miércoles, 27 de febrero de 2013

Unos apuntes sobre el Personalismo, sus desviaciones y ortodoxias

El concepto de “personalismo” puede entenderse en un sentido estricto o en un sentido más amplio; puede hablarse de un personalismo humanista (antropocéntrico y por ello ajeno a la esencia del pensamiento cristiano), de un personalismo vitalista (que se basa en la ruptura total y el desarraigo del individuo como punto de partida hacia el “superhombre”) o incluso de un personalismo católico (plenamente ortodoxo en la medida en que entiende que el proceso de "personalización" se corresponde con el de perfección cristiana, con la religación del hombre con Dios, etc.).

Y es que no es lo mismo el personalismo de Mounier o el de Nedoncelle, que el “humanismo integral” del Maritain maduro (al que me referiré al final), que el personalismo de Ricoeur, el de Levinas o incluso, ya más cerca de nosotros, el de Zubiri o incluso el del personalismo neotomista –aunque esto sea matizable– del Maritain joven, o el plenamente ortodoxo de nuestro gran y olvidado filósofo Adolfo Muñoz Alonso (su “personalismo teocéntrico”, siempre ortodoxamente católico y tradicional).

A mí me parece un tema realmente interesante y desde luego mucho más complejo de lo que, por necesidades de la brevedad, se muestra en el presente artículo que en absoluto pretende agotar un tema tan amplio y que requeriría de tantas matizaciones más.

Yo precisamente por eso prefiero añadir –o utilizar exclusivamente, según los casos– la etiqueta de “humanismo” a ese personalismo negativo y antropocéntrico (y desde luego mayoritario, algo imposible de negar), mientras que entiendo que el “personalismo” correcto y ortodoxo también existe (aunque sea minoritario) y es el que entiende a la “persona” como un hombre en búsqueda de la perfección de la ley moral precisamente por su religación a Dios, un hombre que si elije el camino correcto se “personaliza” precisamente por usar la verdadera libertad –la orientada al Bien y a la Verdad– para cumplir con su fin último, la salvación de su alma, y que se "despersonaliza" cuando usa mal de su libre albedrío. En este sentido es obvio que el personalismo no aporta nada nuevo a la antropología cristiana, sino únicamente un reenfoque del papel social del hombre y una revalorización de la persona, que no siempre fue correctamente valorada por muchos pensadores cristianos. Aquí el verdadero personalismo se propone mantener el necesario equilibrio –que no igualdad, como es lógico– del papel del hombre en el conjunto de la Creación. Esta distinción entre “humanismo” y “personalismo” no siempre ha sido correctamente señalada, pero a mí me parece esencial para poder avanzar en el terreno de las ideas, ya que sin la utilización de un mismo lenguaje es imposible el entendimiento. Así cuando Adolfo Muñoz Alonso hace su crítica a Maritain desde el personalismo (en su magnífica obra “Persona humana y sociedad”), suscribiendo la crítica de Julio Mienville, comete también este habitual error del lenguaje (particularmente sangrante entre los pensadores tradicionalistas, para los cuales todo es un humanismo, por lo que es necesariamente antropocéntrico). En efecto, Muñoz Alonso critica el antropocentrismo de Maritain al tiempo que se considera a sí mismo un humanista, algo absolutamente incomprensible para quien haga una lectura superficial. Y es que el “humanismo” de Muñoz Alonso no tiene nada que ver con el antropocentrismo humanista, que es lo que representa más bien Maritain (aun sin desligar su pensamiento de Dios, lo cual no deja de ser bastante esquizofrénico, como les pasa a todos los “humanistas cristianos”).

Todo este lío considero que es más nominal que conceptual, y por ello pienso que sería muy conveniente diferenciar nominalmente lo que conceptualmente es diferente (algo en principio obvio, pero que al considerar el “personalismo” y sus críticas resulta que no lo es tanto a tenor de lo que uno lee por ahí). Así estaríamos seguros de que hablamos y criticamos –o suscribimos– lo mismo. Por eso yo siempre procuro reservar la palabra “humanismo” a todo pensamiento antropocéntrico, y “personalismo” a todo pensamiento que rescata el valor de lo humano y el necesario proceso de perfeccionamiento del ser humano dentro de una filosofía teocéntrica (lo cual en el fondo no es nada nuevo, sino cristianismo puro, aunque enfocado desde una visión menos pesimista del hombre de la que han solido tener muchos pensadores y teólogos cristianos).

Respecto del “personalismo” y su ortodoxia o falta de ella respecto a la teología católica, creo que se trata de un tema tradicionalmente simplificado –incluso en obras nada simples– por la mayor parte de los que lo han estudiado, incluidos personalistas y tradicionalistas. Me explico: los segundos suelen hacer críticas generales habitualmente tan simplificadoras como erróneas (por no corresponder exactamente con la realidad –por ejemplo, tratando al personalismo como un todo único, como si por criticar a Maritain ya se diera por hecho que se ha criticado todo el personalismo–, o al menos no en el grado que ellos creen), y los primeros se dedican a la apología y a la defensa de una sistematización del personalismo que busca darle unidad como sistema, lo cual yo creo que es una pretensión muy forzada (hay una serie de puntos comunes entre los pensadores personalistas, por supuesto, pero también muchas divergencias, algunas insuperables entre ellos).

