jueves, 12 de marzo de 2009

Comunicado de Monseñor Fellay ante la carta a los Obispos del Santo Padre


Comunicado del Superior General de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X

El Papa Benedicto XVI ha enviado una carta a los obispos de la Iglesia Católica, con fecha de 10 de marzo de 2009, en la cual les dio a conocer las intenciones que lo guiaron en el importante paso que constituyó el Decreto del 21 de enero de 2009.

Después del reciente “desencadenamiento de una avalancha de protestas”, agradecemos profundamente al Santo Padre por haber puesto el debate en el nivel en el cual debe desarrollarse, el de la fe. Compartimos plenamente su preocupación prioritaria de la predicación “en nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento”.

La Iglesia atraviesa, en efecto, una gran crisis que sólo podrá ser resuelta con un retorno integral a la pureza de la fe. Con San Atanasio, profesamos que “todo el que quiera salvarse debe mantener, ante todo, la fe católica y el que no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna perecerá eternamente” (Símbolo Quicumque).

Lejos de querer detener la Tradición en 1962, deseamos considerar el Concilio Vaticano II y el Magisterio post-conciliar a la luz de esta Tradición que san Vicente de Lérins ha definido como “lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos” (Commonitorium), sin ruptura y en un desarrollo perfectamente homogéneo. Así es como podremos contribuir eficazmente a la evangelización pedida por el Salvador (cfr. Mateo 28, 19-20).

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X asegura a Benedicto XVI su voluntad de abordar los debates doctrinales reconocidos como “necesarios” en el Decreto del 21 de enero, con el deseo de servir a la Verdad revelada que es la primera caridad que debe ser manifestada a todos los hombres, cristianos o no. La Fraternidad le asegura su oración a fin de que su fe no desfallezca y que pueda confirmar a sus hermanos (cf. Lucas 22,32).

Ponemos estas conversaciones doctrinales bajo la protección de Nuestra Señora de la Confianza, con la seguridad de que ella nos obtendrá la gracia de transmitir fielmente lo que hemos recibido, “tradidi quod et accepi” (1Cor 15, 3).

Menzingen, 12 de marzo de 2009

+ Bernard Fellay

3 comentarios:

  1. En su carta del 12 de marzo, Mons. Fellay, además de agradecer “profundamente al Santo Padre por haber puesto el debate en el nivel en el cual debe desarrollarse, el de la fe”, manifiesta una vez más cierta apertura de su parte al Concilio Vaticano II. Digo que manifiesta una cierta apertura porque, como en ocasiones anteriores, no postula su rechazo de plano al concilio sino que propone una lectura del concilio y del Magisterio post-conciliar a la luz de la Tradición.
    En otras oportunidades ya habíamos notado el uso ambiguo del término “Tradición”, señalando al menos tres posibles acepciones que, según el contexto, el obispo le daba a dicha palabra. Por una parte era utilizada para referirse al tradicionalismo católico, una suerte de “ala derecha” de la Iglesia dentro de la cual se encuadraría la Fraternidad San Pío X que él mismo conduce; por otra parte, con el mismo término, a veces parecía referirse a la Fraternidad en sí misma, vicio de uso más o menos extendido entre la mayoría de los distintos integrantes de la congregación; y en tercer y último lugar, el obispo parecía utilizar el término en el sentido en que siempre lo utilizó la Iglesia, es decir para referirse a la Tradición de Cristo, Dios hecho Hombre.
    Ahora bien, en la carta del 12 de marzo, tras la frase en la que da su visión acerca del modo que cree conveniente de revisar el concilio y tras la utilización del término “Tradición”, Mons. Fellay nos brinda una definición del mismo término: “lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos”. La definición, como él mismo lo especifica, es una cita de San Vicente de Lérins, tomada de su obra Commonitorium.
    Más allá de lo incompleto de la definición (¿qué quiere decir “en todas partes, siempre y por todos”?), y más allá de que la misma omite a Cristo, fuente de la Tradición, cabría preguntarse quién es este santo, Vicente de Lérins, que proporciona a Mons. Fellay su definición de “Tradición”.
    San Vicente de Lérins está considerado uno de los más importantes autores semipelagianos. El semipelagianismo surgió con fuerza en el sur de Francia de la mano de Casiano, abad de San Víctor, en contraposición a la doctrina de la gracia de San Agustín.
    San Vicente, uno de los más inteligentes discípulos de Casiano, redactó, hacia el 410, sus Objeciones. Las “objeciones” estaban dirigidas a la doctrina agustiniana de la gracia. Un amigo de San Agustín, Próspero de Aquitania respondió a estas objeciones con otra obra: Respuestas de San Agustín a los capítulos de las objeciones vicentinas. El Conmonitorium, de donde Mons. Fellay toma la definición de “Tradición”, es del 434 y estaba destinado a dar los elementos para discernir la verdadera Tradición de Cristo y diferenciarla de los postulados de los nuevos herejes.
    Sucede que estos herejes eran nada menos que San Agustín, Obispo de Hipona, y sus discípulos, y que la doctrina herética y anti-tradicional que estos defendían era la doctrina de la gracia agustiniana. Dicho de otro modo: la cita de Monseñor Fellay está tomada de un libro escrito contra San Agustín.
    Hasta aquel momento, vale decirlo, estas cuestiones teológicas sobre las que trata el libro estaban abiertas, aún no caía sobre ellas una definición dogmática. Años después, en el sínodo de Orange, en 529, el Papa Bonifacio II condenó las doctrinas pelagiana y semipelagiana por heréticas, declarando a la vez verdadera la postura agustiniana. Para ese entonces, San Vicente de Lérins había muerto, por lo que la condena a sus afirmaciones no recayó sobre su persona –incluso fue canonizado. Sin embargo, quizá, habría que reconsiderar todo lo que implica citar hoy sus textos como argumento. Y aún más si uno se postula como ortodoxo.
    Llegado este punto del artículo, a modo de ilustración, vale la cita de un sacerdote, Ursicino Domínguez del Val, quién en un elogioso prólogo al Conmonitorium, dice lo siguiente:

