jueves, 31 de diciembre de 2020

Conspiraciones en tiempos de pandemia


El año 2020 pasará a la Historia como el año de la “pandemia de la COVID-19”, pero también como el del mayor triunfo del globalismo. La “pandemia” ha servido de excusa perfecta para implantar en todo el mundo medidas de control social perfectamente coordinadas y nunca antes vistas ni siquiera en los regímenes más totalitarios: encierros de la población durante semanas e incluso meses, geolocalizaciones, prohibiciones de trabajar que han provocado la ruina de millones de familias, habilitación de mecanismos de censura institucional para acallar a los críticos, multas, encarcelamientos, sanciones a los médicos disconformes, violación de distintos derechos fundamentales, vacunaciones experimentales masivas con las ni el Dr. Mengele habría podido soñar… Eso sí, todo “por nuestra salud”. Como ya vaticinara Chesterton hace un siglo, la salud ha sido la excusa perfecta para imponer una auténtica dictadura sanitaria, aunque para ello ha sido necesario mezclar verdades con mentiras y verdades a medias, y es que yo creo que es ésta precisamente la clave: en la versión oficial sobre la COVID-19 ni todo es verdad, ni todo es mentira. Pero claro, como la desinformación ha sido tan brutal, resulta harto complicado distinguir lo que hay de verdad, de mentira, de exageración o de verdad a medias en todo lo que se difunde. Al menos para los que somos legos en biología y epidemiología…

En esta reflexión que hago no voy a profundizar en temas científicos porque no son mi campo. Sólo voy a señalar algunos de los aspectos (en realidad hay muchos más) que me hacen desconfiar mucho de la versión oficial sobre la COVID-19, lo que no quiere decir tampoco que por ello me alinee con cualquier versión crítica con la misma por el mero hecho de serlo, ya que hay muchas y muy diversas. Desde las críticas que aceptan lo esencial de la versión oficial y sólo disienten en las medidas adoptadas por la OMS (Organización Mundial de la Salud) y los diferentes gobiernos, hasta las que niegan todo, incluso la existencia del propio coronavirus SARS-CoV-2, la gama de posibilidades es muy amplia (unas muy sensatas, otras demasiado hipotéticas y algunas verdaderamente disparatadas), por lo que englobarlas a todas con etiquetas fáciles como “conspiranoicas”, “terraplanistas”, “negacionistas”, etc. no sólo me parece injusto, sino deshonesto. Esos calificativos pueden conseguir para quien los emite el aplauso fácil de los idiotas, pero ninguna persona inteligente puede aceptarlos como crítica. Las críticas deben ser sensatas, racionales y basadas en argumentos inteligentes, y todo lo que no sea así implica -consciente o inconscientemente- un insulto a la inteligencia del receptor del mensaje. Quienes no están a la altura intelectual mínima necesaria para contrarrestar los argumentos de los científicos críticos con la versión oficial, normalmente -con honrosas excepciones- recurren a la descalificación fácil, a la demagogia y al insulto, demostrando con ello su incapacidad mental y su falta de razón, y si el receptor acepta esa escasa altura intelectual, es porque se sitúa en ella o por debajo de ella.

¿Y cuáles son mis razones para desconfiar de la versión oficial? Las principales son las explicaciones científicas de muchos expertos en biología y epidemiología críticos con la versión oficial (lo que no quiere decir tampoco que esté de acuerdo con todos ellos o con todas sus afirmaciones; es más, ni siquiera estoy completamente seguro de que tengan razón). Es verdad que son los menos, pero curiosamente siempre son los más independientes: los que ya están jubilados o trabajan por su cuenta, lo que les da una mayor libertad para opinar sin miedo a ser despedidos o sancionados por los nuevos inquisidores laicos de los Colegios de Médicos. La mayoría de los científicos dependen de instituciones directa o indirectamente gubernamentales o de multinacionales farmacéuticas, y entre éstos la unanimidad en su apoyo a la versión oficial es abrumadora, mientras que entre los científicos independientes son muy numerosos los críticos con la versión oficial. ¿Tendrá algo que ver en ello quién da de comer a quién? Es muy raro que alguien esté dispuesto a morder la mano de quien le procura el sustento, además de no ser nada agradable nadar contracorriente.