Yo, sin que tampoco crea que se trate de una temeridad, no creo que pueda hablarse de forma unitaria de “personalismo” (aunque pueda convenir utilizar esta expresión por razones puramente prácticas, con la rigidez que todo esquematismo supone), sino que habría que hablar más propiamente de “personalismos” o de “pensadores personalistas”, ya que hay varias corrientes personalistas muy diferentes entre sí, unas muy heterodoxas y otras –las menos– bastante ortodoxas y perfectamente católicas (las que se siguen manteniendo dentro de los esquemas escolásticos y que tuvieron en España quizá a uno de los mejores –y seguro que el más desconocido– de sus representantes: el gran filósofo Adolfo Muñoz Alonso). 

Son personalistas pensadores de corrientes tan diferentes como las siguientes:

A) Charles Renouvier, que fue el primer personalista moderno propiamente dicho (utilizó el término por vez primera en su última obra, publicada en 1903 justamente con ese nombre), y su filosofía (“neocriticismo” kantiano) remite al cartesianismo religioso, buscando en realidad una laicización de su concepción del hombre. Ya en una línea esencialmente idealista, fueron discípulos suyos J. Royce y W.E. Hocking. Obviamente se trata de una corriente poco o nada ortodoxa desde el punto de vista católico.

B) El “personalismo pluralista” (P. Bowne, G.H. Howison, R.T. Flewelling y S. Brightman), que entiende que la realidad es un complejo de personalidades correlacionadas y autónomas que tienen su centro y fundamento en un Dios trascendente y personal, comprometido como ellas en la lucha contra el mal y en modo alguno reducible al absoluto de los idealistas. Su línea es religiosamente más aceptable, pero siempre dentro de una línea más bien modernista.

C) El que es referente por excelencia del personalismo, Enmanuel Mounier (fundador del movimiento “Esprit”) y su “personalismo cristiano comunitarista” o “personalismo comunitario” (influido por corrientes varias, como el sustancialismo –en el que se inscribe el tomismo–, el actualismo –Kant–, el espiritualismo francés –de Biran, Lesenne, etc. –, la Teoría de los valores –Scheler–, el marxismo –con el que quiere compaginar su cristianismo hasta extremos esquizofrénicos– y el existencialismo –Blondel, Marcel–, de la suma de lo cual sale una filosofía que, aunque nominalmente sea cristiana, sustancialmente ha dado un importante giro antropocéntrico, si bien es cierto que no desde un punto de vista individualista), del que yo destaco su interesante “filosofía del compromiso y de la acción”, y Jean Lacroix y su “personalismo transpersonalista y abierto” (que, aunque con algunas diferencias, intenta mantenerse en la línea cristiana general de Mounier).

D) Maurice Nedoncelle y su “personalismo metafísico de la fenomenología de la persona” que pretende mantenerse cristiano, pero que de hecho relega a Dios al papel de “amor perfecto respecto al amor ideal del yo”, con lo cual su cristianismo es aún más discutible que el de los personalistas de “Esprit” y mucho más humanista y antropocéntrico.

E) El “personalismo ontológico” de Luigi Pareyson (maestro de Umberto Eco), que parte de una concepción de la existencia como coincidencia entre “autorrelación y heterorealización” y entre “existencia y trascendencia” (en un sistema de “dialéctica viva y concreta”, buscando un justo medio) y considera esencial la apertura ontológica de la persona (creyendo corregir así el intimismo espiritualista de muchos personalistas, incapaz de acceder a la trascendencia si no es por yuxtaposición ecléctica), de forma que siendo el hombre un ser finito, tiende al infinito en Dios, en quien se encuentra el origen y la aspiración.

F) Paul Ricoeur y su “personalismo hermenéutico” (muy apoyado en la fenomenología), ya bastante alejado del cristianismo y que se fundamenta en gran medida en el existencialismo y en el voluntarismo.

G) Emmanuel Levinas y su “personalismo ético”, que bebe directamente de una concepción de lo trascendente más judía que cristiana (él es de origen judío) y que se desarrolla en base a un subjetivismo muy diferente al usual, pues no se basa en el subjetivismo “del yo”, sino “del otro” (habla incluso de la “concepción teomórfica del otro” como base de la ética: “Dios es el otro”), en la que “el otro” es como tal el fundamento (y no sólo la base de la caridad, que se fundamenta ante todo en el amor a Dios, sin el cual el amor al prójimo nada vale –concepción cristiana–), por lo que se podría calificar como de “antropología heterológica” (del “otro”). De esta subjetividad heterológica deriva él también la responsabilidad (con el otro más que con Dios o con uno mismo). Es decir, se trata de un humanismo puro, sólo que fundamentado en el otro en lugar de en el “yo” (por eso se considera que no es tanto un humanismo como un personalismo, si bien para mí el que el referente sea “el otro” no lo hace menos antropocéntrico, y por ende lo considero también puro humanismo).

