He de reconocer que no he tenido oportunidad aún de leer la última encíclica del Santo Padre, "Caritas in veritate", por lo cual me resisto a dar una opinión personal en profundidad. De las dos referencias más o menos claras que tengo, a priori una me gusta y otra me disgusta bastante. Me gustan las referencias a su contenido social que he leído, y que aparentemente profundizan bastante en la línea emprendida por León XIII y que conforman la parte económica -de principios, no de programa- de la Doctrina Social de la Iglesia. No obstante, y dado que no la he leído el texto completo, prefiero abstenerme de entrar en más detalles.
Pero hay otra referencia que tengo que me preocupa más, y es la que hace referencia a la defensa que en la Encíclica se hace del mundialismo -lo siento, pero el mundialismo uniformador que pretende acabar con las patrias y con la soberanía de las naciones no puedo defenderlo de ninguna manera-, y de otros principios dudosos en materia más propiamente religiosa. No entraré en ellos por las razones ya dadas, pero no me resisto a trascribir este interesante artículo del Superior del Distrito de América del Sur de la HSSPX sobre este último aspecto.
LA RUPTURA CONTINÚA (Revista "Iesus Christus" Nº 123)
La encíclica Caritas in veritate, escrita por Benedicto XVI y sus colaboradores, terminada el 29 de junio y publicada el 7 de julio, es un documento largo, arduo, en el cual el Papa aborda “el desarrollo humano integral en la caridad y la verdad”. En los preliminares del documento, el Papa afirma que su enseñanza, y la de Pablo VI, la cual él quiere desarrollar, en modo alguno están en ruptura con la de León XIII y Pío XI: “La relación entre la Populorum progressio (1) y el Concilio Vaticano II no representa una fisura entre el Magisterio social de Pablo VI y el de los Pontífices que lo precedieron, puesto que el Concilio profundiza dicho magisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia” (§ 12). El Papa se esforzó en justificar esta continuidad con su famoso discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005.
Benedicto XVI parte de un presupuesto, el cual desarrollará a lo largo de toda su encíclica, a saber, la globalización que está en marcha es algo inevitable; por eso, hay que intentar acompañarla: “la globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella” (§ 42). Ella tiene su fundamento en la unidad de la familia humana: “La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria” (§ 42).
El Papa, presa de cierta ingenuidad, no parece darse cuenta del peligro terrible que representa esta globalización,(2) que no podrá construirse sino sobre las ruinas de la Cristiandad. Querer bautizar la globalización implica querer bautizar un cadáver. Querer persuadir a los católicos para que se empeñen en ese proyecto, supone alentarlos a cavar sus propias tumbas. El mundialismo, para la política, es lo que el ecumenismo para la religión. Uno llevará a la paulatina desaparición de las patrias, connaturales a todo hombre; el otro conducirá a la desaparición de la Iglesia Católica, única religión revelada, que poco a poco será disuelta en una religión universal que el mundialismo procurará establecer, concretando así uno de los grandes ideales masónicos.
Para evitar “un poder universal”, en el que advierte un peligro, Benedicto XVI propone “el gobierno de la globalización”, que sería como una especie de instancia supranacional y mundial, que gracias a distintas instancias, regularía y moralizaría las relaciones entre los pueblos: “Para no abrir la puerta a un peligroso poder universal de tipo monocrático, el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente” (§ 57).
De hecho, Benedicto XVI da a entender así que los tiempos de la Cristiandad han terminado. Es por eso que no hace ninguna referencia a ella. Y es por eso también que hay que proponer un nuevo sistema. Esto, a su vez, es confrontado con el peligro que representa un mundialismo materialista ateo, que querría instalarse y que el Papa denuncia. Y así, es preciso ensayar una síntesis de los dos, “bautizando” el mundialismo y pidiendo para la Iglesia un “derecho de ciudadanía” (§ 56) en esta construcción mundial.
Fiel al ecumenismo que el Concilio Vaticano II ha oficializado, el Papa no pide que la Iglesia Católica tenga alguna exclusividad en esta misión, sino sólo la libertad de actuar hombro a hombro con las otras religiones: “otras culturas y otras religiones enseñan la fraternidad y la paz y, por tanto, son de gran importancia para el desarrollo humano integral” (§ 44).
