lunes, 22 de julio de 2013

Una visión crítica de las últimas generaciones falangistas.

Criticar el trabajo de los demás es siempre muy fácil, pero ¿acaso hemos hecho nosotros algo que merezca la pena, algo que nos dé autoridad moral como para criticar a los demás? Y no sólo eso, sino que además la crítica general siempre es injusta con lo particular, es decir, con esas personas que realmente no se la merecen.
 
Soy consciente de todo ello cuando me pongo delante de mi ordenador dispuesto a plasmar estas reflexiones críticas, con tanto apresuramiento como convicción, pero sin por ello creerme mejor que nadie ni eximirme de responsabilidad alguna, -pues a buen seguro que lo que voy a decir sea aplicable también a mí o a mi generación (lo sé y lo asumo)-, creo oportuno y hasta necesario hacerlas, así que, hechas estas aclaraciones, entro en materia.
 
Yo diría que las distintas generaciones falangistas se podrían dividir aproximadamente en cinco: la fundacional, la de la posguerra, la del franquismo, la de la transición, y la actual, estando ahora en pleno proceso de nacimiento una sexta generación aún difícil de calificar.
 
La generación fundacional tuvo grandes figuras (los fundadores y algunos intelectuales que se sintieron atraídos por aquella Falange primigenia) que destacaron por encima de todos los demás, pero lo cierto es que en general era una generación de falangistas con una formación política necesariamente heterogénea (como es lógico cuando surge una ideología nueva). Vivió una época tan convulsa, tan acelerada y tan difícil que me resulta imposible no ser indulgente con ella. ¡¡¡Bastante hicieron!!! Cierto que el estallido de la guerra civil y el comienzo del franquismo supuso grandes errores por parte de los que quedaron, cierto que al final fue la generación que malogró toda posibilidad de hacer la Revolución Nacionalsindicalista cuando aún era posible; tuvieron la Revolución al alcance de la mano y no fueron capaces de hacerla, pero ¡¡qué fácil es analizar eso desde la distancia cómoda del año 2013!! Lo reconozco: quiero criticar su fracaso, pero comprendiendo las circunstancias históricas que les tocó vivir al final no puedo evitar ser indulgente con ellos.
 
La generación de la posguerra ya nunca tuvo opciones reales de hacer la Revolución. Unos intentaban hacer lo posible desde la legalidad apoyando a Franco (como Arrese y otros), otros actuaban desde la clandestinidad (pocos, mal organizados y sin mucha claridad de ideas) y otros finalmente optaron por una vía crítica, pero sin pasarse... La mayoría, en cambio, prefirió la tranquila placidez del franquismo, aun sin considerarse franquistas (otros -no pocos- sí que se consideraban). Nuevo fracaso político de otra generación falangista, y además sin la excusa de una guerra que obligara a unir esfuerzos con otros en aras de un bien mayor. Algunos hicieron una labor realmente importante en lo que pudieron (algo que no se puede olvidar ni dejar de reconocer), pero lo cierto es que el Nacionalsindicalismo siguió sin conseguir hacer la Revolución, y a eso a la postre se le llama fracaso.
 
La generación de la transición es probablemente la que más rencor me suscita. Con la excusa de romper con el franquismo -algo en principio loable- se produjo una ruptura generacional de gravísimas consecuencias. Es posible que esa ruptura fuera necesaria -de hecho lo creo-, pues si los falangistas representábamos algo distinto al franquismo, con mayor razón hablar de franquismo después de Franco era simplemente no vivir en el mundo real. No es esa la ruptura generacional que me suscita mayor crítica, sino la que esa generación provocó en la línea de continuidad entre la generación que la precedió y la que la siguió. Es decir, los falangistas de la siguiente generación -la mía, la actual- nos encontramos -es un decir- con una generación llena de complejos, obsesionada con sus odios ancestrales, alejada de las necesidades del momento -por más que aparentaran lo contrario- y que fue incapaz de afrontar la Transición con una mínima visión política. Simplemente pasó el tren delante de ellos y ni se enteraron. Eso sí, a la hora de contar sus "batallitas" de la Transición -que, por otro lado, están a años luz de las verdaderas batallas que libraron las generaciones anteriores- la nostalgia que le achacan a sus mayores afloraba -y aflora- en ellos con tanta o más intensidad... Eso sí, con nostalgia de lo suyo, claro. ¡¡Faltaría más!!
 
