificarla. Así, en nuestros días, cuando la Falange a los tres años de esfuerzo recoge los primeros laureles públicos –¡cuán costosamente regados con sangre!–, el "madrugador" saldrá diciendo: "¡Pero si lo que piensa la Falange es lo que yo pienso! ¡Si yo también quiero un Estado corporativo y totalitario! Incluso no tengo inconveniente en proclamarme "fascista".

Algunos ingenuos camaradas hasta agradecerían esta repentina incorporación. Creerán que la Falange ha adquirido un refuerzo valioso. Pero lo que quiere el "madrugador" es suplantar a nuestro movimiento, aprovechar su auge y su dificultad de propaganda, encaramarse en él y llegar arriba antes de que salgan de la cárcel nuestros presos y de la incomunicación nuestras organizaciones. En una palabra: madrugar.

El "madrugador" no tiene escrúpulos. A codazos se abrirá paso en sus propias filas. Traicionará y tratará de eclipsar a sus jefes (tanto más fáciles de eclipsar cuanto más elegantemente adversos a esa especie de groseros pugilatos). Contraerá en cada instante la voz y el gesto con los que más pueda medrar. Y cultivará sin recato la adulación; en nuestros tiempos –para llamar a las cosas por sus nombres– la adulación a las fuerzas armadas. El "madrugador" siempre cuenta con el Ejército como un escabel más; esta convencido de que unos cuantos jefes militares arriesgarán vida, carrera y honor para servir la ambición hinchada y ridícula de quienes los adulan.

(No Importa, Boletín de los días de persecución, número 3, 20 de junio de 1936)

jueves, 12 de marzo de 2009

Comunicado de Monseñor Fellay ante la carta a los Obispos del Santo Padre


Comunicado del Superior General de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X

El Papa Benedicto XVI ha enviado una carta a los obispos de la Iglesia Católica, con fecha de 10 de marzo de 2009, en la cual les dio a conocer las intenciones que lo guiaron en el importante paso que constituyó el Decreto del 21 de enero de 2009.

Después del reciente “desencadenamiento de una avalancha de protestas”, agradecemos profundamente al Santo Padre por haber puesto el debate en el nivel en el cual debe desarrollarse, el de la fe. Compartimos plenamente su preocupación prioritaria de la predicación “en nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento”.

La Iglesia atraviesa, en efecto, una gran crisis que sólo podrá ser resuelta con un retorno integral a la pureza de la fe. Con San Atanasio, profesamos que “todo el que quiera salvarse debe mantener, ante todo, la fe católica y el que no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna perecerá eternamente” (Símbolo Quicumque).

Lejos de querer detener la Tradición en 1962, deseamos considerar el Concilio Vaticano II y el Magisterio post-conciliar a la luz de esta Tradición que san Vicente de Lérins ha definido como “lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos” (Commonitorium), sin ruptura y en un desarrollo perfectamente homogéneo. Así es como podremos contribuir eficazmente a la evangelización pedida por el Salvador (cfr. Mateo 28, 19-20).

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X asegura a Benedicto XVI su voluntad de abordar los debates doctrinales reconocidos como “necesarios” en el Decreto del 21 de enero, con el deseo de servir a la Verdad revelada que es la primera caridad que debe ser manifestada a todos los hombres, cristianos o no. La Fraternidad le asegura su oración a fin de que su fe no desfallezca y que pueda confirmar a sus hermanos (cf. Lucas 22,32).

Ponemos estas conversaciones doctrinales bajo la protección de Nuestra Señora de la Confianza, con la seguridad de que ella nos obtendrá la gracia de transmitir fielmente lo que hemos recibido, “tradidi quod et accepi” (1Cor 15, 3).

Menzingen, 12 de marzo de 2009

+ Bernard Fellay

Carta de Su Santidad Benedicto XVI a todos los Obispos del mundo sobre la Hermandad Sacerdotal San Pío X


A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA

sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre

Queridos Hermanos en el ministerio episcopal:

La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.

Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.

A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: "Tú… confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.

Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor "hasta el extremo" debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que "tiene quejas contra ti" (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?

Ciertamente, desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.
Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.

Con una especial Bendición Apostólica me confirmo

Vuestro en el Señor

Benedictus PP. XVI

Vaticano, 10 de marzo de 2009.