Me gustaría ver que, en los foros científicos, en las universidades y en las publicaciones especializadas se realizan debates académicos y técnicos de nivel entre quienes tienen opiniones distintas sobre la COVID-19, la forma en que se diagnostica, la efectividad de las pruebas PCR, el número real de enfermos por COVID-19, los tratamientos, las medidas sociales para combatir la enfermedad, etc., pero ese debate está sencillamente prohibido. Desde la OMS hasta la más modesta institución oficial hay una única versión oficial sobre la COVID-19, no se permite debate científico alguno que la discuta, y los científicos críticos son sancionados, despedidos, multados, insultados y ridiculizados sin molestarse normalmente en rebatir sus tesis. ¿Por qué? ¿A qué tienen miedo?

 

La OMS recurre a Cass Sunstein

 

Una noticia que me llamó la atención fue el anuncio del pasado mes de octubre de 2020 que hizo la OMS por boca de su Director General, Tedros Ghebreyesus, de que su “Grupo Asesor Técnico sobre Conocimientos y Ciencias del Comportamiento para la Salud” iba a desarrollar una estrategia para promover la aceptación social de la vacunación contra la COVID-19, pasando a ser dirigido por Cass Sunstein (https://childrenshealthdefense.org/defender/la-oms-recurre-a-un-cruzado-anti-conspiracion-para-influir-en-la-opinion-publica-sobre-la-vacuna-covid/?lang=es). ¿Y quién es Cass Sunstein? ¿Algún prestigioso científico, médico, biólogo, farmacéutico o bioquímico? Frío, frío… Al nuevo responsable del “Grupo Asesor Técnico sobre Conocimientos y Ciencias del Comportamiento para la Salud” de la OMS no se le conoce experiencia alguna en el mundo de la salud, sino en otra muy distinta: fue el responsable entre 2009 y 2012 de la “Oficina de Información y Asuntos regulatorios” de la Casa Blanca durante el mandato de Barack Obama y asesor del Banco Mundial, siendo su formación académica en Derecho y estando especializado en técnicas del comportamiento social (dirige un “Programa de Economía del Comportamiento y Políticas Públicas” en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard). Es conocido por sus publicaciones (muchas de ellas conjuntas con su colega Adrian Vermeule) contra las “teorías de la conspiración” y su combate desde el Poder por medio fundamentalmente de agentes encubiertos intoxicadores (https://www.argumenta.org/article/cass-sunstein-adrian-vermeule-conspiracy-theories-special-issue/). Es decir, que el responsable de convencernos desde la OMS de la conveniencia de vacunarnos no es un experto en temas de salud, sino un propagandista y conocido manipulador social del Partido Demócrata de EEUU, experto en “infiltración cognitiva”... ¡Muy digno de confianza! ¡Seguro que sus argumentos para aceptar que nos vacunen son muy convincentes!

 

La OMS contrata a “Hill & Knowlton Strategies”

 

Pero para la OMS al parecer la contratación de Cass Sunstein podía no ser suficiente, así que decidió contratar también a una conocida empresa de relaciones públicas: “Hill & Knowlton Strategies” (https://noruego.today/2020/11/04/la-empresa-que-creo-el-cuento-de-las-incubadoras-ahora-trabaja-para-la-oms/). La razón oficial que da la OMS para su contratación es muy simple: para que “haya confianza en las recomendaciones de la Organización y el cumplimiento de sus directrices (sic). ¿Quién no recuerda el excelente trabajo que esta empresa realizó en 1990 para el gobierno en el exilio de Kuwait (por medio de la asociación instrumental “Ciudadanos por un Kuwait Libre”), con un impactante documental en el que una serie de supuestos testigos (entre ellos la famosa “enfermera” Nayirah, que testificó ante el Comité de Derechos Humanos del Congreso de los EEUU -y que luego resultó ser la hija del embajador de Kuwait en EEUU, algo que sólo se descubrió dos años después-) narraban escenas estremecedoras de los soldados iraquíes supuestamente atacando un hospital kuwaití y desconectando las incubadoras de los bebés prematuros para dejarlos morir en el frío suelo del hospital? Este documental -repleto de falsedades de principio a fin- fue el mayor logro de la campaña propagandística diseñada por “Hill & Knowlton Strategies” para convencer a los ciudadanos y políticos de EEUU (y del resto del mundo) de la maldad de Saddam Hussein y de la necesidad de desatar la “Primera Guerra del Golfo Pérsico”. Gracias a esta campaña la empresa logró que la opinión pública cambiara radicalmente de opinión sobre la necesidad de la intervención militar en Iraq, además de conseguir “lavar la cara” de diversos gobiernos (presuntamente violadores de los Derechos Humanos) de todo el mundo (Indonesia, Turquía, Maldivas, etc.), así que es lógico que la OMS pensara en ella para convencernos a todos de la bondad de vacunarnos contra la COVID-19 con las vacunas experimentales que las distintas multinacionales farmacéuticas han sacado al mercado deprisa y corriendo, ¿verdad? ¿Cómo vamos a desconfiar de “las recomendaciones de la Organización y el cumplimiento de sus directrices” si “Hill & Knowlton Strategies” se encarga de darnos argumentos convincentes para confiar? ¿Por qué vamos a desconfiar de ellos? ¿Acaso no pueden decir la verdad esta vez? ¡No seamos “conspiranoicos”!

