Para concluir el año de la Fe, el Santo Padre, el Papa Francisco, publicó la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” sobre la predicación del Evangelio en el mundo de hoy. Debido a su extensión –289 puntos–, este documento requiere de parte del lector y del teólogo un gran esfuerzo para estudiarlo correctamente. Se hubiera podido decir más con menos palabras. Las siguientes líneas tratarán de proporcionar un primer resumen de la obra, seguramente incompleto.
I
1) La ocasión del documento es el Sínodo de los obispos que se llevó a cabo el año pasado desde el 7 hasta el 28 de octubre, sobre el tema de la nueva evangelización: “Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación” (nº 16). Al mismo tiempo este documento fue presentado por el nuevo pontífice como una suerte de directorio. Esta doble finalidad y la prolijidad del Papa tienen por consecuencia que este documento no presenta estructuras claras. Le falta precisión, rigor y claridad. Así por ejemplo, se dedica un largo pasaje a la situación económica del mundo contemporáneo y un poco más adelante se destaca la importancia de la predicación, llegando a proporcionar los detalles de su preparación. Varias veces se plantea la cuestión de la descentralización de la Iglesia; a su vez se tratan abundantemente las cuestiones ecuménicas e interreligiosas. El documento, además, no está desprovisto de contradicciones: el Papa precisará de este modo que no se trata de una encíclica social, pero seguidamente se exponen las condiciones económicas siguiendo un modelo similar al que usaron las encíclicas de los Papas anteriores.
2) El Papa Francisco habla de la Iglesia como si, hasta el día de hoy, no hubiera transmitido el Evangelio o lo hubiera hecho de una manera imperfecta. Él lamenta una actitud despreocupada, letárgica y cerrada. Esta reprimenda constante nos toca y genera disgusto. Se tiene la impresión de que, hasta ahora, pocas cosas se hicieron para la transmisión de la fe y del Evangelio. Sus comentarios siempre van acompañados de una referencia a su propia persona. El uso de la primera persona del singular (yo) se encuentra nada menos que 184 veces en el documento, y no se cuentan las palabras “mi” o “mí”. La palabra de Dios en el Apocalipsis se presenta casi automáticamente a nuestra mente: “Ecce nova facio omnia: He aquí que yo renuevo todas las cosas” (Apoc. 21, 5).
3) El documento encierra sin duda varias consideraciones positivas, que no se pueden silenciar. Mencionemos algunas:
En el nº 7 se dice: “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría”. ¡Cuánto acierto en esta comprobación!
En el nº 22 se lee: “La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29).” La acción de la gracia supera, efectivamente, todos los cálculos humanos.
En el nº 25 se recuerda que “Ya no nos sirve una simple administración”. ¡Dios quiera que los obispos y los sacerdotes valoren esta palabra y abandonen las comisiones, los comités, los foros y la vasta burocracia para obrar en verdaderos teólogos y pastores!
El nº 37 nos ofrece un hermosísimo párrafo, con una larga cita de la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino. No podemos dejar de citar ese punto en su integralidad: “Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden (S. Th. I-II, q. 66, a. 4-6). Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Gálatas 5, 6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor» (S. Th. I-II, q. 108, a. 1). Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo»” (S. Th. II-II, q. 30, a. 4.; cf. ibid. q. 40, a.4, ad 1.).”
En el nº 42 el Papa insiste sobre el hecho que la predicación debe, antes que nada, tocar los corazones: “Por ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio.”
Del nº 52 hasta el nº 76, trata de los aspectos económicos y pone de manifiesto puntos interesantes. Se condena fuertemente el capitalismo desenfrenado, que no es sino “el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista” (nº 63). “El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares” (nº 67). Y el Papa concluye en el nº 69 que es imperativo “evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio”, es decir que el Evangelio debe arraigarse en la sociedad y en la vida de los pueblos. Pero ¿por qué no habla allí, como lo hicieron sus predecesores antes del Concilio Vaticano II, del Estado católico y de la sociedad cristiana, que se presentaban como frutos de la fe católica, y también, por una consecuencia lógica, como una protección de esa fe? ¿Quizás hubiéramos esperado que además de estos lamentos legítimos sobre la economía actual, se haga referencia a “Quadragesimo anno” del Papa Pío XI, para señalar los principios conduciendo a las condiciones económicas justas?