* COMENTARIOS PERSONALES: 1º Las ordenaciones sacerdotales realizadas por la HSSPX son legítimas por la situación alegada por ella de estado de necesidad de la Iglesia, que basta para ser apreciado con la convicción subjetiva de su existencia; podrían ser consideradas ilícitas (como parece considerar el Papa) por ser contrarias a la ley de la Iglesia (Código de Derecho Canónico), pero tampoco sería del todo correcto eso si se deduce que del estado de necesidad se deriva la jurisdicción de suplencia, lo cual también está previsto así en la ley canónica (en estos casos "la Iglesia suple", lo cual resulta especiamente importante para el caso de los dos sacramentos que podían verse afectados por la ilicitud en caso de darse: la confesión y el matrimonio -los demás se pueden administrar sin problema alguno, incluso en el caso de ilicitud, siempre que haya validez-). Respecto a los demás Sacramentos administrados por miembros de la HSSPX se aplica el mismo criterio: son legítimos, y en aplicación de la jurisdicción de suplencia también serían lícitos. Ante la duda que sustenta el estado de necesidad (que un Sacramento pueda ser inválido, como puede suceder en muchas parroquias ordinarias por defectos de forma, de intención, y en ocasiones hasta de materia), y otro válido (incluso si fuera ilícito), está claro que hay que elegir siempre lo válido.

2º Como muy bien apunta el blog "Glaudium et spes" (http://gladiumetspes.blogspot.com/2009/03/carta-del-santo-padre.html), al que querido matizar en mi primer comentario, un Obispo puede ordenar otros Obispos, y hasta Pío XII no hubo necesidad de contar con la aprobación expresa del Papa para las ordenaciones; fue ante el peligro cismático y herético de la iglesia patriótica china que el Papa impone la medida disciplinar, pero así como todo acto cismático es una desobediencia al Papa, no toda desobediencia al Papa, y en particular en estado de necesidad, es un acto cismático. La HSSPX, por lo tanto, jamás ha estado en situación de cisma.

martes, 10 de marzo de 2009

Peregrinación anual de Pentecostés Chartres-París (del 30 de mayo al 1 de junio)



He colocado al margen los datos principales de la multitudinaria peregrinación que, como todos los años, prepara la HSSPX con ocasión de la fiesta de Pentecostés, este año con el lema "Tras la ruta de San Pablo".






El año pasado acudí a esta peregrinación por primera vez y he de reconocer que, aunque es dura (105 kilómetros en tres días) se trata de una experiencia única, muy espiritual y que cuenta, además, con una organización impresionante. Hay que tener en cuenta que en ella toman parte muchas miles de personas (7.000 el pasado año, lo que supone una logística y unos campamentos de dimensiones gigantescas).
Recuerdo que cuando los peregrinos españoles llegamos a Chartres -en total éramos una treintena- nos alojamos la mayoría en la casa de una familia de... ¡¡¡falangistas franceses!!! Y cuando se enteraron de que yo era falangista la verdad es que se pusieron muy contentos (nuestra habitación estaba decorada con carteles de FE-JONS).

Allí, con una enorme bandera falangista colgando de la fachada de la casa, también me enseñaron un cuadro original de José Antonio -posiblemente de los que más me han gustado- que me pareció de una naturalidad y una serenidad magníficas. Juzgue el lector, pinche la imagen y juzgue...


Vamos, que no me gustaría perderme este año la peregrinación.

lunes, 9 de marzo de 2009

Una mañana con Ceferino Maestú

En mi vida he tenido unas cuantas buenas experiencias como falangista, y la de la mañana de ayer ha sido, sin duda, una de ellas.

No voy a desgranar la entrevista que ayer tuve con Ceferino Maestú, ese gran sindicalista católico -para él las dos cosas van tan unidas que no puedo dejar de identificarme plenamente con él-, porque se publicará en el próximo número del periódico "Patria Sindicalista" (http://www.patriasindicalista.es/) del mes de abril. No la desvelaré aún, no, pero tampoco quiero dejar escapar la oportunidad de expresar el honor que supone para mí contar con su amistad desde que me llamó -y escribió- a finales de 2007 para felicitarme por mi libro, "Manifiesto Sindicalista", y pedirme que quedáramos un día para charlar.

Hoy me precio de contar con la amistad de este verdadero nacionalsindicalista de casi 89 años y que tanto ha hecho en su vida por los demás. Es tan afable y trasmite tanta bondad que es imposible sentirse mal a su lado, pero aún así no puedo evitar que la admiración que siento por él me haga sentir muy pequeño a su lado.
Os recomiendo vivamente a todos sus libros (el de astrofísica que acaba de terminar no me atrevo a recomendarlo simplemente porque reconozco mi ignorancia sobre dicha materia), especialmente su autobiografía, "La vida que viví con los demás".