Pero pese a ello, no es esa la principal crítica que me merece esa generación de los falangistas de la Transición. No son sus complejos antifranquistas lo peor (una cosa es no ser franquista -como es mi caso- y otra ser un acomplejado antifranquista). No lo es tampoco su rebelión -en gran medida justificada- contra sus mayores. Ni su nostalgia setentera u ochentera (por cierto, bastante "cutre" en comparación con las nostalgias de las generaciones que les antecedieron). No, nada de eso es lo que me parece más criticable. Lo realmente grave, lo que de verdad no le perdono a esa generación de falangistas es que abandonaron la lucha. Sí, tras un período más o menos corto de militancia frenética -normalmente coincidente con su época de mayor ebullición hormonal- abandonaron la lucha, algo que nunca se le pudo achacar a las generaciones anteriores (que se equivocaron y mucho, pero sin abandonar). Y así los falangistas de mi generación nos encontramos con que ellos no estaban, con que no había quien nos formara, quien nos dirigiera, quien nos reprendiera... Nada. Nos dejaron huérfanos. Eso, la orfandad en que nos dejaron a los que vinimos después, es lo que no les puedo perdonar. El resto son minucias, pero la orfandad del hijo abandonado no.
 
Jamás comprenderé cómo esos falangistas de la Transición, a los que tanto se les llenaba la boca -y a no pocos se les sigue llenando aún- con sus "heroicas hazañas", pudieron abandonar la lucha. Excusas pusieron y  ponen todas las imaginables: que si los jefes eran o son tal o cual cosa, que si no hay unidad, que si hay que cambiar cosas, que si siguen siendo falangistas en la distancia... ¡¡¡Siempre tienen alguna excusa para justificar su defección!!! Eso sí, pese a que lleven en algunos casos hasta décadas sin militancia falangista conocida, normalmente se consideran a sí mismos aun hoy como verdaderas autoridades en materia azul, auténticas "vacas sagradas" que gustan de dar lecciones a todo el que se tropieza con ellos acerca de lo que habría que hacer, aunque nadie se las haya pedido... Y yo me pregunto: ¿acaso es que a ellos no les es aplicable el Juramento falangista? ¿Cómo puede un falangista abandonar la lucha? ¿Acaso un seguidor del Real Madrid o de cualquier otro equipo de fútbol se da de baja como socio o deja de ver los partidos de su equipo porque no le gusta alguno de los jugadores o la gestión del presidente de turno, o simplemente por no pagar la cuota? Si un falangista tiene menos fidelidad a la Falange que un aficionado al fútbol a su equipo, ¿de qué clase de falangista hablamos? ¿Es menos la Falange que un equipo de fútbol?
 
No sé si mi generación falangista merecerá finalmente un juicio parecido de la siguiente que ya está en ciernes (posiblemente también, e incluso -Dios no lo quiera- yo mismo), pero lo cierto es que hoy necesitaba hacer públicamente este reproche porque así lo siento y lo creo. Sé que es injusto generalizar y conozco a no pocos falangistas magníficos de esa generación que tanto acabo de criticar, pero es que últimamente me he encontrado en varias situaciones como las descritas, en las que algún antiguo falangista de los de la Transición pretendía dar cómodas lecciones a los que -con errores, nadie lo niega- seguimos en la lucha manteniendo -sin interrupciones- alzada la bandera que precisamente ellos dejaron de sostener, sin tener por ello -a mi juicio- la suficiente autoridad moral como para darle lecciones a nadie.
 