 

La nueva censura: verificadores y redes sociales

 

Para mantener, conseguir o aumentar el poder es necesario controlar la información en las dos direcciones: creando (y difundiendo) la información propia y censurando la ajena que pueda ser inconveniente. Antiguamente se recurría a métodos más expeditivos de censura, pero en la actualidad se prefieren métodos más sofisticados, como el de la “verificación de datos”. Si dicha “verificación” fuera sólo técnica e independiente podría ser incluso una buena idea, pero lo cierto es que en la práctica no hay ningún “verificador” que realmente sea independiente y meramente técnico. Todos recurren a sus “expertos” o verifican lo que les interesa, lo verifican a medias o no lo verifican en absoluto, según sus intereses, creando así una falsa imagen de “verificación imparcial” -que, al menos con los temas en los que hay en juego intereses importantes, en realidad no es tal-. Con ella se puede justificar la censura de cualquier información que no interese, apelando muchas veces a lo que en Derecho se llama “prueba diabólica”: cuando algo es de imposible demostración, por muchos indicios que haya, puede ser descalificado como “no demostrado” y ser censurado como “bulo”. Algo que pasa mucho con las enfermedades y los tratamientos (por ejemplo, con los miles de niños autistas que manifiestan la enfermedad en las 48 horas siguientes a recibir la vacuna “Triple Vírica” se responde siempre que “no ha quedado acreditada la relación causa-efecto y sólo hay una coincidencia temporal entre la vacunación y la manifestación del autismo”, por lo que cualquiera que intente vincular una cosa con la otra es objeto de censura por parte de los “verificadores”: es sencillamente un asunto sobre el que está prohibido de hecho hablar).

El “Instituto Poynter para Estudios Mediáticos”, que fue creado en 2015, recibe suculentos contratos de la “Fundación Nacional para la Democracia” (“National Endowment for Democracy”, NED), financiada por el Departamento de Estado de EEUU, así como cuantiosas subvenciones de entidades como “Google”, “MacArthur Foundation”, “Bill and Melinda Gates Foundation”, “Carnegie Foundation”, “Open Society Foundations” (la fundación del polémico magnate George Soros) y “Omidyar Network” (proyecto del empresario Pierre Omidyar, fundador de “eBay”), entre otras. Las últimas dos organizaciones destinaron 1,3 millones de dólares para la ONG solamente en 2017 con el fin de desarrollar una red de verificación de datos (https://actualidad.rt.com/actualidad/312705-facebook-verificadores-noticias-falsas): la “Red Internacional de Verificación de Datos” (“International Fact-Checking Network”, IFCN), cuyos miembros determinan qué publicaciones son fidedignas y cuáles no. Más de 60 “verificadores” de todo el mundo dependen de esta red “independiente” que en España opera con organizaciones y empresas como “Newtral”, “Maldita.es” (y sus diversas ramas), “EFE Verifica”, “RTVE Verifica” o el “Observatorio Digital de Información Sanitaria”. Todas las redes sociales mayoritarias tienen suscritos convenios con estos “verificadores” para justificar la práctica de la censura en las mismas. ¡Hasta el Presidente de EEUU ha sufrido su censura!