Es un orgullo para mí poder tratar con el último superviviente de aquél puñado de falangistas valientes, sinceros, generosos y piadosos al que también pertenecieron Narciso Perales, Patricio González de Canales o Carlos Juan Ruiz de la Fuente.

Ellos con su ejemplo dignificaron siempre mucho más el falangismo de lo que otros miserables -que de todo ha habido y habrá siempre en la viña del Señor- hayan podido mancharlo nunca.

Yo, con llegarles a altura de los zapatos, ya casi que me daría por satisfecho...

domingo, 1 de marzo de 2009

El carácter falangista y la importancia de la ética y del estilo frente a los zelotes

El nacimiento de Falange Española fue difícil, muy difícil. Y no sólo por el contexto de violencia política de la España decadente de la II República, violencia que tuvo como primer objetivo precisamente a los falangistas (que no tuvieron más remedio que defenderse, como es lógico). No sólo por eso, sino también por la compleja génesis de su pensamiento nacionalsindicalista, lo que da lugar a una confluencia de diversas inquietudes, actitudes, procedencias, etc. en una ideología de síntesis, como ya expuse en la primera entrada de este blog (http://clamareneldesierto.blogspot.com/2009/01/la-tradicin-y-revolucin-modo-de.html).

No voy a reproducir lo ya expuesto allí, pero sí quiero resaltar que una ideología de síntesis como el Nacionalsindicalismo, inevitablemente tiene seguidores un tanto heterogéneos: personas cuya inquietud principal es la patriótica, la social o sindical, la religiosa, etc. Conozco a falangistas con distintos intereses sociales e inquietudes muy diversas, y eso sin duda se dio desde el primer momento. En la misma época fundacional José Antonio Primo de Rivera tuvo que enfrentarse a escisiones, diferencias ideológicas, etc., y algunas de ellas muy serias. Y todo ello ¡¡¡en poco más de dos años!!!

Entre los falangistas conozco a muchos -la mayoría- de grandes cualidades; personas maravillosas que hacen que todo esfuerzo merezca la pena. También he conocido a algunas -afortunadamente las menos, aunque normalmente suelan ser las que hacen más ruido- cuyos referentes éticos tienen mucho más que ver con el estiércol y el vertedero que con esos grandes ideales que defiende la Falange. Son los mismos que han conseguido malograr durante décadas el proyecto falangista, porque ellos no saben construir, sino sólo criticar, conspirar, malmeter... En fin, que este tipo de personas (que pueden autodenominarse falangistas, sí, pero que no saben nada de ética y estilo falangistas -y no sé cómo se puede ser falangista si se carece de esos referentes-) ha existido siempre. No se trata de recordar Ansaldos y otras hierbas de la época fundacional, pero si al mismísimo José Antonio este tipo de gente no hizo sino crearle problemas, ¿qué no van a hacer sus herederos de hoy con quienes estamos sin duda muy por debajo de la talla del fundador?

Las miserias humanas siempre han despertado en mí sentimientos de compasión, pero también es verdad que no todas son iguales. Entiendo más la debilidad humana del que cae en el vicio de la carne o de la gula que al que cae en la soberbia, la prepotencia, la hipocresía, la falsedad... Con eso sí que no puedo, lo reconozco.

Todos tenemos nuestros fallos y errores, y yo el primero, pero de la misma manera que hacer alguna tontería no le hace a uno necesariamente tonto, tampoco es lo mismo caer en pequeñas miserias humanas que ser sencillamente un verdadero miserable.

Pero claro, cuando uno asume ciertas responsabilidades, debe ser consciente de que los miserables, los zelotes de hoy en día, van a estar ahí y van a tratar de hacer todo el daño que puedan, y frente a ellos sólo cabe la firmeza y el desprecio públicos, aunque la caridad cristiana obligue también a rezar por ellos. Cuando se lucha por la Verdad y la Justicia tiene uno que ser capaz de acorazarse, de blindarse, y así hacerse inmune a esa pobre gente -porque su pobreza moral sólo puede dar lástima- que se acerca a uno con el puñal escondido entre las ropas, como los antiguos zelotes de la Jerusalén del siglo I.

Pero no se trata de algo que suceda únicamente en el "mundo azul", no, sino que es algo consustancial al ser humano; es algo que pasa siempre en todos los colectivos humanos, en todos los grupos, en los trabajos, en las familias incluso. ¿Quién no se ha topado nunca con alguno de estos zelotes?