La generación de los falangistas de la Transición no sólo fue una generación de fracasados -políticamente hablando, en lo que por otro lado no se distinguiría de las demás, incluida la mía-, sino también de acomplejados, de nostálgicos de lo suyo, de derrotistas y de rendidos que decidieron dejar tiradas las viejas banderas de la Falange para irse a su casa, a disfrutar de su trabajo y de su familia mientras los falangistas de la nueva generación tuvimos que recoger esas mismas banderas que ellos abandonaron para mantenerlas alzadas sin su ayuda, sin sus consejos, sin su apoyo. Eso sí, con su constante y acerada crítica ejercitada siempre desde la comodidad de la distancia y de la falta de compromiso...
 
Lo siento si alguien se siente ofendido por esta reflexión que hago en voz alta, pero hoy solamente expreso lo que siento y pienso. No me he referido a ninguna persona en particular, así que espero que nadie se sienta aludido. Sólo he querido hacer una reflexión generacional sincera, deseando que la próxima generación falangista no tenga que reprocharle a la mía algún día lo mismo.

miércoles, 27 de marzo de 2013

El Papa que hace falta, según palabras del entonces Cardenal Bergoglio

Un amigo me ha pasado un enlace muy interesante (ver aquí) en el que reproduce un resumen autógrafo de la intervención (en los días previos al último Cónclave) del en ese momento aún Cardenal Bergoglio.
 
Obviamente, el texto es de un gran interés para conocer el pensamiento del actual Papa sobre lo que tiene pensado hacer, y resulta curioso que el texto se lo entregara al Cardenal y Arzobispo de La Habana, que es quien lo ha publicado originalmente (ver aquí), ¡¡algo no menos curioso!!
 
En ella hay cosas que agrada leer (como la preocupación por evangelizar para la salvación de las almas) y otras que no agradan nada (como el tener como referente a Henri De Lubac, el heterodoxo teólogo que en tiempos de Pío XII fue sancionado con la prohibición de enseñar).
 
Reproduzco tanto en texto como unas imágenes del original:
 

- Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia.

- “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI).

- Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.

 
1.- Evangelizar supone celo apostólico.

Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.


2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico.

En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.


3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros.

Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí.

Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.


4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Ahora a los católicos sólo nos queda rezar...

Me gustaría estar feliz con la elección del nuevo Papa, pero con los antecedentes que tiene yo sólo encuentro motivos para rezar como nunca, porque me cuesta mucho aparentar una felicidad que no siento. La imagen (sacada de aquí) del ahora Papa encendiendo un candelabro judío mientras presidía la fiesta de la Janucá en la sinagoga de Buenos Aires es superior a mí, como no lo es menos esa otra fotografía escandalosa (sacada de aquí) en la que sale arrodillado recibiendo la "bendición" de un hereje protestante. Lo siento, pero estas imágenes me superan...

Tampoco me hace demasiada gracia esa "liturgia de conmemoración" (¿un nuevo rito hasta ahora desconocido?) de "la noche de los cristales rotos" (ver aquí) en la catedral de Buenos Aires, con todo tipo de religiones falsas: judíos, evangélicos, metodistas, etc. ¡¡¡Y con un Rabino predicando!!! Muy católico todo, desde luego... ¡¡¡Menuda profanación del templo!!!

Y respecto a la heterodoxia de su estapa anterior a su elección como Sumo Pontífice, baste el estudio (ver aquí) que en su día hizo el profesor Antonio Caponnetto.

Sólo el Cardenal Kasper me parecía peor candidato al pontificado que el Cardenal Bergoglio, y del resto no creo que hubiera ninguno -al menos conocido- con peores antecedentes.