El nº 66 plantea el tema de la familia, pero omite recordar que el matrimonio es la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, mientras que la moda actual de las uniones libres y la reivindicación de la comunión para los divorciados-vueltos a casarse, lo hubiera reclamado. Asimismo, se hubiera esperado que una mayor atención se prestase a la familia cristiana en el documento papal, puesto que por medio de ella se realiza la transmisión del Evangelio de generación en generación.
En los nº78 y 79, el Papa describe con lucidez la vida espiritual de los años posconciliares: “Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. (…) Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones.” ¡Los servidores de la Iglesia deberían tomar las armas del Espíritu y creer en la eficacia y la fecundidad de todos los medios que Cristo puso en manos de su Iglesia: la oración, la predicación integral de la fe, la administración de los sacramentos, la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, la adoración del Santísimo Sacramento del altar! En lugar de eso, sucumben a “la conciencia de derrota que (los) convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a San Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.” (nº 85)
El nº 104 tiene particular relevancia, puesto que reafirma que el sacerdocio, como signo de Cristo-Esposo, es reservado a los hombres: “El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión.”
En el nº 112 se pone de manifiesto la gratuidad de la gracia y de la obra de la Redención: “La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí.” En el punto siguiente se recuerda muy atinadamente que la salvación no es un asunto individual: “Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas.” El hombre, por consiguiente, se salva en la Iglesia y por la Iglesia, o no se salva.
En el nº 134 se subraya la importancia de las universidades y de las escuelas católicas por la predicación de la fe y del Evangelio. Se puede deplorar, sin embargo, la poca cantidad de renglones dedicados a esas obras.
El nº 214 se opone al asesinato del niño por nacer, viviendo todavía en el seno materno. Lamentablemente el Papa no se refiere de ninguna manera a la injustica cometida contra Dios, y por eso tampoco al orden natural ni a los mandamientos, sino sólo al valor de la persona humana.
En el nº 235 se enumeran sanos principios para luchar contra el individualismo: “El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas.” El párrafo entero tiene como título: “El todo es superior a la parte.” Desarrollar el tema del bien común en ese lugar hubiera ciertamente podido hacer mucho bien. Lamentablemente no es el caso.
En el nº 267 se describe admirablemente el entusiasmo misionero y la actividad apostólica: “Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre; vivimos y actuamos «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,6). Si queremos entregarnos a fondo y con constancia, tenemos que ir más allá de cualquier otra motivación. Éste es el móvil definitivo, el más profundo, el más grande, la razón y el sentido final de todo lo demás. Se trata de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su existencia.”
II
Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu, nos dice el clásico principio de moral. El bien proviene de cierta integridad, mientras que, por el contrario, si alguna parte esencial de una cosa es mala, el conjunto es malo. Las hermosas partes del documento papal, que nos alegraron, no pueden impedirnos comprobar la firme voluntad de realizar el Concilio Vaticano II no sólo según la letra, sino también según el espíritu. La trilogía Libertad religiosa – Colegialidad – Ecumenismo que, según las palabras de Mons. Lefebvre, corresponde al lema de la Revolución francesa: Libertad – Igualdad – Fraternidad, se encuentra desarrollada de una manera sistemática.
1) Primero en los nº 94 y 95, se reprimenda a los fieles de la Tradición, y hasta se los acusa de neo-pelagianismo: “Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar… Ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente… En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia.”
¿Cómo puede el Papa pensar esto? ¿Acaso no muestra precisamente lo contrario el dinamismo de los fieles católicos arraigados en la fe? Sin hablar de nuestra Fraternidad, ¿acaso se ven a los Franciscanos de la Inmaculada, una joven congregación misionera floreciente, que se encuentra ahora gravemente mutilada –si no destruida– por la intervención brutal del Vaticano? El documento añade después: “Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos.”