Toda esta red de “verificadores” ha trabajado a fondo durante 2020 para controlar la información sobre la COVID-19 a fin de garantizar que la versión oficial prevalezca y sean acalladas las voces de todos los científicos críticos con ella, eliminándose no sólo las informaciones discrepantes, sino incluso clausurando las cuentas en redes sociales de los “infractores”. Si el verdadero interés fuera el de garantizar la veracidad de las informaciones, en lugar de censurar se añadiría un aviso a la información aportada con otra información aclaratoria, de forma que el lector u oyente pudiera comparar todos los datos, pero obviamente no es eso lo que hacen… Se censura y punto. Será por mi espíritu rebelde -supongo-, pero lo cierto es que cada vez que alguien recurre a la descalificación o a la censura ¡tiendo a pensar que algo de verdad debe haber en lo que dice el insultado o censurado!

 

El Gobierno español crea el “Ministerio de la Verdad

 

En su afán por controlar la información sobre la COVID-19 y acallar las críticas, el Gobierno español encargó a la Jefatura del Servicio de Información la Guardia Civil trabajar para “minimizar el clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno”, tal y como reconoció en rueda de prensa el 19 de abril de 2020 el Jefe de Estado Mayor de la Guardia Civil, General José Manuel Santiago (https://www.abc.es/espana/abci-jefe-estado-mayor-dice-guardia-civil-dice-trabaja-para-minimizar-criticas-gobierno-202004191732_noticia.html). No fue ningún lapsus, pues la rueda de prensa fue leída (no fue una frase espontánea) y en ningún caso rectificó sus palabras, siendo destituido en sus labores de comunicación desde ese momento, así que parece claro que el General Santiago se limitó a decir la verdad.

Sin embargo el Gobierno no se echó para atrás en su labor de control de la información tras el escándalo que provocó la confesión del General Santiago, sino todo lo contrario: en el BOE del 5 de noviembre de 2020 se publica la “Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre, por la que se publica el Procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional” (https://www.boe.es/boe/dias/2020/11/05/pdfs/BOE-A-2020-13663.pdf), por el cual se establece el procedimiento del “Sistema Nacional para la prevención, detección, alerta, seguimiento y respuesta cuyas causas, medio y/o consecuencias están relacionadas con la desinformación” (sic), con mención expresa a “la lucha contra la desinformación acerca de la COVID-19” (sic). Todo ello se dirige por una “Comisión Permanente contra la desinformación” coordinada por la Secretaría de Estado de Comunicación y presidida de forma ordinaria por el Director del Departamento de Seguridad Nacional que, cual “Ministerio de la Verdad”, se encarga de la labor censora del Gobierno con numerosas funciones, algunas tan ambiguamente amplias como estas:  “Analizar y estudiar la disponibilidad de los recursos existentes y las necesidades en el ámbito de la lucha contra la desinformación, y formular propuestas relativas a la dotación de recursos y priorización para las actuaciones identificadas; Verificar la ejecución de las actuaciones previstas y estudiar la necesidad de creación y mantenimiento de grupos de trabajo de apoyo; Apoyar la investigación sobre los aspectos de la desinformación en un contexto de colaboración con el sector privado y la sociedad civil.” Es decir, que el Gobierno, por medio de esta “Comisión Permanente contra la desinformación”, puede hacer prácticamente lo que quiera para censurar -por sí mismo o en colaboración con los denominados “verificadores”- toda información inconveniente, incluida toda la relativa a la COVID-19 que cuestione la versión oficial o simplemente la gestión del Gobierno…

 

La COVID-19 y el “Gran Reinicio”

 

En 2007 publiqué la edición definitiva de mi libro “Manifiesto Sindicalista”, escrito en 2001. En él expuse mi tesis sobre la situación de quiebra técnica de la economía capitalista, las razones de su subsistencia agónica -previsiblemente larga- y por qué veía complicado que el capitalismo se reformara por las buenas sin una gran revolución o crisis que sirviera de detonante.