Es conocido su rechazo a todo lo tradicional, a la Misa tridentina y a la Hermandad Sacerdotal San Pío X, la cual va a tener que reubicarse en un contexto que si antes era conflictivo, ahora va a ser previsiblemente -Dios no lo quiera y nada deseo más que equivocarme- de una hostilidad total.

Rezaré todos los días por el nuevo papa, Francisco I, para que el Espíritu Santo lo ilumine y lo transforme lo suficiente como para que no se parezca al que fue cuando era el Cardenal Bergoglio, porque si no... Ya sucedió algo así con Pío IX, así que no hay que perder la esperanza y hay que rezar por él.

Lo siento, pero esta elección me ha conmocionado y creo que voy a tardar en superar un trauma como este.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Unos apuntes sobre el Personalismo, sus desviaciones y ortodoxias

El concepto de “personalismo” puede entenderse en un sentido estricto o en un sentido más amplio; puede hablarse de un personalismo humanista (antropocéntrico y por ello ajeno a la esencia del pensamiento cristiano), de un personalismo vitalista (que se basa en la ruptura total y el desarraigo del individuo como punto de partida hacia el “superhombre”) o incluso de un personalismo católico (plenamente ortodoxo en la medida en que entiende que el proceso de "personalización" se corresponde con el de perfección cristiana, con la religación del hombre con Dios, etc.).

Y es que no es lo mismo el personalismo de Mounier o el de Nedoncelle, que el “humanismo integral” del Maritain maduro (al que me referiré al final), que el personalismo de Ricoeur, el de Levinas o incluso, ya más cerca de nosotros, el de Zubiri o incluso el del personalismo neotomista –aunque esto sea matizable– del Maritain joven, o el plenamente ortodoxo de nuestro gran y olvidado filósofo Adolfo Muñoz Alonso (su “personalismo teocéntrico”, siempre ortodoxamente católico y tradicional).

A mí me parece un tema realmente interesante y desde luego mucho más complejo de lo que, por necesidades de la brevedad, se muestra en el presente artículo que en absoluto pretende agotar un tema tan amplio y que requeriría de tantas matizaciones más.

Yo precisamente por eso prefiero añadir –o utilizar exclusivamente, según los casos– la etiqueta de “humanismo” a ese personalismo negativo y antropocéntrico (y desde luego mayoritario, algo imposible de negar), mientras que entiendo que el “personalismo” correcto y ortodoxo también existe (aunque sea minoritario) y es el que entiende a la “persona” como un hombre en búsqueda de la perfección de la ley moral precisamente por su religación a Dios, un hombre que si elije el camino correcto se “personaliza” precisamente por usar la verdadera libertad –la orientada al Bien y a la Verdad– para cumplir con su fin último, la salvación de su alma, y que se "despersonaliza" cuando usa mal de su libre albedrío. En este sentido es obvio que el personalismo no aporta nada nuevo a la antropología cristiana, sino únicamente un reenfoque del papel social del hombre y una revalorización de la persona, que no siempre fue correctamente valorada por muchos pensadores cristianos. Aquí el verdadero personalismo se propone mantener el necesario equilibrio –que no igualdad, como es lógico– del papel del hombre en el conjunto de la Creación. Esta distinción entre “humanismo” y “personalismo” no siempre ha sido correctamente señalada, pero a mí me parece esencial para poder avanzar en el terreno de las ideas, ya que sin la utilización de un mismo lenguaje es imposible el entendimiento. Así cuando Adolfo Muñoz Alonso hace su crítica a Maritain desde el personalismo (en su magnífica obra “Persona humana y sociedad”), suscribiendo la crítica de Julio Mienville, comete también este habitual error del lenguaje (particularmente sangrante entre los pensadores tradicionalistas, para los cuales todo es un humanismo, por lo que es necesariamente antropocéntrico). En efecto, Muñoz Alonso critica el antropocentrismo de Maritain al tiempo que se considera a sí mismo un humanista, algo absolutamente incomprensible para quien haga una lectura superficial. Y es que el “humanismo” de Muñoz Alonso no tiene nada que ver con el antropocentrismo humanista, que es lo que representa más bien Maritain (aun sin desligar su pensamiento de Dios, lo cual no deja de ser bastante esquizofrénico, como les pasa a todos los “humanistas cristianos”).