Según señalamos más arriba, se hace una simple alusión –en una sola oración– a las escuelas católicas, instrumentos importantes de recristianización. Estos establecimientos son precisamente para nosotros un medio de transmitir el Evangelio. En nuestra Fraternidad tenemos la alegría de abrir nuevas escuelas todos los años.
2) En este documento falta verdaderamente el sentido de la realidad, lo cual acarrea la ilusión de que la verdad vencerá por sí misma al error. Esta perspectiva se apoya sobre la parábola de buen grano y de la cizaña (nº 225): muestra “cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo.” Tal interpretación es un contrasentido respecto de la parábola y una falsificación del Evangelio.
La falta de realismo se ve asimismo en el nº 44, en el cual se exhorta a los sacerdotes a no hacer del confesionario “una sala de torturas”. Si bien tales excesos existieron efectivamente por allí o por allá a lo largo de la historia de la Iglesia, ¿dónde se ven hoy en día? ¿No hubiera sido mejor añadir un capítulo sobre la confesión –mencionando sus aspectos de liberación del pecado, emancipación de la culpabilidad y reconciliación con Dios–, como punto culminante de la nueva evangelización y de la renovación interior de las almas?
Tal ingenuidad –que no es sino un cuestionamiento del pecado original, o por lo menos de sus consecuencias en las almas y en la sociedad– se manifiesta asimismo en el nº 84, en el cual se cita el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, discurso lleno de ilusiones, del Papa Juan XXIII: “Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente… No ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina.” Lamentablemente los años posconciliares dieron la razón a los “profetas de calamidades”.
3) Resulta muy extraña la observación hecha en el nº 129, según la cual no se debe pensar que “el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable.” Esto nos recuerda inevitablemente la doctrina de la evolución de los dogmas, tal como la defienden los modernistas y tal como ha sido expresamente condenada por el Papa San Pío X en el juramento antimodernista.
Dicha actitud evolucionista se revela también a propósito de la Iglesia y de sus estructuras. La primera parte del capítulo 1 del documento lleva como título “la transformación misionera de la Iglesia”. Se presenta al Concilio Vaticano II como el garante de la apertura de la Iglesia a una reforma permanente, puesto que “hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (nº 26).
4) El nº 255 habla de la libertad religiosa como un derecho fundamental del hombre. El Papa menciona allí a Benedicto XVI, su predecesor en la Sede de Pedro, con las siguientes palabras: (la libertad religiosa) “incluye la libertad de elegir la religión que se estima verdadera y de manifestar públicamente la propia creencia.” Semejante declaración se opone claramente a la 15ª proposición del “Syllabus” del Papa Pío IX, en la cual se condena esta afirmación: “Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera guiado por la luz de su razón.”
A continuación el nº 255 contradice la doctrina de los Papas desde la Revolución Francesa hasta Pío XII inclusive. El Papa habla de un “sano pluralismo”. ¿Acaso es compatible ese pluralismo con el conocimiento de que el Verbo, segunda Persona del único Dios trinitario verdadero, ha venido al mundo para redimirlo, y que Él es la fuente de todas las gracias y que sólo en Él se encuentra la salvación?
El documento condena también el proselitismo. Hoy en día dicho término se tornó ambiguo. Si se lo comprende como un reclutamiento a favor de la verdadera religión con medios impropios, ciertamente se lo debe rechazar. Sin embargo para la mayoría de nuestro contemporáneos, se considera proselitismo no sólo cualquier actividad misionera sino también cualquier género de reclutamiento o argumentación a favor de la verdadera religión.