El contraste de estas líneas con las enseñanzas que León XIII y Pío XI expusieron en sus encíclicas sociales revela una ruptura con la Tradición católica. Advirtamos lo que dice León XIII: “La Iglesia saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por completo el conflicto, o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable; ella es la que trata no sólo de instruir la inteligencia, sino también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos; ella es la que mejora la situación de los proletarios con muchas utilísimas instituciones; ella es la que quiere y desea ardientemente que los pensamientos y las fuerzas de todos los órdenes sociales se alíen con la finalidad de mirar por el bien de la causa obrera de la mejor manera posible (…) Si hay que curar a la sociedad humana, sólo podrá curarla el retorno a la vida y a las costumbres cristianas”.(3)
A su vez, Pío XI afirmará con el mismo vigor que “A esta lamentable ruina de las almas, persistiendo la cual será vano todo intento de regeneración social, no puede aplicarse remedio alguno eficaz, como no sea haciendo volver a los hombres abierta y sinceramente a la doctrina evangélica, es decir, a los principios de Aquel que es el único que tiene palabras de vida eterna, y palabras tales que, aun cuando pasen el cielo y la tierra, ellas jamás pasarán”.(4) Benedicto XVI no reniega de estas palabras de sus predecesores, pero las entiende como expresión de un pensamiento que forma parte de una época que ya no es la nuestra.
Para comprender cabalmente la noción de Tradición que tiene el Papa, hay que remitirse a un discurso que hizo hace algunos años: “La Tradición es la comunión de los fieles en torno a sus pastores legítimos a lo largo de la historia; una comunión que el Espíritu Santo alimenta, asegurando la ligazón entre la experiencia de la fe vivida en la comunidad originaria de los discípulos y la experiencia actual de Cristo en su Iglesia”.(5)
Para el Papa actual, la Tradición es, prácticamente hablando, la fecundación que el Espíritu Santo hace de la experiencia vital de los fieles unidos a sus pastores a lo largo de la historia de la Iglesia, tal como la tercera Persona de la Trinidad lo hizo en la época apostólica. Por tanto, la Tradición es evolutiva. Esta definición es claramente distinta de la que aprendemos en el catecismo de San Pío X: “La Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino comunicada de viva voz por Jesucristo y por los Apóstoles, transmitida sin alteración de siglo en siglo por medio de la Iglesia hasta nosotros”.(6) ¡Aquí la ruptura con el magisterio tradicional es evidente!
El hombre ocupa un puesto central en todo el sistema deseado por Benedicto XVI: “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios” (§ 78). Para realizar tal programa, todos los hombres deben unirse: “Según la opinión casi unánime de creyentes y no creyentes, todo lo que existe en la tierra debe ordenarse al hombre como su centro y su culminación” (7) (§ 57). Recuperando una expresión de Pablo VI en Populorum progressio, Benedicto XVI llega incluso a afirmar que “todo trabajador es un creador” (§ 41).
Uno no puede más que quedarse boquiabierto ante estas cosas. La distinción entre el orden natural y el sobrenatural es pasada en silencio. No hay ninguna alusión a la necesidad de la redención; tampoco a la necesidad de la gracia para sanar el alma humana y para darle esperanzas de una eterna bienaventuranza. Este humanismo envenena toda la encíclica y parece salido de las logias, algo que nada tiene que ver con la Tradición católica. No puede negarse que esta encíclica muestra una indiscutible continuidad… pero con el Vaticano II, que en sí mismo está en ruptura con el magisterio tradicional. ¿Será quizás por eso que muchos hombres del mundo de la política alaban esta encíclica? Porque las voces discordantes son muy raras…
Hasta ayer los Papas enseñaban que la fe católica debía ser el alma de la sociedad. Así fue como se edificó la Cristiandad. En la actualidad, la Iglesia conciliar no reclama más que un miserable “derecho de ciudadanía” (§ 56), esto es, la libertad de existir junto a las otras religiones. No hay que olvidar que esta especie de “instancia supranacional” que Benedicto XVI desea para moralizar el mundialismo, era hasta no hace mucho una realidad concreta sostenida por la Iglesia Católica, que unificaba bajo sus alas a las naciones cristianas. Esa misma Iglesia, tras el último Concilio, ha renunciado a encarnar ese papel, difícil por cierto, pero indispensable en vistas de una restauración social. Allí también esta encíclica del Papa Benedicto XVI marca una ruptura con la doctrina constante de la Iglesia. Dado que, como dice el aforismo filosófico, “la naturaleza tiene horror del vacío”, ¡la vía queda expedita para edificar la Babilonia de las religiones y las naciones!