Todo este lío considero que es más nominal que conceptual, y por ello pienso que sería muy conveniente diferenciar nominalmente lo que conceptualmente es diferente (algo en principio obvio, pero que al considerar el “personalismo” y sus críticas resulta que no lo es tanto a tenor de lo que uno lee por ahí). Así estaríamos seguros de que hablamos y criticamos –o suscribimos– lo mismo. Por eso yo siempre procuro reservar la palabra “humanismo” a todo pensamiento antropocéntrico, y “personalismo” a todo pensamiento que rescata el valor de lo humano y el necesario proceso de perfeccionamiento del ser humano dentro de una filosofía teocéntrica (lo cual en el fondo no es nada nuevo, sino cristianismo puro, aunque enfocado desde una visión menos pesimista del hombre de la que han solido tener muchos pensadores y teólogos cristianos).

Respecto del “personalismo” y su ortodoxia o falta de ella respecto a la teología católica, creo que se trata de un tema tradicionalmente simplificado –incluso en obras nada simples– por la mayor parte de los que lo han estudiado, incluidos personalistas y tradicionalistas. Me explico: los segundos suelen hacer críticas generales habitualmente tan simplificadoras como erróneas (por no corresponder exactamente con la realidad –por ejemplo, tratando al personalismo como un todo único, como si por criticar a Maritain ya se diera por hecho que se ha criticado todo el personalismo–, o al menos no en el grado que ellos creen), y los primeros se dedican a la apología y a la defensa de una sistematización del personalismo que busca darle unidad como sistema, lo cual yo creo que es una pretensión muy forzada (hay una serie de puntos comunes entre los pensadores personalistas, por supuesto, pero también muchas divergencias, algunas insuperables entre ellos).

Yo, sin que tampoco crea que se trate de una temeridad, no creo que pueda hablarse de forma unitaria de “personalismo” (aunque pueda convenir utilizar esta expresión por razones puramente prácticas, con la rigidez que todo esquematismo supone), sino que habría que hablar más propiamente de “personalismos” o de “pensadores personalistas”, ya que hay varias corrientes personalistas muy diferentes entre sí, unas muy heterodoxas y otras –las menos– bastante ortodoxas y perfectamente católicas (las que se siguen manteniendo dentro de los esquemas escolásticos y que tuvieron en España quizá a uno de los mejores –y seguro que el más desconocido– de sus representantes: el gran filósofo Adolfo Muñoz Alonso). 

Son personalistas pensadores de corrientes tan diferentes como las siguientes:

A) Charles Renouvier, que fue el primer personalista moderno propiamente dicho (utilizó el término por vez primera en su última obra, publicada en 1903 justamente con ese nombre), y su filosofía (“neocriticismo” kantiano) remite al cartesianismo religioso, buscando en realidad una laicización de su concepción del hombre. Ya en una línea esencialmente idealista, fueron discípulos suyos J. Royce y W.E. Hocking. Obviamente se trata de una corriente poco o nada ortodoxa desde el punto de vista católico.

B) El “personalismo pluralista” (P. Bowne, G.H. Howison, R.T. Flewelling y S. Brightman), que entiende que la realidad es un complejo de personalidades correlacionadas y autónomas que tienen su centro y fundamento en un Dios trascendente y personal, comprometido como ellas en la lucha contra el mal y en modo alguno reducible al absoluto de los idealistas. Su línea es religiosamente más aceptable, pero siempre dentro de una línea más bien modernista.

