Foro Historia en Libertad
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"Nunca es estéril la voz del que clama. ¡Aunque parezca clamar en el desierto!" (José Luis de Arrese)
ENTRE EL ARTE Y LA BAZOFIA
(Jorge Garrido San Román; 21-VI-03)
No hace falta tener una especial perspicacia para comprender que la degeneración de una sociedad supone también la de sus principales instituciones y manifestaciones externas, siendo el arte una de ellas. Así podemos comprobar como las sociedades que alcanzan su cenit como civilización perfilan su propio concepto del arte conforme a unos cánones que se consideran clásicos, en oposición a la imperfección anterior y a la degeneración posterior que, con mayor o menor gusto, se suele producir en el período de ocaso. Es éste del arte uno de los muchos detalles que delatan la crisis de la civilización occidental, y por ello no resulta extraño que hoy ya no se tenga claro qué es arte y qué no lo es, pues hoy en día nadie se atreve a decir claramente que una obra determinada pueda ser cualquier cosa menos arte. Quien ose opinar de esa manera puede encontrarse con que la “progresía” le llame de todo menos guapo. De entrada se tratará sin duda de un ignorante, carca, inculto y hasta puede que fascista.
En la reciente Bienal de Venecia el pabellón español fue encargado al presunto artista Santiago Sierra, quien no tuvo ocurrencia más “artística” que tapar con un plástico la palabra “España”, tapiar la entrada principal y permitir el acceso sólo por la puerta de atrás a los ciudadanos españoles que enseñasen el DNI a los vigilantes de seguridad contratados al efecto. Claro que lo mejor de todo era el interior del pabellón: un local a medio hacer y lleno de porquería, basura y escombros. Vamos una verdadera obra de arte que, además, le debió de llevar mucho trabajo al presunto artista –y eso por no entrar en la legitimidad de sus emolumentos, claro-. Según los “expertos” era toda una obra maestra que denunciaba el muro que le ponemos a los extranjeros para entrar en nuestros países que, en realidad son una mierda. Vamos, arte puro. ¡Pero si hasta llegó a ser finalista para el premio de la Bienal, pese que el jurado no pudo entrar para valorarlo!
Hay quien relaciona estas tendencias “artísticas” con la importancia del compromiso del creador, pero confunden los conceptos. Una cosa es el arte comprometido -es decir, el arte con un claro mensaje que, trascendiendo lo meramente sensitivo se proyecta a lo social-, y otra cosa es el compromiso sin arte. Por ello yo no dudo de la originalidad del mensaje del señor Sierra, aunque tampoco lo comparta, pero de ahí a decir que eso es arte... ¡por favor! El arte es otra cosa, es la materialización de un sentimiento por medio de una obra creativa conforme a criterios como belleza, armonía, perfección, originalidad, transmisión de sensaciones y/o mensajes, etcétera. No es que la obra de arte tenga que atenerse a todos los criterios en la misma medida, pues los distintos estilos surgen precisamente de la distinta importancia que se le da a cada uno, pero de eso a la bazofia del señor Sierra hay un abismo. Y es que entre el arte y la bazofia hay diferencias, y decir que lo del pabellón español era una bazofia no es exagerar, sino utilizar la palabra adecuada según la Academia de la Lengua: “1.- Mezcla de heces, sobras o desechos de comida. 2.- Cosa soez, sucia y despreciable.” ¿Acaso hay otra palabra que defina mejor a ese auténtico excremento con que el señor Sierra obsequió a los amantes del arte?
Claro que también hay artistas verdaderos que deciden dedicarse al pseudoarte por razones puramente monetarias pero no porque no sean capaces de hacer obras estimables. No lo reconocerán nunca en público, claro, pero ocasionalmente pueden tener arranques de sinceridad como aquél que tuvo Pablo Ruiz Picasso en una carta dirigida a Giovanni Papini. En ella Picasso reconocía cosas como éstas:
“Desde el momento en que el arte no es ya el primer alimento que nutre a los mejores, el artista puede ejercer su talento en todos los intentos de nuevas fórmulas, en todos los caprichos de la fantasía, en todos los expedientes de charlatanismo intelectual. En el arte, el pueblo ya no busca consolación y exaltación, sino que los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencia buscan lo nuevo, lo extraño, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Y yo mismo, desde el cubismo y más allá, he contentado a estos maestros y a estos críticos, con todas las cambiantes rarezas que me han pasado por la cabeza, y cuanto menos las comprendían, más me admiraban.