Es importante destacar asimismo que la encíclica Caritas in veritate no hace ninguna alusión al reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. De hecho, para Benedicto XVI, eso ya no puede enseñarse, al modo como la Iglesia lo hacía hasta hace poco. Hay que marchar hacia una “sociedad laica de inspiración cristiana”,(8) en la que la libertad de conciencia será respetada y defendida, tal como lo pidió el Concilio Vaticano II.(9)
Así las cosas, es preciso rendirse ante la evidencia e indicar que esta encíclica está en ruptura con la enseñanza tradicional de la Iglesia. La religión católica no es una opción en términos de la restauración social, sino una necesidad para salvar a la sociedad del caos hacia el cual se precipita.
Recordemos —ya para terminar— las palabras de Pío XI: “si consideramos más atenta y profundamente la cuestión, veremos con toda claridad que es necesario que a esta tan deseada restauración social preceda la renovación del espíritu cristiano, del cual tan lamentablemente se han alejado por doquiera, tantos economistas, para que tantos esfuerzos no resulten estériles ni se levante el edificio sobre arena, en vez de sobre roca (…) Por lo tanto —y nos servimos de las palabras de nuestro predecesor—, si hay que curar a la sociedad humana, sólo podrá curarla el retorno a la vida y a las costumbres cristianas. En efecto, solamente ésta puede aportar el remedio eficaz contra la excesiva solicitud por las cosas caducas, que es el origen de todos los vicios; ésta es la única que puede apartar los ojos fascinados de los hombres y clavados en las cosas mudables de la tierra, y hacer que los levanten al cielo. ¿Quién negará que es éste el remedio que más necesita hoy el género humano?” (10)
La Fraternidad San Pío X, con motivo de las próximas discusiones doctrinales con las autoridades romanas, acometerá el difícil empeño de demostrar que el último Concilio y la enseñanza que se extrajo de él desde hace cuarenta años, constituyen una ruptura evidente y brutal con la enseñanza de siempre de la Iglesia.
Este objetivo parece sobrehumano; sin embargo, no olvidemos que la Iglesia es divina. A cada uno de nosotros corresponde rezar y hacer penitencia por esta intención, de modo que la Verdad triunfe, por la gloria de Dios, el honor de la Iglesia, la restauración de la sociedad y la salvación de las almas.
¡Que Dios los bendiga!
Padre Christian Bouchacourt
Superior de Distrito América del Sur
Notas:
1. Encíclica social de Pablo VI, 16 de marzo de 1962.
2. Para entender los peligros del mundialismo socialista, propiciado por las sectas masónicas en aras de edificar una sociedad internacional regida por los derechos del hombre contra los de Dios (cfr. Declaración Universal de los Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948), se pueden leer con fruto Epiphanius, “Masonería y sectas secretas”, edit. “Sí Sí No No”, y Aníbal A. Rottjer, “La Masonería en la Argentina y en el mundo”, editorial Nuevo Orden.
3. León XIII, “Rerum Novarum”, 15 de mayo de 1891.
4. Pío XI, “Quadragesimo anno”, 15 de mayo de 1931.
5. Benedicto XVI, La Comunión en el tiempo: La Tradición. Discurso del 26 de abril de 2006, citado en “L’Osservatore Romano” nº 18, 2 de mayo de 2006. Cfr. Padre Jean-Michel Gleize, artículo de la revista “Fideliter” nº 179, págs. 21-26.
6. Catecismo de San Pío X, editorial Río Reconquista, pág. 113, nº 890.
7. Concilio Vaticano II, constitución “Gaudium et spes”, § 12.
8. Cfr. el excelente artículo de Monseñor Bernard Tissier de Mallerais en “Le Sel de la Terre” nº 69, Hermenéutica de Benedicto XVI.
9. Vaticano II, declaración “Dignitatis humanæ”, n° 2.
10. Pío XI, ibidem.
2. Para entender los peligros del mundialismo socialista, propiciado por las sectas masónicas en aras de edificar una sociedad internacional regida por los derechos del hombre contra los de Dios (cfr. Declaración Universal de los Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948), se pueden leer con fruto Epiphanius, “Masonería y sectas secretas”, edit. “Sí Sí No No”, y Aníbal A. Rottjer, “La Masonería en la Argentina y en el mundo”, editorial Nuevo Orden.