El zelote cuenta siempre con una aparente ventaja: su oponente no juega con las mismas cartas, y si lo hiciera se volvería tan despreciable como él. De ahí que sea tan importante mantener la serenidad, inmunizarse frente a ellos y responder siempre dentro de la más estricta ética y del más elegante estilo, sin responder a las mentiras, a las calumnias, a las asechanzas de todo tipo, cayendo en el lodazal en que ellos se mueven a diario. Porque no merece la pena retozar junto a los puercos. Nunca, nunca merece la pena, aunque muchas veces el cuerpo nos lo pida...

Y es que al final la Verdad y la Justicia siempre acaban abriéndose paso frente a esta gente, aunque ello normalmente lleve su tiempo. Y por eso no merece la pena buscar atajos que nos desvíen del buen camino. Las asechanzas de los zelotes, sus victorias siempre temporales -jamás triunfan de verdad, aunque en ocasiones lo parezca-, sus intentos de destruir y dividir, a la larga quedan siempre en evidencia.

Tengamos siempre identificados a los zelotes y alejémonos en lo posible de ellos.

Quienes tenemos el honor y la desgracia de ocupar puestos de responsabilidad política (porque quienes piensan que es una suerte simplemente no saben de lo que hablan), podemos equivocarnos. Es más, muchas veces nos equivocamos. Pero lo importante no es tanto eso como el que se intenten hacer las cosas bien y siempre de forma honesta y siguiendo los dictados de nuestra conciencia.

Nunca está de más recordar de vez en cuando palabras de José Antonio, especialmente cuando él mismo reaccionaba ante situaciones similares, hablando de la disciplina, de cómo debe desarrollarse la lucha política y cómo no debe uno hacer seguidismo de sus adversarios -en ocasiones lobos disfrazados de corderos-, etc. Así que, como yo no tengo ni su autoridad moral -porque su autoridad política también se la discutieron en vida los zelotes que le tocó lidiar-, ni tampoco su talento humano, mejor dejar que sea él quien hable:

GUIONES

Disciplina

Los jefes se pueden equivocar, porque son humanos; pero, por la misma razón, pueden equivocarse los llamados a obedecer cuando juzgan que los jefes se equivocan. Con la diferencia de que en este caso, al error personal, tan posible como en el jefe y mucho más probable, se añade el desorden que representa la negativa o la resistencia a obedecer.

Un buen militante de la Falange debe confiar siempre en que los jefes no se equivocan. La jefatura dispone de muchos asesoramientos y pesa muchos datos que no conocen todos. Por eso hay que presumir que los jefes tienen razón, aunque, desde fuera cueste, en algún caso, adivinar sus antecedentes o sus móviles.

Además hay que suponer en los jefes calidades que los hagan dignos de la jefatura. Si no las tuvieran, no estarían en su puesto, ni quienes les siguen hubieran acatado su autoridad. La autoridad de los jefes se acepta de una vez, y de una vez, por razones hondísimas, se rehusa. Lo inadmisible, por anárquico y deprimente, es que cada cual revise a diario su severo voto de disciplina.

El terreno de lucha

Falange Española aceptará y presentará siempre combate en el terreno en que le convenga, no en el terreno que convenga a los adversarios.

Entre los adversarios hay que incluir a los que, fingiendo acucioso afecto, la apremian para que tome las iniciativas que a ellos les parecen mejores.

Murmuración

La vida es milicia. La Falange es milicia. Y una de las primeras renuncias que lo militar exige es la renuncia a la murmuración. Los soldados no murmuran. Los falangistas no murmuran. La murmuración es el desagüe, casi siempre cobarde, de una energía insuficiente para cumplir en silencio con el deber.

Aquellos de los nuestros que no se sientan con fuerzas de espíritu para sobreponerse a la comezón de murmurar, deben constituirse en jueces de honor de sí mismos y expulsarse de la Falange por indignos de pertenecer a ella.

Silencio

Aprendamos cada página y cada línea de la lección de los caídos; esa lección que, para tener todo decoro, se reviste con el supremo derecho del silencio.

El honor de la Falange

El honor de la Falange es el honor de cada uno de nosotros. Guardémonos de contribuir con nuestros actos o con nuestras palabras a que desmerezca en lo más mínimo el honor de la Falange.

(“FE”, núm.3, 18 de enero de1934)