A fuerza de divertirme con todos estos juegos, con todas estas paparruchas, con todos estos rompecabezas, jeroglíficos y arabescos, me he hecho célebre, y muy rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza. Y hoy, como usted sabe, soy célebre, soy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo valor de considerarme como un artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Grandes pintores fueron Giotto, el Ticiano, Rembrandt y Goya; yo soy solamente un entretenedor público que ha comprendido a su tiempo y se ha aprovechado lo mejor que ha podido de la imbecilidad, la vanidad, la avidez de sus contemporáneos. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero tiene el mérito de ser sincera.”
¿Para qué añadir más?
La Santísima Virgen María, en su condición de Inmaculada, quiso acompañarme siempre desde que comencé a decir Misa; así mi Ordenación sacerdotal, que me parece hoy tan lejana, tuvo lugar en la espléndida Catedral de la capital bonaerense de La Plata, República Argentina, cuya titular es la Inmaculada Concepción. Esta presencia maternal llegó, por la Providencia de Dios, hasta el día de mi compromiso con la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, formalizado en el marco de la sagrada acción eucarística el pasado 8 de diciembre. ¡Gracias a ti, Madre mía Inmaculada, Virgencita de Luján y Patrona de España!
Por mí condición de antiguo sacerdote diocesano conservo amistad con muchos de mis colegas, tanto en mi América natal como en mi España adoptiva. Algunos de esos compañero me han preguntado por las razones de mi resolución, tan grave y definitiva. Porque desde el punto de vista del clero oficial, que ellos aún comparten, se trataría –cuando menos- de un “cisma” personal. Un párroco de Barcelona, que me conoce mucho y según me consta me estima, se lamentaba en una carta reciente de que él y yo “ya no estemos en comunión plena”.
No soy quien para analizar aquí tales posturas, pero de mí mismo afirmo que ni sostengo ni participo de ninguna manera en ningún género de pensamiento “cismático”. Otro sacerdote inquiría alarmado: “¿Te readoctrinarán en Suiza?” Los miembros de la Hermandad con quien trato, obispos y sacerdotes, son empero, sencillamente, católicos romanos en su acción y en sus ideas. Lo que vivo en la casa a la que ahora pertenezco es espíritu sacerdotal católico alentado por la caridad fraterna, la esperanza y la fe compartidas. El Santo Sacrificio de la Misa que ofrecemos es aquel que Jesucristo encomendó por los Apóstoles a su Esposa, la Santa Madre Iglesia Católica, y que ella celebró por medio de sus sacerdotes durante dos mil años. Los sermones que escucho de mis cofrades exponen a los fieles la doctrina católica y su moral. En pocas palabras, yo, que era católico romano y que durante décadas, siendo laico primero, seminarista luego y finalmente sacerdote, me sentí en realidad ajeno a la Iglesia conciliar y sólo tolerado en sus filas por motivos prácticos, experimento lo que al convertirse el Cardenal Newman llamó su coming home: aquella tender Light, la “suave luz” a cuya guía se encomendó en sus muchos años de cismático y herético anglicano (de buena fe), misteriosamente –porque así actúa la gracia en quienes a ella con humildad se confían- lo había llevado a la Iglesia de Roma, donde encontró su hogar –para él no siempre confortable por la envidia de los mediocres- y su santificación según la voluntad de Cristo.
En mi caso la participación en la herejía neomodernista fue material, en cuanto ante Dios, con temor y temblor, puedo reconocer en conciencia; a pesar de los esfuerzos al final inútiles de algunos que querían permanecer fieles al Catolicismo sin cuestionar el Concilio Vaticano II pública y firmemente (en primer lugar el llorado Arzobispo platense que me confirió el Orden Sagrado), era el aire envenenado que, proveniente de la Roma actual, se respiraba por fuerza en las diócesis a las que pertenecí o en las que actué, en los movimientos a los que asesoré, en la curia diocesana en la que con denuedo estuve al servicio del Ordinario local. Pero la sensación y mejor aún la convicción certera de haber vuelto a casa es semejante, y aun mayor, porque yo fui criado como católico y John Henry Newman como protestante fervoroso. Por eso él, erudito historiador de la Iglesia antigua, aseguraba haber descubierto, deslumbrado por la verdad, en cierto punto final de sus estudios sobre la herejía arriana que la Iglesia de Inglaterra del siglo XIX estaba en el lugar del heresiarca Arrio y que la Iglesia de Roma (¡ah! La Roma de sus años) permanecía en el mismo lugar que la de los Papas y obispos que en el siglo IV confesaban la verdadera fe apostólica. Conocemos la heroica decisión de Newman.