3. León XIII, “Rerum Novarum”, 15 de mayo de 1891.
4. Pío XI, “Quadragesimo anno”, 15 de mayo de 1931.
5. Benedicto XVI, La Comunión en el tiempo: La Tradición. Discurso del 26 de abril de 2006, citado en “L’Osservatore Romano” nº 18, 2 de mayo de 2006. Cfr. Padre Jean-Michel Gleize, artículo de la revista “Fideliter” nº 179, págs. 21-26.
6. Catecismo de San Pío X, editorial Río Reconquista, pág. 113, nº 890.
7. Concilio Vaticano II, constitución “Gaudium et spes”, § 12.
8. Cfr. el excelente artículo de Monseñor Bernard Tissier de Mallerais en “Le Sel de la Terre” nº 69, Hermenéutica de Benedicto XVI.
9. Vaticano II, declaración “Dignitatis humanæ”, n° 2.
10. Pío XI, ibidem.
En el fondo creo que se mezclan tres causas para este patinazo ''papal'':
ResponderEliminar-La propia confusión del modernismo, con un lenguaje impreciso, sin detallar, que hace aflorar algún sentido pero no define nada en el fondo.
-Y derivado de esto anterior: el querer sacar ''lo bueno'' que tiene el mundo (entiéndase aquí mundo, por modernidad y mundo como uno de los tres enemigos del hombre). Dejar la puerta abierta a eso positivo que pudiere haber, pero que la Iglesia no necesita y declarando una manifiesta ingenuidad por parte del Pontífice.
-La necesidad de un orbe, de una comunidad de Naciones, de la Cristiandad que realmente sólo podría encajar si usasemos a la Iglesia como mortero de esas piezas. Pero el Papa no va en esa línea.
Por lo que se debería redefinir y detallar bien los pasos y las intenciones a seguir en esta mundialización. Se puede hacer, pero sólo desde la línea de recuperar la Cristiandad, que ni absorbe a las Naciones o a la soberanía de los Estados y a la vez no las aleja ni las hace enemigas porque en el fondo hay una causa común y sobrenatural.
Coincido con Jorge en parte, en la que destaca la insistencia del Santo Padre en la linea social de la Iglesia, así como su certero matiz de principios y no de programas, que se nos encomiendan a los laicos, a la sociedad civil. Si acaso, personalmente echo de menos un poco más de vehemencia, pero claro..., esto responde más a mi propia ansia que a la oportunidad del discurso.
ResponderEliminarHay otra parte en la que discrepo de la crítica que aquí se hace y es en su pretendido contenido globalizador, ya que el Papa no ensalza las características actuales y perversas de este proceso, sino que precisamente hace una reflexión sobre cual debe ser para los cristianos el significado del mismo. La universalidad. Principio inherente a la Iglesia, objetivo continuo de la humanidad, nuestra reunión. No deberíamos confundir los paisajes del camino, cambiantes y accesorios, con la acción principal que viene siendo el propio caminar y mucho menos con el objetivo que es el reto de un mismo destino.
Un saludo.
Si eso fuera así yo estaría de acuerdo, lo que pasa es que la universalidad de la que habla la Iglesia es la universalidad católica, el mundo cristiano, y cuando el Santo Padre habla en la Encíclica del papel que debe tener la ONU para alcanzar la paz en el mundo (una paz en el sentido mundano, no la paz de Cristo pues) o el que deben tener los organismos internacionales económicos (bastante ajenos también a los principios cristianos), me da a mí que no se trata de la misma universalidad... ¿Tiene algún protagonismo en la Encíclica el Reinado Social de Cristo o se pone el acento más bien en principios y organismos mundanos?
ResponderEliminarNo olvidemos que se trata de una Encíclica, es decir, de un documento religioso de carácter magisterial, no de uno político o cultural que pudiera justificar no entrar demasiado en aspectos religiosos tan concretos...
No obstante no me atrevo a entrar en profundidad en el tema porque, como ya he reconocido, mi lectura de la Encíclica ha sido demasiado superficial como para pretender aleccionar a nadie sobre ella.
Estimado Jorge, muy interesante el tema y el artículo que anexas en tu blog.
ResponderEliminarEs una Encíclica, como diría… “difícil”. Difícil en su composición, en mi opinión mal estructurada, poco “discursiva”.
Pero es “difícil” también en su contenido.
El artículo que propones pone de manifiesto “dudas” que se me han planteado también. Ciertamente.