En 2020 ha llegado esa gran crisis que el capitalismo necesitaba para justificar un cambio en sus planteamientos, pero por propia iniciativa y no precisamente en la dirección que se necesitaba, sino en la que los grandes magnates capitalistas prefieren: la del mantenimiento de lo esencial del Sistema para hacer que el coste lo paguemos los de siempre. Esa gran crisis esta vez no es un Crack como el de 1929 ni una gran guerra mundial, sino la COVID-19. Así vemos cómo el “Foro Económico Mundial” lo plantea abiertamente para tratarlo en su próximo encuentro en Davos en 2021 (https://es.weforum.org/agenda/2020/08/covid-19-las-4-claves-del-gran-reinicio/).

En este punto lo de menos es averiguar si el SARS-CoV-2 es de creación natural o fue modificado artificialmente en un laboratorio mediante la técnica de “ganancia de función” o cualquier otra y luego se produjo un escape o se dispersó intencionadamente. No digo que conocer la verdad sobre ello carezca de interés, por supuesto, pero a los efectos de para lo que realmente está siendo utilizado, su origen es algo secundario. Lo importante es que, una vez constatado el problema, las élites que dirigen el mundo indiscutiblemente lo están utilizando (en mi opinión incluso exagerando su gravedad) para alcanzar más fácilmente sus objetivos: un mayor control social mundial y un “Gran Reinicio” del Sistema capitalista que sólo en una situación de extrema gravedad se podía conseguir. ¡Por eso es tan importante para ellos generar el suficiente miedo a la población y controlar la información! El miedo es un sentimiento, y por tanto provoca reacciones y sensaciones que no son fruto de la razón, sino justamente de la parte más irracional de nuestro ser, y una persona -o colectivo- con miedo es capaz de aceptar sumisamente cualquier cosa que se le ofrezca como “solución”. ¿Acaso no es eso una forma de terrorismo: conseguir mediante el miedo que la población acepte las exigencias que se le hacen y hasta lo agradezca en lo que no deja de ser una manifestación de “Síndrome de Estocolmo”?

 

Conspiraciones y “conspiranoicos”

 

Como ya se ha mencionado, es un recurso muy habitual de los perezosos o cortos mentales el acusar a quien no se puede rebatir argumentalmente de ser un “conspiranioico”, un “terraplanista”, un “negacionista” o cualquier otro adjetivo calificativo (en este caso “descalificativo”) para descreditar, ridiculizar o insultar a quien opina diferente. Eso no quiere decir que no haya personas que realmente se merezcan esos calificativos, pero recurrir a ellos para eludir el debate de fondo, lo único que demuestra es falta de capacidad o de razón. Nada más.

Hasta ahora me he limitado a aportar datos (con los enlaces a las fuentes correspondientes para su comprobación) que no me parecen discutibles, más allá de que obviamente sí pueda discreparse de mis valoraciones y opiniones que los acompañan. Pero algunos de los calificativos mencionados me preocupan especialmente, pues buscan ridiculizar todas las teorías de la conspiración como si las conspiraciones no existieran… ¿Acaso no existen las conspiraciones? ¿Acaso Bill Gates o George Soros no financian los proyectos que les interesan con intenciones que nada tienen que ver con los programas electorales que se supone que se votan en las elecciones democráticas? ¿Es falso que Cass Sunstein ha sido contratado por la OMS pese a no ser experto en temas sanitarios, sino en “infiltración cognitiva”? ¿Es falso que la empresa “Hill & Knowlton Strategies” que ha contratado la OMS es experta en montajes como el de la Guerra de Iraq y que no tiene nada que ver con el mundo sanitario? ¿Es falso que los “verificadores” tienen financiadores interesados y que sirven al Poder para censurar las redes sociales? ¿Es falso que el Gobierno español ha creado una “Comisión Permanente contra la desinformación” para “la lucha contra la desinformación acerca de la COVID-19”? ¿Es acaso un bulo que el “Foro Económico Mundial” está planteando utilizar la crisis de la COVID-19 para provocar el “gran Reinicio” del capitalismo?

Las conspiraciones existen. Siempre han existido y existirán. No sólo las ya mencionadas, sino miles y miles a lo largo de la Historia: desde la muerte de Jesucristo a la de Carrero Blanco, de la de Julio César a la de Kennedy, de la Revolución Francesa a la Transición española, de la Revolución de Octubre al 23-F… ¿Cómo se pueden explicar la mayoría de los acontecimientos históricos si no es porque hubo una conspiración que los provocó o realizó? Descartar las conspiraciones como causa o detonante de gran parte (si no de la mayoría) de los acontecimientos históricos importantes es sencillamente estúpido. Una evidente negación de la realidad impropia de personas inteligentes y bien formadas.