Pero yo no soy más que un desconocido sacerdote que, ya hombre maduro, quiere servir a Cristo y su Santa Iglesia, sin separarse de ninguno que profese la Fe cristiana tradicional, aquella que todos los católicos sostuvieron siempre en todo lugar. Cuando era no más un muchacho, recuerdo con afecto que, especulando despreocupadamente acerca de nuestro futuro, una compañera de estudio decía de mí: “Sólo le interesa la Iglesia” ¿Podía haber actuado de otra manera ante la evidencia de la Tradición vivida, conocida, cultivada y encarnada en esta “obra de la Iglesia” que hace cuarenta años fundó el venerado Arzobispo Marcel Lefebvre a fin de que no faltaran nunca a la iglesia el Santo Sacrificio de la Misa y los sacerdotes que sepan ofrecerlo según el rito romano sancionado por San Pío V como síntesis admirable e insuperable de la Santa Doctrina de Cristo expuesta por los Padres de la Iglesia y los Sagrados Concilios del pasado?
Un rector de mi Seminario modernista enseñaba que es ilusión comprensible en el seminarista soñar con el día que presidirá la Eucaristía en medio de los pobres: “Desde ese rol de pastor los animará, los promoverá, ofrecerá a Dios el cordero de sus sufrimientos y el vino de sus alegrías”, etc. La religión del hombre enseñada a los jóvenes del Concilio… yo comprendía la inconsecuencia e incluso la criminal superficialidad de la formación allí impartida, la falsedad de una Iglesia convertida en promotora social y el sacrilegio de sus sacerdotes revestidos de animadores comunitarios. Sufría porque cada Misa moderna que decían era una Misa que des-decían, un tributo ofrecido no al Creador y Redentor, sino a la criatura. La Misa que hizo a la Iglesia y a la Civilización cristiana estaba interdicta para nosotros y, en todo caso, era una pieza de museo indeseable en el mundo de hoy y en la supuesta Iglesia aggiornata.
La bondad de Cristo ha querido librar de esa ideología perniciosa y de sus consecuencias a nuestra Hermandad, cuyo fin primero es el bien integral de los sacerdotes, a los que socorre y apoya, como lo hizo Monseñor Lefebvre en persona, para que no desfallezcan perdiendo su identidad frente al embate criminal del posconciliarismo. En su tenaz resistencia se manifiesta la fuerza del Salvador; por esa gracia en nuestros a veces humildes altares arde sin embargo constante la zarza gloriosa que no se consume y el sacerdocio alcanza su máxima grandeza de alabanza, intercesión y propiciación, aunque esté oculto y sea perseguido. ¿No es también propio del sacerdote católico compartir el oprobio que cayó sobre Cristo clavado en la Cruz por el pecado del mundo?
Recuerdo para terminar la preocupación de lo que para algunos amigos de antaño ha sido mi adopción del “integrismo fundamentalista de la extrema derecha católica”. Si la expresión no fuera tan poco exacta para describir a los seguidores y continuadores de Monseñor Lefebvre, ¡qué gran cumplido se nos estaría dedicando! Conservamos íntegros los fundamentos que no pusimos nosotros, sino Jesucristo y sus Apóstoles por mandato suyo. Renegamos con todas nuestras fuerzas de la Revolución contra el trono del Altísimo; ¿no es ella acaso la que, con las armas de la Filosofía de las Luces y los oscuros manejos históricos de masones y judíos, aliada a la izquierda internacional de la política y la cultura ateas, sumado el impulso del orgullo liberal, desata cada día su guerra para derrocar a Dios y su Reino en el mundo y en las almas, que es la Iglesia católica romana? Esperamos por la bondad de nuestro Rey y Señor, al que servimos como apóstoles de Jesús y de María, ser llamados un día a su derecha, cuando triunfe sobre todas las herejías el Corazón Inmaculado de su Madre y Madre nuestra. ¡Oh Señora del cielo y de la tierra, sólo te ruego que inspires a muchos sacerdotes determinarse a hacer en este tiempo lo que corresponde a nuestra condición de ministros de tu Hijo para que su Sagrado Corazón venza, reine e impere en todas partes sobre los hombres, los pueblos y las naciones!