Dudas que sólo releyendo una y otra vez el texto, “reconstruyéndolo”, me ha sido posible “comprender”.
Lo primero que hay que tener presente, lo que hay que superponer a todo el texto de la Encíclica, es su propio título: “Caritas in Veritate” (Caridad –amor- en la Verdad).
A estas palabras hay que darlas el concepto que tienen en nuestra fe católica. El concepto teológico que corresponde a la Caridad y a la Verdad.
Sólo así, teniendo en cuenta esto, podemos “explicarnos” algunos pasajes “desconcertantes” de la Encíclica.
Continua
Ciertamente, la caridad (que como afirma la propia Encíclica, reclama como condición mínima la justicia) en la verdad, es el verdadero leitmotiv de la encíclica.
ResponderEliminarEl progreso, el desarrollo humano (que es el objeto inmediato de la encíclica) sólo es posible (se afirma) mediante la Caridad en la Verdad.
Esto sólo, estimado Jorge, el vincular el desarrollo humano a la Caridad en la Verdad, hace que la Encíclica trascienda el debate de la cuestión social o del simple desarrollo socio- económico o político, para situarlo en el centro mismo del debate filosófico y moral que hoy se disputa entre los que niegan la verdad objetiva y afirman el mero voluntarismo como elemento constitutivo y justificante del comportamiento y de las relaciones humanas, frente a los que desde el reconocimiento de la verdad propugnamos fundar en ella la conducta personal y el orden social.
Ciertamente esta es la gran cuestión de nuestro tiempo: soberbia vs. humildad.
Obviamente es esta segunda posición (humildad) la propugnada por la Encíclica:
“Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil…, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento. La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene… en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas” (CiV. 78)
Resulta así comprensible la afirmación que llama a escándalo al Padre Christian: “Según opinión casi unánime de creyentes y no creyentes, todo lo que existe en la tierra debe ordenarse al hombre como su centro y culminación”. (Texto que no es propiamente de la Encíclica sino trascripción de la GAUDIUM ET SPES). Esto por que, frente a lo que sugiere en primera lectura, tal afirmación no proclama un paganismo humanista sino la subordinación del orden material al ser humano (lo que está perfectamente en línea, por cierto, con nuestro ideario falangista).
Tal es así si consideramos la afirmación con relación a otras que contiene la propia Encíclica (sin olvidar el espíritu general –Caritas in Veritate- que la informa).
Así, podemos leer: “Para los creyentes, el mundo no es fruto de la casualidad ni de la necesidad, sino de un proyecto de Dios. De ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como una familia, bajo la mirada del Creador”. Es decir, conforme al proyecto de Dios. (5.57)
Aún más contundente es la afirmación: “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano” (78)
Se trata, en definitiva, de fundar el orden social al servicio del hombre desde la caridad en la verdad. Desde Dios, en definitiva. No hay, ciertamente, paganismo humanista. Afirmar que el humanismo de la Encíclica parece salido de las logias es, ciertamente, injusto.
Desacertada me parece igualmente la lectura que el Padre Christian realiza sobre lo que llama mundialismo.
ResponderEliminarLa propuesta que realiza la Encíclica sobre este tema parte de dos verdades incontestables: El carácter universal de la Iglesia (por eso se llama Católica) y la unidad del genero humano que la revelación cristiana proclama (todos somos hijos de Dios y herederos de su gloria), que presupone “una interpretación metafísica del humanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial”.
Desde este planteamiento, no parece descabellado ni contrario a la fe propugnar un proceso de creciente integración de la humanidad. No parece descabellado propugnar la progresiva construcción de instituciones comunes que sirvan a la convivencia de todos los seres humanos.
Tal cosa, siendo coherente al carácter católico de nuestra fe, no conlleva por sí la negación de las singularidades históricas de los pueblos manifestadas en las Patrias. De la misma forma que lo colectivo y lo individual no sólo no deben contraponerse sino complementarse.
Afirmar que esa construcción universalista sólo puede hacerse sobre las ruinas del Cristianismo es (además de alicorta y timorata), contraria a la vocación evangelizadora del catolicismo y olvida la promesa del postrer triunfo universal del Cristo.
Yerra lamentablemente el Padre Christian cuando afirma que la Encíclica “no hace ninguna alusión al reinado social de Nuestro Señor Jesucristo “. Todo lo contrario, toda la Encíclica es una proclamación de ello; desde su mismo título.