5) El concepto de colegialidad desarrollado por el Papa será todavía más funeste para el futuro de la Iglesia. En realidad se debería leer el nº 32 en su integralidad: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión [“nueva orientación”, en la versión alemana de la exhortación. NdT] del papado.” El Sumo Pontífice menciona allí la encíclica “Ut unum sint”, del Papa Juan Pablo II, en la cual “el Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva.” Concluye así el Papa Francisco: “Hemos avanzado poco en ese sentido.” ¿Estará decidido, por tanto, a progresar también sobre este punto? Pero ¿cuál es su visión? Lo dice claramente: “Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal.” Según nuestra humilde opinión, una conferencia episcopal nunca puede ser sujeto de una autoridad doctrinal auténtica puesto que no es de institución divina, sino que es solamente una institución plenamente humana, de índole organizacional. El papado en sí es de institución divina, lo mismo cado obispo por sí mismo así como todos los obispos dispersos por el mundo en unión con Pedro, pero no así la conferencia episcopal. Si se prosigue por este camino fatal, la Iglesia se va a desagregar muy rápidamente en Iglesias nacionales.
Leemos en el nº 16: “Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo.” Claro que no podemos esperar que la Iglesia tome posición sobre todas las cuestiones, pero los Papas del pasado siempre proporcionaron los principios de acción para la conducta tanto de los individuos como de la sociedad, y esto es lo que actualmente deberíamos esperar de la enseñanza papal. Cristo instituyó a Pedro para que apaciente al rebaño.
6) Llegamos finalmente al ecumenismo, al diálogo ecuménico e interreligioso. El nº 246 habla de la jerarquía de las verdades. Dicho término ambiguo fue previamente utilizado por el Concilio Vaticano II en su decreto sobre el ecumenismo “Unitatis Redintegratio”, en el nº 11. Seguidamente se intentó poner de lado la verdad católica y disimular lo que pudiera ser ocasión de tropiezo para nuestros “hermanos separados”. En 1982 la Congregación de la Fe intervino y declaró que el término de jerarquía de las verdades no quiere decir que una verdad es menos importante que otra, sino que existen verdades de las cuales se deducen otras verdades parciales. Agradecemos esta clarificación. La fe católica, virtud teologal, exige la aceptación de la verdad integral, en razón de Dios que se revela.
Dicha clarificación proporciona, además, un ejemplo del modo según el cual se podrían rectificar las ambigüedades del Concilio Vaticano II, a excepción de los puntos obviamente erróneos.
7) El final del mismo nº 246 nos invita, a nosotros católicos, a aprender de los ortodoxos el significado de la colegialidad episcopal y de la experiencia de la sinodalidad.
Leemos en el nº 247 que la alianza del pueblo judío con Dios nunca fue suprimida. ¿Acaso dicha alianza no era instituida por Dios a fin de preparar su Encarnación salvífica en la persona de Jesucristo? ¿No era ella una sombra y un modelo que debían dejar el lugar a la realidad: umbram fugat veritas? ¿Acaso la antigua alianza no fue reemplazada por la nueva y eterna Alianza realizada en el Santo Sacrificio de Cristo en el Calvario? ¿No se rasgó el velo del templo de arriba hacia abajo en el momento del Sacrificio del Gólgota? Según la declaración de San Pablo en el capítulo XI de la epístola a los Romanos, una gran parte o incluso la totalidad de los Judíos se convertirán al fin de los tiempos. Ahora bien esto sucederá sólo por medio del reconocimiento de Cristo, único Salvador de todos y de cada uno de los individuos, y por la integración en la Iglesia que reúne a paganos y a judíos convertidos. Fuera de Cristo, no existe otro camino de salvación separado para los Judíos. Además la Iglesia ya asimiló desde hace mucho tiempo los valores del judaísmo del Antiguo Testamento. Recordemos especialmente la oración de los salmos y los libros del Antiguo Testamento. No podemos tampoco hablar de una “rica complementariedad” con el judaísmo contemporáneo.
Los nº 250 a 253 hablan del Islam, y se lee en ellos que el diálogo interreligioso “es una condición necesaria para la paz en el mundo.” En el nº 252, cuando se cita el nº 16 de “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, se pretende que los musulmanes “confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único.” ¿Acaso los musulmanes no rechazan expresamente el misterio de Santísima Trinidad, y no nos reprochan ser politeístas por esta razón? El Papa dice además que tienen una profunda veneración hacia Jesucristo y María, usando las palabras de Nostra aetate (nº 3). ¿Acaso veneran verdaderamente a Cristo como el Hijo de Dios, igual a Él en su esencia? Casi parece ser un detalle sin importancia [en el documento romano. NdT]
En el punto siguiente el Papa llega a conclusiones concretas: “Los cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del Islam que llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y rogamos ser acogidos y respetados en los países de tradición islámica.” Este párrafo termina con una afirmación falsa y escandalosa: “Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia.” ¿El Santo Padre habrá leído el Corán alguna vez?