(Noam Chomsky, "Visiones Alternativas")
1. La estrategia de la distracción El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. ”Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
2. Crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.
3. La estrategia de la gradualidad. Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.
4. La estrategia de diferir. Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.
5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad. La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.
6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido critico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…
7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad. Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…
9. Reforzar la autoculpabilidad. Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución!
10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen. En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.
El Sindicato Unión Nacional de Trabajadores (UNT) se manifiesta claramente en contra de la nueva reforma del sistema público de pensiones. El acuerdo al que han llegado el Gobierno con los falsos sindicatos CCOO y UGT (con el anunciado apoyo de la CEOE y del PP) consiste en ampliar de forma gradual a 25 años el periodo cálculo de la cotización (actualmente es de 15 años), lo que, según un informe de Labour Asociados para la Seguridad Social, y calculando sobre 20 años en vez de 25, bajaría las pensiones una media de 60 euros (algo más de un 5%), si bien muchas voces han defendido en los últimos años ampliar el cálculo de las prestaciones a toda la vida laboral, lo que reduciría su importe medio un 30%. A ese acuerdo se añade el retrasar la edad de jubilación de 65 a 67 años (pudiéndose jubilar a los 65 quien haya cotizado 38,5 años), lo que supondría, según un reciente estudio de AXA, una reducción adicionas de entre un 17,3% y un 21,3% en las pensiones.
En teoría, según denuncia UNT, la ampliación supondría un beneficio para algunos cotizantes y un perjuicio para la inmensa mayoría de ellos. Saldrían perjudicados aquellos que son expulsados del mercado laboral a partir de los 50 años y, por lo tanto, sus últimos 15 años de cotización quedan deteriorados y son peores que los anteriores. Pero en una carrera laboral tradicional, los últimos años cotizados normalmente son los mejores y, por ello, un aumento del plazo de cálculo provocaría una rebaja de la cuantía de la pensión por diluirse estos últimos años en un cómputo en el que se tendrán en cuenta muchos años con menor cotización.
Los dos argumentos más importantes tradicionalmente esgrimidos para criticar el actual modelo son los siguientes:
1.- La demografía apunta en un sentido preocupante. El primer informe que predijo esto fue de 1995 (del Servicio de Estudios de La Caixa y los investigadores de FEDEA), y vaticinaba una proyección poblacional que no se ha cumplido ni de lejos (a causa de la inmigración fundamentalmente), un déficit para 2025 del 1,3% del PIB (algo que obviamente no va a suceder, al menos en esa fecha, pues actualmente el superávit anual ha supuesto la creación de un fondo de reserva de cerca de 65.000 millones de euros), y un montón más de datos que no se han cumplido (número de pensionistas para 2010, porcentaje del PIB necesario para mantener las pensiones, número de cotizantes a la Seguridad Social, etc.). Los expertos simplemente no dieron ni una.
Aquí hay dos aspectos a tener en cuenta. El primero es que la inmigración ha mitigado notablemente los efectos negativos que se esperaban a causa de la escasa natalidad. Sin los seis millones de inmigrantes que hay en España la situación de la Seguridad Social sería notablemente peor, ya que casi todos ellos están en edad de trabajar y su nivel de natalidad es más elevado que el de los españoles. La inmigración ha supuesto efectos negativos en otras materias, pero desde luego no en esta. Y eso son datos objetivos difícilmente rebatibles.
El otro aspecto demográfico a tener en cuenta es el de que la inversión de la pirámide poblacional tiende a equilibrarse a largo plazo. Es decir, la reducción de la natalidad producida desde los años 80 supone que a partir de 2060 (momento en el que habrá unos 16,5 millones de pensionistas –el doble que en 2010–) el número de pensionistas se reducirá notablemente año a año y se volverá al equilibrio aproximadamente en una década (incluso podría volverse a una pirámide clásica si se incrementara la natalidad).