H) Xavier Zubiri y su “realidad personal”, un poco difícil de estudiar porque utiliza muchas palabras “inexistentes” que él inventa para denominar sus aportaciones conceptuales; así, por ejemplo, se niega a hablar de “personalidad” para su concepción del hombre, prefiriendo hablar de “personeidad”, ya que para él la persona es una realidad sólo “relativamente absoluta” en la medida en que es capaz de “religarse” con la realidad –lo que implica necesariamente “religarse” con Dios en cuanto realidad suprema–. Su filosofía es católica, pero de una ortodoxia difícil de evaluar, ya que pese a ser bastante aristotélico, no es muy escolástico.

I) Adolfo Muñoz Alonso y su “personalismo teocéntrico”, quien –sin relegar el término, lo cual me parece un error– reniega abiertamente del concepto moderno de humanismo por ser un concepto antropocéntrico (y así no duda en suscribir sustancialmente la crítica de Julio Meinville a Maritain en su excelente libro “Crítica de la concepción de Maritain sobe la persona humana”) y considera que, frente a esa errada deriva del humanismo –que él dice que ya empieza en su mismo origen en el Renacimiento, a lo que yo añado que en su nacimiento estaba ya la intención– “el cristianismo es el verdadero humanismo” por reconocer al hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios, lo cual le sitúa dentro del personalismo más ortodoxamente católico –más agustiniano que tomista– por ser teocéntrico (el hombre “se personaliza” en cuanto se perfecciona, lo que inevitablemente supone perfeccionarse en Dios, siendo con ello mejor persona y cumpliendo con el plan divino aspirando a la Gloria eterna). El error de seguir llamando a eso humanismo, no siendo su concepción antropocéntrica, no supone heterodoxia alguna en su planteamiento.

Adolfo Muñoz Alonso fue siempre el filósofo de referencia de la Falange (mucho más que Eugenio d´Ors y que cualquier otro filósofo, con lo cual las superficiales acusaciones al Nacionalsindicalismo de ser un “orteguismo” me han dejado siempre perplejo, especialmente cuando han provenido de pensadores que tengo por sensatos e instruidos –aunque es verdad que los prejuicios y la falta de comprensión muchas veces no perdonan–; bien es cierto que obras como “Falange y filosofía”, de Salvador de Brocá, han contribuido mucho a esa falta de comprensión), y a su pluma se deben obras tan importantes e interesantes como "Vocación cristocéntrica del universo" (1939), "Andamios para las ideas" (1952), "Persona humana y sociedad" (1955), "Orden religioso y orden político" (1963) y "Un pensador para un pueblo" (1969).

Como se ve, hay muchos personalismos, la mayoría intelectualmente peligrosos o abiertamente heréticos, pero algunos perfectamente ortodoxos (particularmente el de Adolfo Muñoz Alonso, que es al que me siento más apegado intelectualmente, pero que es obviamente muy minoritario y no ha creado escuela). 

Ahora bien, ¿dónde encaja Jacques Maritain? Pues realmente ¡en ninguno de ellos! Su pensamiento osciló entre el tomismo ortodoxo (que para serlo ha de ser necesariamente teocéntrico) y el humanismo (que por definición es antropocéntrico), pero personalista, lo que se dice personalista en sentido estricto, no está nada claro que lo fuera. Al menos no de forma estable. Pasó circunstancialmente por el personalismo, apoyando en cierta manera a Mounier y Esprit, pero es dudoso que se pueda afirmar con seriedad que se quedara en él... No se encajonó en sus esquemas y siguió por libre, oscilando entre el formalismo católico y una realidad filosófica más humanista que personalista (por algo su obra de referencia es “Humanismo integral”, no “personalismo”) –y que en mi opinión se alejaba de la ortodoxia doctrinal, marcada fundamentalmente por la escolástica, como puede verse en el carácter precursor de su idea de “sana laicidad”, tan alejada de la confesionalidad católica tradicional–. Aun así, la persona no es el punto de partida de su análisis ni la categoría fundamental de su filosofía. La persona tiene su fundamento en el ámbito más amplio de una metafísica del ser, por lo que tradicionalmente no se le ha venido considerando como un personalista en el sentido propio del término.

Claro, que si entendemos el personalismo en un sentido más amplio, incluyendo todas las variantes del humanismo moderno, es obvio que hay que incluir a Maritain (igual que a Juan Pablo II, cuyo pensamiento es muy similar). Pero también a Julián Marías (una mezcla entre orteguismo y catolicismo liberal), a Laín Entralgo (influenciado por Ortega y por Zubiri) y a otros muchos.

En fin, habría mucho más que decir y matizar sobre el personalismo, sin duda, pero baste esta primera y elemental aproximación para ofrecer a mis lectores mi visión sobre tan complejo e interesante tema.