Así, podemos leer:
“Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la Historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social…estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de las personas y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían” (3.34)
“el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento”. (1.11).
“El desarrollo humano como vocación exige también que se respete la verdad” (1.18)
En definitiva: “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano” (ya citada)
Ciertamente se propugna una sociedad laica de inspiración cristiana, pero tal cosa no puede interpretarse como la negación de los valores cristianos sino, por el contrario, su afirmación en una sociedad que ha de ser gobernada en lo terrenal por los seglares, desde la verdad.
“En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa” (5.55)
En esta tarea no se reclama, ciertamente, la exclusividad (¿puede hacerse, es conveniente a la tarea evangelizadora, salvadora, de la Iglesia hacerlo?), pero se convoca a todos a la tarea de hacer posible una sociedad inspirada en “la caridad en la verdad”. ¿No es esto lo que importa?. De conseguirse esto, ¿no trae como consecuencia la conversión?.
Se yerra también si se entiende que tal planteamiento conlleva un sincretismo que, expresamente, es negado por el Santo Padre:
“La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales”
Ítem más: “El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan en búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expectativas psicológicas. También una cierta proliferación de itinerarios religiosos de pequeños grupos, e incluso de personas individuales, así como el sincretismo religioso, pueden ser factores de dispersión y de falta de compromiso”.
En fin, Jorge, ciertamente es una Encíclica, no fácil, que ha de ser leída con detenimiento.
Estimado Deolavide:
ResponderEliminarComo no me parece correcto entrar a fondo con la Encíclica con mis superficiales conocimientos de la misma, no entraré en ello.
No obstante, creo que el Padre Christian no pretende decir que el Santo Padre sea masón, sino que el trasfondo ideológico sobre el orden mundial a que se refiere la Encíclica sí es masónico (los masones incluso se refieren al Gran Arquitecto del Universo, con lo que muchos de sus textos hasta pueden parecer cristianos a primera vista).
No obstante hay un aspecto que no quiero dejar de comentar porque me parece que tiene mucha importancia: la ambigüedad expositiva y su relación con el humanismo cristiano.
Bien, hasta mediado el siglo XX los textos papales tenían una claridad expositiva que evitaba el doble lenguaje o tener que hacer los esfuerzos hermenéuticos que tú tienes que hacer para poder interpretar de forma ortodoxa (me reconocerás que con cierto voluntarismo por tu parte, porque alguien sin tu buena formación difícilmente iba a interpretar el texto como tú lo haces, y estos textos se dirigen a orientar al común de los fieles a los no católicos de buena voluntad). Uno se lee cualquier encíclica de papas de cualquier siglo hasta Pio XII y, sea más técnica o más asequible, cualquiera de ella es "filosóficamente clara", sin ambigüedades ni dobles o forzadas interpretaciones.
Pues bien, esa ambigüedad resulta muy peligrosa cuando se introduce el elemento humanista, porque claro, el humanismo genéricamente hablando es como hablar de libertad o de democracia... Hasta los países totalitarios comunistas hablaban de eso y ya ves a lo que se referían... Obviamente hay un humanismo tomista (Dios en el centro y el hombre como ser pleno únicamente en unión a él) y un humanismo "puro" en lo que lo único importante es el hombre y donde Dios desaparece o pasa ser algo accesorio o meramente testimonial. Y entre el humanismo tomista -que para muchos no es humanismo por no poner el centro de su pensamiento en el hombre- y el "puro", hay muchas filosofías intermedias, entre ellas el personalismo cristiano (del que hay varias corrientes también, desde las más tomistas a las más humanistas puras).
(Sigue...)
Yo me posiciono claramente en las posturas personalistas neotomistas que consideran a Dios el centro del mundo y al hombre como el centro de la creación, de forma que la personalización no puede entenderse sino como perfección espiritual del hombre en referencia a Dios -nivel primero o perfecto de personalización, el espiritual-, y en referencia a la sociedad (a la Patria, a la familia, al trabajo, etc.), que es el nivel humano y material de personalización.
ResponderEliminarYo creo que el Nacionalsindicalismo se situa claramente en esta línea. José Antonio lo explica indirectamente en sus referencias a la importancia del hombre en el Sistema, al tiempo que elogia al propio Santo Tomás como el más grande pensador y culmen filosófico cristiano, pero más explícitamente lo hace en su ensayo sobre la Nación cuando asemeja la perfección del hombre hacia afuera con la de la nación, y se nota en la concepción de los derechos como consecuencia de las obligaciones y no al revés, como es propio de las doctrinas jurídicas que beben del humanismo puro -y que ponen siempre los derechos en primer lugar y las obligaciones como consecuencia de los mismos en vez de como presupuesto-. Precisamente desde esta concepción tiene sentido la idea de "fines de destino" que hace parte central de su concepto de la nación, del Estado y del hombre.