El principal problema, pues, resulta ser transitorio. Lo verdaderamente importante es conseguir un cuantioso fondo de reserva para afrontar las dificultades que se van a dar entre los años 2040 y 2060, que son los años realmente problemáticos para el actual modelo de pensiones.
No obstante, hay un dato que sí hay que tener en cuenta seriamente, y es el del aumento de la esperanza de vida. Su efecto es importante. No tanto como se dice cuando se relaciona con la inversión de la pirámide poblacional, pero aún así hay que reconocer que es importante, aunque sin llegar a ser determinante (sólo lo sería en combinación con otros factores de tipo económico, productivo y financiero). Pese a todo, el dato del aumento de la esperanza de vida es una verdad a medias, ya que dicho aumento no se ha debido sólo a que los ancianos vivan más tiempo -que también-, sino en no menos importancia a la gran reducción de la mortalidad infantil en las últimas décadas. Por tanto, el dato relevante no es el de la mayor esperanza de vida, sino el del tiempo que un pensionista cobra la jubilación hasta que fallece, y si bien se ha ido incrementando progresivamente, lo cierto es que sólo lo ha hecho en algo más de dos años desde que se implementó el actual modelo.
Y es que, más que el de la población, el problema es que los jóvenes se incorporan al mundo laboral cada vez más tarde mientras los trabajadores veteranos son expulsados del mismo cada vez más pronto. No es sostenible el modelo si se empieza a trabajar a los 30 años y con contratos temporales, se prejubila uno a los 55 habiendo cotizado apenas 20 años por culpa de los largos períodos de desempleo cobrando ayudas públicas, y se vive hasta los 85 años.
2.- Los fondos privados de pensiones. El debate sobre la reforma de pensiones viene siendo azuzado especialmente desde la banca y las aseguradoras para potenciar la opción por su negocio de los fondos privados de pensiones. La realidad ha puesto en evidencia la poca seguridad de esos fondos. Miles de personas han perdido gran parte de sus ahorros en los fondos privados de pensiones, y sin embargo el Sistema sigue incentivándolos porque son una constante fuente de ingresos que revierten en el propio Sistema en la medida en que son invertidos a cambio de una rentabilidad que no siempre se produce y que desde luego no está garantizada.
Del debate de los años 90 sobre la necesidad de pasar de un sistema de pensiones de reparto (los que trabajan pagan las pensiones de los jubilados) a uno de capitalización (la pensión a recibir será el resultado de lo capitalizado en el fondo de pensiones durante la vida laboral), se ha pasado al debate sobre la necesidad de reducir las pensiones públicas a un mínimo “sostenible” y obligar a complementarlas con el fondo privado de capitalización. La idea de la capitalización como forma de incentivar la responsabilidad individual podría ser en parte positiva si se incardinara dentro del sistema público de pensiones, pero lo que hace sospechar que hay gato encerrado es que todos los que lo proponen se empeñan en que esos fondos basados en la capitalización han de ser privados… Y es que no puede obviarse el hecho de que la capitalización siempre es más interesante para quien tiene más capacidad de ahorro, lo que perjudica claramente a las personas de menor renta. Se puede tener mucha voluntad de ahorro para capitalizar y no tener la capacidad suficiente para garantizarse una pensión digna, por lo que la capitalización como modelo no garantiza criterios de justicia (y eso por no hablar del mayor reto que supone para este modelo el incremento de la esperanza de vida).
Medidas a tomar
A corto plazo UNT considera que se imponen medidas como el que sólo las prestaciones contributivas se cubran con lo recaudado por las cotizaciones. Actualmente se siguen incumpliendo las previsiones del Pacto de Toledo en este aspecto, de forma que la previsión de que en 2013 se llegue a cumplir dicho acuerdo se antoja imposible (unos 4.266 millones de euros de cotizaciones se siguen destinando a complementos de mínimos no contributivos, lo que supone el 5% del gasto anual en pensiones). También podría establecerse un ligero incremento de las cotizaciones, se debe desarrollar un sistema de apoyo real a las familias para fomentar la natalidad (incluyendo la penalización del crimen del aborto) y equilibrar la pirámide poblacional lo antes posible, y, sobre todo, debe emprenderse un ambicioso proyecto de fomento del empleo que logre aumentar el número de cotizantes a corto plazo (aunque para consolidar esto es necesario cambiar el modelo económico y financiero actual).