C) El que es referente por excelencia del personalismo, Enmanuel Mounier (fundador del movimiento “Esprit”) y su “personalismo cristiano comunitarista” o “personalismo comunitario” (influido por corrientes varias, como el sustancialismo –en el que se inscribe el tomismo–, el actualismo –Kant–, el espiritualismo francés –de Biran, Lesenne, etc. –, la Teoría de los valores –Scheler–, el marxismo –con el que quiere compaginar su cristianismo hasta extremos esquizofrénicos– y el existencialismo –Blondel, Marcel–, de la suma de lo cual sale una filosofía que, aunque nominalmente sea cristiana, sustancialmente ha dado un importante giro antropocéntrico, si bien es cierto que no desde un punto de vista individualista), del que yo destaco su interesante “filosofía del compromiso y de la acción”, y Jean Lacroix y su “personalismo transpersonalista y abierto” (que, aunque con algunas diferencias, intenta mantenerse en la línea cristiana general de Mounier).

D) Maurice Nedoncelle y su “personalismo metafísico de la fenomenología de la persona” que pretende mantenerse cristiano, pero que de hecho relega a Dios al papel de “amor perfecto respecto al amor ideal del yo”, con lo cual su cristianismo es aún más discutible que el de los personalistas de “Esprit” y mucho más humanista y antropocéntrico.

E) El “personalismo ontológico” de Luigi Pareyson (maestro de Umberto Eco), que parte de una concepción de la existencia como coincidencia entre “autorrelación y heterorealización” y entre “existencia y trascendencia” (en un sistema de “dialéctica viva y concreta”, buscando un justo medio) y considera esencial la apertura ontológica de la persona (creyendo corregir así el intimismo espiritualista de muchos personalistas, incapaz de acceder a la trascendencia si no es por yuxtaposición ecléctica), de forma que siendo el hombre un ser finito, tiende al infinito en Dios, en quien se encuentra el origen y la aspiración.

F) Paul Ricoeur y su “personalismo hermenéutico” (muy apoyado en la fenomenología), ya bastante alejado del cristianismo y que se fundamenta en gran medida en el existencialismo y en el voluntarismo.

G) Emmanuel Levinas y su “personalismo ético”, que bebe directamente de una concepción de lo trascendente más judía que cristiana (él es de origen judío) y que se desarrolla en base a un subjetivismo muy diferente al usual, pues no se basa en el subjetivismo “del yo”, sino “del otro” (habla incluso de la “concepción teomórfica del otro” como base de la ética: “Dios es el otro”), en la que “el otro” es como tal el fundamento (y no sólo la base de la caridad, que se fundamenta ante todo en el amor a Dios, sin el cual el amor al prójimo nada vale –concepción cristiana–), por lo que se podría calificar como de “antropología heterológica” (del “otro”). De esta subjetividad heterológica deriva él también la responsabilidad (con el otro más que con Dios o con uno mismo). Es decir, se trata de un humanismo puro, sólo que fundamentado en el otro en lugar de en el “yo” (por eso se considera que no es tanto un humanismo como un personalismo, si bien para mí el que el referente sea “el otro” no lo hace menos antropocéntrico, y por ende lo considero también puro humanismo).

H) Xavier Zubiri y su “realidad personal”, un poco difícil de estudiar porque utiliza muchas palabras “inexistentes” que él inventa para denominar sus aportaciones conceptuales; así, por ejemplo, se niega a hablar de “personalidad” para su concepción del hombre, prefiriendo hablar de “personeidad”, ya que para él la persona es una realidad sólo “relativamente absoluta” en la medida en que es capaz de “religarse” con la realidad –lo que implica necesariamente “religarse” con Dios en cuanto realidad suprema–. Su filosofía es católica, pero de una ortodoxia difícil de evaluar, ya que pese a ser bastante aristotélico, no es muy escolástico.