Por otro lado, también hay quienes -en el otro extremo- desconfían de todo y piensan que nada hay bueno ni sano en ninguna institución u organización; que todo en la vida y en la Historia son conspiraciones (haya o no razones para sospechar), todo son mafias (con razón o sin ella), todo son crímenes y tramas ocultas… Cuando la conspiración pasa a explicarlo todo, aunque no haya razón alguna que lo justifique, se pasa del análisis realista a la exageración irracional e incluso a la posible enfermedad mental, a la “paranoia” o, como se suele decir en estos tiempos, la “conspiranoia”. Tampoco esta postura es propia de personas razonables y equilibradas.

Hay quienes piensan que las multinacionales farmacéuticas son una especie de ONG que sólo buscan nuestro bien, que la OMS es una entidad independiente que sólo vela por nuestra salud y no está influida ni por esas multinacionales farmacéuticas ni por quienes donan cifras millonarias de dinero para su funcionamiento, que el Gobierno dice la verdad en todo lo que se refiere a la COVID-19 y que debemos confiar en todas esas entidades e instituciones sin dudar de nada. Pues muy bien: que confíen y hagan lo que quieran con ellos, pero que respeten a los que desconfiamos -con razones, no por obsesiones ni paranoias- de esas entidades e instituciones y no queremos que nadie nos utilice como “Conejillos de Indias”.

Tan erróneo me parece ignorar las conspiraciones y caer en el “irenismo” (ahora lo llaman “buenismo”) como ver conspiraciones por todas partes sin fundamento alguno. Por eso yo defiendo que ante el Poder hay que mantener una actitud de respeto crítico, de forma que se acate cuando no haya motivos para sospechar nada malo, pero sin por ello dejar de mantener un espíritu crítico que, cuando haya motivos de sospecha, nos permita desconfiar, y si moralmente es necesario, rebelarnos. Todo ello siempre con racionalidad y sentido común.

¿Y hay motivos para desconfiar de la OMS, de las multinacionales farmacéuticas y del Gobierno español en la gestión de la COVID-19? Sinceramente: si después de lo descrito hasta ahora (que sólo es una mínima parte de todo lo que se podría incluir) el paciente lector cree que no hay ningún motivo, que todo es digno de confianza, entonces es obvio que tenemos una forma muy distinta de valorar los mismos datos… Yo desconfío. Desconfío mucho. Y entre un mal hipotético y un mal cierto, prefiero el hipotético. Entre mantener un comportamiento prudente, pero sin seguir irracionalmente todas y cada una de las directrices sobre la COVID-19 del Gobierno (arriesgándome a enfermar), y maltratar mi cuerpo con mascarillas, encierros y vacunas experimentales, sinceramente, prefiero lo primero.

Que cada uno haga lo que considere mejor, pero que nadie imponga a otros su particular visión de lo que es mejor. Yo sé lo que es mejor para mí y quiero decidirlo yo; asumo el riesgo de equivocarme y quiero que se me respete igual que yo respeto a los que se quieran enmascarar a todas horas, encerrar y vacunar. No soy un inconsciente ni un insolidario por ello. Mi desconfianza está fundada racionalmente (basta releer los párrafos anteriores para entenderlo) y no es precisamente solidario -aunque él crea lo contrario- quien quiera imponerme sus criterios particulares, con encierros abusivos, mascarillas en todo lugar e incluso inoculando a la fuerza sustancias químicas en mi cuerpo (por ejemplo, vacunas no deseadas como esta de la COVID-19 -hay otras que sí me parecen importantes, porque esto no es un “o todo o nada”-, cuando la vacunación no es ni puede ser legal ni moralmente obligatoria).

Yo respeto a los demás y, por ello, exijo que los demás me respeten también de la misma manera. Tengo derecho a confiar o a desconfiar racionalmente y a disentir de la misma forma sin ser insultado ni ridiculizado por ello. ¿Tan difícil es de entender para algunos? SE LLAMA RESPETO.


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