Bueno, es un tema realmente más complejo y al mismo tiempo muy interesante, pero que no puedo desarrollar adecuadamente en unas pocas líneas, pero al menos yo creo que el tema está más o menos expuesto en lo que es mi interpretación.
Pero volviendo a la Encíclica y al Magisterio de los últimos años: ¿está claro qué tipo de humanismo lo inspira? ¿Acaso no es evidente que hay que hacer un esfuerzo interpretativo bastante voluntarista para sacar una conclusión razonable?
Sinceramente, creo que hay un confusionismo filosófico en esos documentos que no se acaba de aclarar del todo, si bien reconozco que Benedicto XVI escribe con un mayor rigor que su predecesor, pero aún así... No me acaba de convencer esa falta de claridad.
Por cierto, hay un apartado, el más referido al mundialismo, que reconozco que me preocupa y que, sin caer en ninguna herejía ni nada de eso, se mueve en una línea cuanto menos peligrosa. Lo reproduzco entero según la versión oficial del Vaticano (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate_sp.html):
ResponderEliminar67. Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger[146] y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común[147], comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos[148]. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización[149], que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas.
Estimado Jorge, ciertamente, como ya reconocí, esta Encíclica reclama un esfuerzo intelectual para su comprensión ortodoxa (quiero decir, para poder encajarla en la ortodoxia). Esto, sin duda, no es una virtud.
ResponderEliminarPero la justicia y el deber de servir a la Iglesia nos obligan a realizar ese esfuerzo. Bastantes enemigos tiene ya.
Esto no implica que metamos la cabeza bajo tierra. Pero sí que situemos el mensaje en el marco que reclama el mejor servicio a la verdad. Esto interesa en sí mismo, pero también sirve a contrarrestar la interpretación tendenciosa del Magisterio que una Encíclica, ciertamente falta de claridad expositiva, pueda favorecer. Llámalo, si quieres, voluntarismo. (A veces un pelotón de soldados defiende o recupera por su cuenta el terreno cedido por un general).
Tienes razón en el aparente confusionismo filosófico que muestra esta Encíclica (y en general el Magisterio posconciliar) EN EL TEMA CONCRETO DEL LLAMADO HUMANISMO CRISTIANO. Es un tema nada baladí. Ciertamente, como apuntas, sólo un humanismo (o personalismo) referenciado a Dios puede ser llamado cristiano cabalmente. En realidad no debería hablarse de humanismo cristiano, expresión que sustantiviza lo humano en detrimento de la cualidad cristiana que lo califica. Tal vez deberíamos hablar de teísmo humanista o simplemente, dejándonos de gaitas, cristianismo o cristiandad (pues estos términos incorporan aquel concepto).
Precisamente por esto, nuestro esfuerzo debe aplicarse a situar el concepto en sus justos límites, en los que en realidad mantiene el propio Magisterio de la Iglesia, no siempre expresado en la forma más clara o inequívoca. Y ha de hacerse (en mi opinión) sin descalificar este Magisterio, no sólo porque no nos asista la autoridad requerida para ello sino porque de hacerlo no conseguiríamos más que contribuir a su desprestigio.
Lo cierto es que, tal como he indicado, toda la Encíclica ha de valorarse e interpretarse sobre el principio que le sirve de título; Caridad en la Verdad.
Su tesis, la que impregna toda la Encíclica, no es otra que la de remitir todo el orden humano (el desarrollo humano, el orden económico, social, político) a la Caridad en la Verdad. Es decir, a Dios mismo. Porque, sabemos, que Dios es amor y la verdad es el mismo Dios.
Así, la Encíclica comienza afirmando: “La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la Humanidad. El amor –caritas- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente; en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre”
Dios es Amor eterno y Verdad absoluta, sobre cuyos pilares ha de construirse la “ciudad del hombre”. En palabras (estas sí, inequívocas) de la Encíclica: “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano”. Esto, Jorge, no ha podido “cocerse” en ninguna logia.
Continua…
Desde esta perspectiva ha de entenderse el epígrafe 67 de la Encíclica que trascribes.