    “…En nuestros días nadie aceptaría tampoco el principio del monje de Lérins, cual norma discriminadora de ortodoxia, sin antes poner al margen muchas reservas.
    El Conmonitorio del lerinense es uno de los libros que más historia ha dejado en pos de sí. Hoy pasan de 150, entre ediciones y traducciones a diversas lenguas. El olvido en que le tuvieron los siglos medievales ha quedado resarcido por el recuerdo que le ha dedicado la historia de la teología moderna. En los días tormentosos de la Reforma el Conmonitorio se convirtió en manzana de discordia, pues ambos contendientes, católicos y protestantes, invocaban a su favor el canon de la Tradición propuesto por el célebre monje de Lérins.”

    De más está aclarar que “el canon de la Tradición” es el que cita Mons. Fellay en su carta. Surgen de ello algunas preguntas directas y de buena fe, que no tienen otro fin que el de obtener una respuesta sincera: ¿es esta la “luz” con la cual la Fraternidad Sacerdotal San Pío X pretende sentarse a examinar el Concilio Vaticano II?, ¿es con esta idea de “Tradición” con que la Fraternidad se dispone a encarar el “necesario” debate con el Vaticano? Y si la respuesta fuese afirmativa, ¿cuál de todas las interpretaciones posibles de la mencionada definición es la que guiará a los representantes de la Fraternidad durante las futuras “discusiones”? Y aún escogiendo entre estas múltiples interpretaciones, ¿el uso de la definición vicentina de “Tradición” no abriría el juego a futuras interpretaciones heterodoxas, protestantizantes y modernizantes una vez acabadas las “conversaciones” y efectuado el tan mentado “acuerdo”?, ¿no es al menos imprudente esgrimir una definición semipelagiana en un futuro debate sobre el Concilio Vaticano II o sobre cualquier otro tema doctrinal?

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  2. dicen ser santos pero por dentro son lobos rapaces

    pobre de ellos que fueron engañados por la religion, dios los juzgara y condenara...

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  3. No entiendo muy bien el sentido del último comentario, pero en cualquier caso Dios nos juzgará a todos. Y obviamente condenará a quienes crea oportuno...

    Yo desde luego no caeré en la tentación de juzgar a los demás y de condenar a nadie.

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