Además, debe adelantarse en lo posible la edad de entrada en el mundo laboral dignificando las profesiones no universitarias, al tiempo que debe alargarse la edad de jubilación real (63 años) para acercarla lo más posible a la hasta ahora legal (65) y conseguirse una mayor estabilidad laboral a lo largo de la vida, pues cada vez es mayor el tiempo que un trabajador pasa en situación de desempleo.
También pueden lograrse grandes resultados incentivando más el retraso voluntario de la edad de jubilación, algo que siempre es mejor que el retraso obligatorio e indiscriminado, pues en algunas profesiones con 67 o incluso 70 años se está en plenitud de facultades y se puede tener ganas de seguir trabajando, mientras que en otras ya resulta duro trabajar con 60. Aquí el acuerdo supone una solución intermedia consistente en permitir la jubilación a los 65 años de quienes hayan cotizado al menos durante 38,5 años y retrasar al resto la jubilación hasta los 67 . Esto podría ser más o menos aceptable en los tiempos en que la estabilidad en el empleo era la nota dominante, pero en una época caracterizada precisamente por la precariedad, por la dificultad de acceder al mundo laboral y por la prematura expulsión del mismo antes de cumplir los 60 años, el resultado de dicha propuesta dará lugar a muchas injusticias si antes no se atajan los problemas estructurales, algo imposible de hacer en el sistema capitalista actual.
En cuanto a las medidas que pueden tomarse a medio plazo, desde UNT planteamos la posibilidad de suprimir los regímenes especiales y que todos los trabajadores –al menos los que lo hacen por cuenta ajena, pues el caso de los autónomos es más complejo– se integren en el Régimen General de la Seguridad Social, ya que la principal diferencia entre esos regímenes y el general consiste en que las cotizaciones sociales realizadas por la empresa son menores. Esa consideración tenía más sentido en los tiempos en que las diferencias de productividad entre los diferentes sectores eran mayores de lo que son hoy en día, si bien para adoptar esa medida sería preciso afrontar previamente el reto de rediseñar el futuro de la agricultura, de la minería y del trabajo en el mar. La situación de esos sectores no aconseja unificar los regímenes a corto plazo y sin afrontar ese problema, pero eso es algo que puede hacerse perfectamente a medio plazo.
Los ingresos obedecen a un modelo que también debe redefinirse, ya que es el aspecto más fluctuante en los momentos de crisis económicas. En tal sentido, el sistema capitalista supone una dificultad añadida en cuanto impide plasmar los incrementos de la productividad en un incremento correlativo de la contribución, dado que los márgenes de ganancia capitalista requieren crecimientos exponenciales para poder pagar los intereses del capital y mantener al mismo tiempo los beneficios empresariales que garanticen la viabilidad. La eliminación de esos intereses capitalistas permitiría que, en un sistema con una banca nacionalizada y con una función social y productiva, unido a una sindicalización efectiva de las empresas según el modelo nacionalsindicalista, gran parte de los beneficios empresariales podrían dedicarse a nutrir el sistema de Seguridad Social.
A largo plazo UNT considera que no hay otra solución que la de alterar el Sistema económico y de previsión social actual, acabando con la usura, con la banca privada y con la asignación de la plusvalía al capital, de forma que todo ello integre un sistema nacional basado en la gestión de los propios trabajadores por medio de sindicatos unitarios, tal y como propone el Nacionalsindicalismo.
En conclusión, desde UNT se considera necesario afrontar los grandes retos del sistema de Seguridad Social, pero partiendo de la idea de que no basta con tomar medidas a corto plazo ni deben tomarse tampoco medidas injustas. El problema reside principalmente en el Sistema capitalista, en su modelo productivo y el mundo laboral que genera, así como en la injusta manera que tiene de distribuir los beneficios derivados de los incrementos de productividad. Sólo un sistema económico más justo, como el Nacionalsindicalismo, puede servir de base a un sistema de seguridad social más equitativo y asentado sobre unas bases más sólidas.