ResponderEliminarSé bien que el planteamiento del gobierno mundial tiene un origen “sospechoso” (por decirlo así).
Pero tal sospecha no debe proyectarse indiscriminada ni acríticamente sobre cualquier propuesta que se proponga para avanzar en una progresiva integración planetaria que, creo, es un horizonte incontestable. El progresivo desarrollo de instancias mundiales que coadyuven a la cooperación y entendimiento entre los pueblos es, a mi entender, no sólo conveniente sino necesario.
Lo sustantivo está no en el hecho mismo de la existencia de estas instancias de autoridad mundial, sino en la naturaleza de las mismas.
En este sentido, no me parece descabellada la propuesta de la Encíclica.
Se propone una Autoridad regulada por el Derecho, sometida a los principios de subsidiaridad y solidaridad, ordenada a la realización del bien común, comprometida en la realización de un auténtico desarrollo humano integral, (y esto es especialmente relevante) inspirado en los valores de la caridad en la verdad.
Se propone, en definitiva, una Autoridad mundial que haga posible un desarrollo humano integral inspirado en Dios. (Tal vez esto deba decirse así de claro prar mejor servir al verdadero testimonio de Cristo; tal vez no “convenga”, por aquello de ser astutos como serpientes, decirse claramente).
No obstante, se dice: “El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen… que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral”.
Lo cierto es que el leitmotiv de toda la Encíclica es retornar el orden humano al orden moral que se deduce de la caridad en la verdad, es decir, de Dios mismo.
Por cierto, Jorge, ¿cuándo duermes?. (no contestes, es una pregunta retórica)
Muy interesante
ResponderEliminarCafe
Fuerza y Honor
Parece evidente que el mensaje del punto 67 aquí citado por Jorge, no es sino una invitación a la reflexión sobre la deriva injusta y errática del actual modelo liberal capitalista y recuerda lo necesario de avanzar en este nuevo escenario, el de la interacción progresiva de las naciones, algo que de por sí no es negativo, precisamente en los principios del humanismo cristiano como son la justicia, la caridad o la solidaridad. Creo que sugerir el refuerzo de una autoridad internacional que garantice unos principios más allá de las actuales declaraciones de buenas intenciones no es nada descabellado. Sobre todo si este orden basado en la justicia social y la defensa de la dignidad humana sustituye al actual des-orden tan interesadamente prorrogado y tan habilmente disimulado. Vamos, con el mismo disimulo con que los explotadores del Congo belga difamaron publicamente al Santo Padre por pedir más compromiso y menos "tiritas".
ResponderEliminarUn saludo.
Pienso que llevais razón en que debería decir las cosas con más claridad, así nos evitariamos confusiones, porque actualmente hablar de mundialismo es hablar de pérdida de soberanía y de pérdida de libertad.
ResponderEliminar¿Quienes son los mundialistas que dirigen la globalización? El Club Bilderberg. ¿Podemos fiarnos de un buen gobierno de esta gente? Jamás, puesto que son los canallas que han hecho que el mundo sea tan injusto como es, todo para beneficio de sus ingresos y teniendo la mayor parte de la prensa de muchísimos países en su poder.
Actualmente oponerse a la globalización y defender la soberanía de las patrias es defender la libertad. Y el mundo lo dirigen los hombres, y no buenos hombres por desgracia, por lo que en un gobierno mundial toda disidencia quedaría aplastada, no habría forma de escapar, sería el camino hacia una sociedad mundial de amos y siervos. Y por desgracia hacia eso nos encaminamos, con muchos tropiezos de los mundialistas por la resistencia de la gente a perder su libertad y la soberanía de su patria, por fortuna.
Lástima que no hable explícita y claramente de estas cosas el Papa.
http://unamsanctamcaholicam.blogspot.com/2009/07/caritas-in-veritate-part-i.html
ResponderEliminarBrillante.
Sdos.
N.
La Globalización, tal como se esta conformando,es un proceso manufacturado, orientado y manejado por una elite financiera, para acrecentar su poder y dominio sobre la humanidad. El Santo Padre no puede desconocer esta realidad,y por lo tanto no le es permitido hablar en abstracto sobre procesos "Universalisadores" y similares; pues a la larga lo que esta en juego es la libertad espiritual del ser humano que con este proceso se ve seriamente amenazada. Y proponer participar de un proceso configurado con los criterios de Satanás es por lo menos infantil.
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