lunes, 19 de enero de 2009

La placentera vida del parásito

Hacía tiempo que venía pensando en la posibilidad de hablar de un género de seres, los parásitos, que se dan en todas las especies (animales, vegetales, humana…) y cuyo conocimiento resulta imprescindible para saber uno a qué atenerse cuando se encuentra con uno –o varios- en su vida.

Para empezar, hay una serie de elementos comunes a todos los parásitos, siendo el principal el siguiente: viven a costa de otro ser. La garrapata, por poner un ejemplo, tiene que agarrarse a un animal al que poder chupar la sangre; el político parásito, por seguir poniendo ejemplos, necesita tener siempre alguien a quien poder criticar, especialmente si se trata de alguien que defiende su propio sistema o ideología. En este apartado de la política, el parasitismo reviste formas un tanto peculiares, es verdad, pero la esencia se mantiene: una persona o un grupo político parasitario necesita mostrarse como disidente de otra persona o grupo principal, y es precisamente a su sombra y en base a su labor meramente destructiva que el parásito puede avanzar y justificar su propia existencia.

El parásito es incapaz de vivir por sí mismo, y la referencia del ser principal resulta imprescindible para él. El parásito no quiere nunca el bien del cuerpo principal (aunque él diga lo contrario para justificarse), sino el suyo propio, ocupando incluso el papel de ese cuerpo principal si posible fuera, aunque por definición no puede ni podrá nunca. Por sí mismo no puede alimentarse, es incapaz de organizar su vida, de hacer planes, de seguir una estrategia vital –o política- propia, no es capaz de crecer captando de fuera, sino que se centra en asediar a quienes forman parte del grupo del que parasita –a ver si capta algo de ahí-, y como resulta ontológicamente imposible que llegue nunca más allá que el cuerpo principal del que vive, tiene necesariamente mal carácter, es agrio, antipático, expele odio por todo su cuerpo y es incapaz de seguir su propio camino. ¡Con lo fácil que es andar detrás de los demás, al rebufo del trabajo de otros!

El parásito necesita que su odio se centre en algo o alguien concreto, y por eso si es un parásito político, tendrá que acusar sin pruebas de todo lo imaginable al objeto de su odio-dependencia: ladrón (una acusación muy socorrida), escudero –o cosas peores- (si es leal, tiene sentido del honor y no traiciona a sus superiores), dictador (porque claro, el parásito siempre quiere que se le haga caso a él –suele creerse más inteligente de lo que en realidad es, como todos los mediocres-, aunque las decisiones se deban tomar de otra manera), incompetente (para él siempre el objeto de su odio responde a la aplicación del denominado “principio de Peter” –por el cual la selección natural en la sociedad beneficia a los peores-, aunque, por supuesto, a sí mismo nuca se aplica ese mismo principio), “lefebvrista” (si es católico, porque claro, si es ateo o agnóstico no pasa nada, incluso puede quedar simpático y tolerante, pero a poco coherente que uno pueda ser con su fe católica… ¡la que le puede caer!), etc. Podría seguir, pues la casuística da para mucho, pero como tampoco se trata de aburrir al personal, con estos pocos ejemplos basta.

Con la aparición de Internet ha aparecido una nueva especie de parásito: el “parásito-forero”. Este espécimen tiene todas las cualidades del parásito clásico, sólo que su actuación es más cómoda y dañina: puede operar sin delatar su identidad (¿hay algo más cómodo que un buen “nick”?), no necesita moverse de casa o de la oficina para tratar de chupar la sangre al cuerpo principal picoteando de uno a otro lugar, difundiendo falsos rumores o visiones distorsionadas de hechos que sólo parecen cobrar trascendencia gracias a sus particulares versiones, creyéndose con una autoridad que, aunque nadie sabe de dónde le viene, él se atribuye a sí mismo para pontificar “urbi et orbe”… Y lo malo es que, gracias a Internet, este tipo de parásito tiene últimamente un predicamento verdaderamente sorprendente.

Cuando uno pasa por la vida sin hacer demasiado ruido, es posible que se tope con pocos parásitos, pero cuando uno se implica en determinados proyectos (políticos, sindicales o de cualquier otro tipo), por desgracia no tarda en conocer a muchos de estos parásitos. Si uno no ocupa puestos de responsabilidad, el parásito no suele hacerle objeto de sus picotazos y puede limitarse a convivir con él o verle desde la acera de enfrente, pero lo malo es cuando se ocupa algún puesto de responsabilidad… En ese momento uno pasa a ser un objetivo apetecible para todo parásito que se precie. ¡Qué le vamos a hacer!

En la vida –y la política también forma parte de la vida- es imposible ignorar la presencia e importancia del parásito, y como por desgracia nunca deja de estar presente, tengamos siempre presente que la mejor medicina consiste en fortalecer el cuerpo principal, procurar su máxima salud, darle una buena orientación vital y extirpar, si es posible, al parásito con el mejor tratamiento posible: el del desprecio.

Recemos cada uno de nosotros a Dios por el alma de tanto parásito como anda suelto por este mundo, aunque no sin antes pedirle un poco de caridad para evitar caer en malas tentaciones respecto a los que puedan moverse en nuestros entornos más cercanos. Antes bien, obliguémonos a ser pacientes con ellos.

Total, aunque en apariencia su vida sea placentera, la realidad es que el parásito lleva en el pecado su propia penitencia…

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo.Muy divertido, agudo, inteligente. Saludos desde Colombia.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por su comentario. Me alegra que le haya gustado.

    Reciba un cordial saludo hispánico desde este país hermano del suyo que es España.

    ResponderEliminar