En el nº 254 se plantea el asunto de los no-cristianos en general y el hecho de que los signos y ritos de ellos “pueden ser cauces que el mismo Espíritu suscite para liberar a los no cristianos del inmanentismo ateo o de experiencias religiosas meramente individuales.” ¿Esto acaso no significa que el Espíritu Santo obra en todas las religiones no-cristianas y que todas son caminos de salvación? La fe del Islam en un único Dios verdadero es ciertamente –si se habla de manera abstracta– superiora al politeísmo de los paganos. Pedagógica y psicológicamente , sin embargo, es mucho más fácil convertir a un pagano que convertir a un musulmán, puesto que este último resulta integrado en un sistema socio-religioso: salir de este sistema pone su vida en peligro. Pero las religiones no-cristianas no son de ninguna manera caminos neutros de veneración de Dios, puesto que con demasiada frecuencia se encuentran mezcladas con elementos demoníacos que impiden que el hombre alcance la gracia de Cristo, que se haga bautizar y así salve su alma.
Nada hizo tanto daño al cuidado y a la transmisión de la fe durante los últimos cincuenta años como este ecumenismo desbordante, que no es sino “la dictadura del relativismo” religioso (Cardenal Ratzinger). Ese mal hizo desaparecer la definición de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, única Esposa del Cordero sacrificado y único camino de salvación. Ese ecumenismo, precisamente, transformó la Iglesia misionera en una comunidad “dialogadora” ecuménica entre otras comunidades religiosas.
En el contexto de tal ecumenismo, llamar a la Iglesia a la alegría del Evangelio y querer transformarla en una Iglesia misionera es bastante trágico-cómico. ¿Cómo puede ella pensar y obrar de una manera misionera mientras no cree en su propia identidad y en su misión?
Conclusión
Si bien la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” encierra aspectos justos, a modo de semillas dispersas, en su conjunto sin embargo no es sino un desarrollo consecutivo del Concilio Vaticano II, en sus conclusiones más inaceptables. No encontramos en este documento “caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (nº 1) sino más bien otro paso funeste hacia el declive de la Iglesia, la descomposición de su doctrina, la disolución de sus estructuras e incluso la extinción de su espíritu misionero –si bien se lo menciona repetidas veces–. De este modo “Evangelii Gaudium” se vuelve Dolor fidelium, una angustia y un dolor para los fieles.
Los católicos aficionados a la Tradición de la Iglesia deben seguir el lema del pontificado de San Pío X: Instaurare omnia in Christo, Instaurarlo todo en Cristo. Este es el único camino, la única vía “para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (nº 1). Refugiémonos, por tanto, con el Rosario diario cerca de Aquella que venció todas las herejías en el mundo.
¿De la crítica al capitalismo -mucho más clara que en los dos papas precedentes- no decimos nada?
ResponderEliminarSobre eso ya he dicho algunas cosas: me parece que sus críticas al capitalismo no son esencialmente más profundas, sino sólo más efectistas, o si se quiere, utiliza palabras más gruesas.
ResponderEliminarDesde -sobre todo- León XIII las críticas al capitalismo por parte de los papas han sido bastante expresas, llegando a su máxima rotundidad con Pablo VI y Juan Pablo II.
No obstante, las críticas al capitalismo por parte de los papas siempre me han parecido insuficientes por no ser sistemáticas. Como es lógico, se trata de críticas morales (que, a fin de cuentas, es a lo que se limita su autoridad y competencia, a lo religioso-moral), no de críticas económicas o políticas. Sin duda que el aspecto moral es el más importante, pero una crítica profunda exige mucho más, y "ese más" no es a los papas a quien corresponde hacerlo.