I) Adolfo Muñoz Alonso y su “personalismo teocéntrico”, quien –sin relegar el término, lo cual me parece un error– reniega abiertamente del concepto moderno de humanismo por ser un concepto antropocéntrico (y así no duda en suscribir sustancialmente la crítica de Julio Meinville a Maritain en su excelente libro “Crítica de la concepción de Maritain sobe la persona humana”) y considera que, frente a esa errada deriva del humanismo –que él dice que ya empieza en su mismo origen en el Renacimiento, a lo que yo añado que en su nacimiento estaba ya la intención– “el cristianismo es el verdadero humanismo” por reconocer al hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios, lo cual le sitúa dentro del personalismo más ortodoxamente católico –más agustiniano que tomista– por ser teocéntrico (el hombre “se personaliza” en cuanto se perfecciona, lo que inevitablemente supone perfeccionarse en Dios, siendo con ello mejor persona y cumpliendo con el plan divino aspirando a la Gloria eterna). El error de seguir llamando a eso humanismo, no siendo su concepción antropocéntrica, no supone heterodoxia alguna en su planteamiento.

Adolfo Muñoz Alonso fue siempre el filósofo de referencia de la Falange (mucho más que Eugenio d´Ors y que cualquier otro filósofo, con lo cual las superficiales acusaciones al Nacionalsindicalismo de ser un “orteguismo” me han dejado siempre perplejo, especialmente cuando han provenido de pensadores que tengo por sensatos e instruidos –aunque es verdad que los prejuicios y la falta de comprensión muchas veces no perdonan–; bien es cierto que obras como “Falange y filosofía”, de Salvador de Brocá, han contribuido mucho a esa falta de comprensión), y a su pluma se deben obras tan importantes e interesantes como "Vocación cristocéntrica del universo" (1939), "Andamios para las ideas" (1952), "Persona humana y sociedad" (1955), "Orden religioso y orden político" (1963) y "Un pensador para un pueblo" (1969).

Como se ve, hay muchos personalismos, la mayoría intelectualmente peligrosos o abiertamente heréticos, pero algunos perfectamente ortodoxos (particularmente el de Adolfo Muñoz Alonso, que es al que me siento más apegado intelectualmente, pero que es obviamente muy minoritario y no ha creado escuela). 

Ahora bien, ¿dónde encaja Jacques Maritain? Pues realmente ¡en ninguno de ellos! Su pensamiento osciló entre el tomismo ortodoxo (que para serlo ha de ser necesariamente teocéntrico) y el humanismo (que por definición es antropocéntrico), pero personalista, lo que se dice personalista en sentido estricto, no está nada claro que lo fuera. Al menos no de forma estable. Pasó circunstancialmente por el personalismo, apoyando en cierta manera a Mounier y Esprit, pero es dudoso que se pueda afirmar con seriedad que se quedara en él... No se encajonó en sus esquemas y siguió por libre, oscilando entre el formalismo católico y una realidad filosófica más humanista que personalista (por algo su obra de referencia es “Humanismo integral”, no “personalismo”) –y que en mi opinión se alejaba de la ortodoxia doctrinal, marcada fundamentalmente por la escolástica, como puede verse en el carácter precursor de su idea de “sana laicidad”, tan alejada de la confesionalidad católica tradicional–. Aun así, la persona no es el punto de partida de su análisis ni la categoría fundamental de su filosofía. La persona tiene su fundamento en el ámbito más amplio de una metafísica del ser, por lo que tradicionalmente no se le ha venido considerando como un personalista en el sentido propio del término.

Claro, que si entendemos el personalismo en un sentido más amplio, incluyendo todas las variantes del humanismo moderno, es obvio que hay que incluir a Maritain (igual que a Juan Pablo II, cuyo pensamiento es muy similar). Pero también a Julián Marías (una mezcla entre orteguismo y catolicismo liberal), a Laín Entralgo (influenciado por Ortega y por Zubiri) y a otros muchos.

En fin, habría mucho más que decir y matizar sobre el personalismo, sin duda, pero baste esta primera y elemental aproximación para ofrecer a mis lectores mi visión sobre tan complejo e interesante tema.