domingo, 12 de octubre de 2025

El gran reto del siglo XXI (Jorge Garrido San Román)

Asistimos a una época de cambios profundos. Muchos de ellos se intuyen de forma cada vez más clara, pero otros no tanto, de forma que, aunque la crisis más grave de la sociedad actual es sin duda alguna la moral (a lo que no es ajena la creciente crisis religiosa que afecta al mundo católico), en esta ocasión trataremos exclusivamente el gran reto en el orden material (económico y laboral) que tendremos que afrontar en las próximas décadas y que nadie parece querer ver (y menos aún afrontar).


Ello nos obliga a los falangistas a alertar sobre la situación actual de la economía en general y del mundo del trabajo en particular, especialmente de las amenazas que se ciernen sobre los trabajadores, dado que vivimos en un sistema económico que ha agotado su capacidad de crecimiento y oferta de empleo: desde el año 2.000 es un hecho constatable que la productividad crece más que la capacidad para dar empleo, y esa tendencia aumenta año tras año sin la menor perspectiva de que se pueda invertir. Los datos estadísticos sobre horas trabajadas y sobre productividad y empleo son muy  esclarecedores al respecto: la era del pleno empleo se ha ido y no va a volver, lo que coloca especialmente a la juventud con unas perspectivas de futuro poco esperanzadoras.





Durante el siglo XIX vimos cómo la tecnología (motores) en el sector agrario redujo progresivamente la necesidad de mano de obra, produciendo cada vez más bienes con menos necesidad de trabajadores. El excedente de mano de obra en el sector agrario se desplazó al sector industrial, hasta que en los años 70 del siglo XX con la introducción de nuevas tecnologías (el microchip y sus derivados informáticos) se fue reproduciendo el mismo fenómeno: cada vez la industria producía más bienes necesitando menos mano de obra. Esto obligó a buscar un nuevo sector que pudiera absorber el excedente de mano de obra en los dos sectores anteriores: el sector de los servicios. Pero entrando en el siglo XXI un nuevo avance tecnológico (la digitalización y la inteligencia artificial) está repitiendo por tercera vez el mismo fenómeno: también en el sector de los servicios se está aumentando la oferta con menor necesidad de mano de obra.

Así pues, sobrepasados por la era digital que desplaza al ser humano y hace cada vez menos necesario nuestro trabajo, cada vez más sustituido por programas informáticos, aplicaciones, robots e inteligencia artificial, estamos ante una realidad incómoda: la de la llamada “Cuarta Revolución Industrial”. ¿Y qué sector económico puede absorber ahora el exceso de mano de


obra? Ninguno, pues el nuevo sector de la tecnología digital que podría absorberlo no lo puede hacer por ser un sector poco intensivo en mano de obra, ofreciendo muchos menos empleos de los que destruye. Por eso el incremento del desempleo desde hace 25 años se ha vuelto un creciente problema estructural al que nadie sabe dar una respuesta.

Como el Sistema actual no encuentra una solución a los acuciantes problemas sistémicos que padece, y dado que el “keynesianismo” que promovió el denominado “Estado del bienestar” ha agotado sus posibilidades a base de endeudamiento, déficit y un agobiante sistema impositivo que exprime a todos para mantener un Sistema ya insostenible, en un giro de 360º parece que ahora se pretende volver al punto de partida del capitalismo: el liberalismo puro y duro de los siglos XVIII y XIX. Así vemos cómo desde hace dos décadas se está desmontando poco a


poco el mencionado “Estado del bienestar” (con políticas de privatización y reducciones salariales, como demuestran las estadísticas sobre la participación de las rentas del trabajo en el PIB) y en muchos países el discurso del liberalismo más radical cobra cada vez más fuerza, e incluso llegando al poder en algunas naciones, a base de defender la práctica desaparición del Estado, acusándolo de “totalitario” y enemigo de la libertad (lo cual en muchos casos es cierto, ya que los estados incapaces de encontrar soluciones tienen tendencia a lograr la estabilidad social a base de autoritarismo), pero el extremo contrario, es decir, la vuelta a la “ley de la selva” no es ni puede ser tampoco una solución al problema de fondo. Las consecuencias de la vuelta al liberalismo salvaje no pueden ser otras sino las que ya ocasionó en siglos pasados: pérdida de derechos sociales, precarización de los trabajadores, salarios y pensiones más bajas, sanidad y educación para quien pueda pagárselos, etc. En definitiva, un retroceso en materia social que no ha hecho más que comenzar y para el que las élites mundialistas llevan tiempo preparándonos desde sus

instituciones, como el Foro Económico Mundial, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, etc. Según ellos, en el futuro tendremos menos pero seremos felices, tendremos todos una renta básica para compensar la falta de ingresos por falta de trabajo, podremos dedicarnos más al ocio... Todo tan “bonito” como irreal, pues su falsa solución se basa fundamentalmente en generar estructuras que nos hagan aún más dependientes del propio Sistema para así tenernos más controlados y sumisos.

Todas esas falsas soluciones se ofrecen a causa de la incapacidad para encontrar soluciones técnicas reales a un problema (la sustitución del hombre por la tecnología) que sólo puede afrontarse de forma solvente cambiando el modelo económico y productivo, algo que ellos no van a hacer, pues implicaría su desaparición como élite económica.


Y con esto llegamos al “quid” de la cuestión: ¿qué solución viable hay? La respuesta no está al alcance de todos, pero sí al de los falangistas, ya que no tenemos servidumbres con el Sistema y somos conscientes de la necesidad de cambiarlo. Efectivamente, es necesario tanto evitar en lo posible la dependencia de las personas del Sistema como que la tecnología sustituya al hombre. Pero si se fomenta la dependencia y que la propiedad de las empresas no sea del hombre, sino del capital, el hombre siempre será tratado como un simple factor productivo más, y por tanto, cada vez más prescindible. Sólo un modelo productivo que integre al hombre como centro (propietario y responsable) de la producción de bienes y servicios podrá integrar los avances tecnológicos sin prescindir de sí mismo y sin generar excesiva dependencia, lo que nos lleva directamente a la clave del futuro: la economía sindicalista. 

El Nacionalsindicalismo ofrece la solución necesaria: fomento de la autonomía de las personas para que puedan vivir de su propio trabajo, incentivo de la iniciativa privada compatible con el interés nacional, implantación del modelo de empresa de propiedad sindical que introducirá los avances de la tecnología compaginándolos con el empleo y sin despedir trabajadores sólo para optimizar resultados, una banca nacional al servicio de las necesidades financieras de las empresas y los autónomos, una moneda soberana que sirva a los intereses de la economía española y nacionalización de los recursos naturales y  energéticos, así como de los estratégicos en general. Y todo ello amparado por un Estado Nacional que no esté al servicio de las élites mundialistas, sino de la Nación. ¡Es urgente liberar al Estado, hoy secuestrado y puesto al servicio de intereses espurios, para que vuelva a manos de la Nación y esté a su servicio y el del pueblo!

Sólo una economía Nacionalsindicalista y un Estado Nacional pueden garantizar que las personas y la Nación estén protegidas frente a esos intereses espurios y tengan futuro.

De la negra oscuridad que se avecina sólo se podrá salir con una luz poderosa e intensa, la luz del futuro que debe iluminar el camino a seguir, la luz del Nacionalsindicalismo. Somos la única esperanza de futuro y pronto la juventud española no sólo lo va a comprender, sino que lo va a hacer realidad ella misma. ¡De la juventud depende el futuro de todos!

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