sábado, 31 de enero de 2009

Un gran obispo hace unas declaraciones indebidas y todos deciden hacer leña del árbol caído: no es justo

Es increíble lo sucedido estos días respecto a las desafortunadas declaraciones de ese gran obispo de la HSSPX que es Monseñor Richard Williamson, y cómo ni sus disculpas ni las censuras y medidas disciplinarias del Superior General de la HSSPX, Ms. Bernard Fellay, han servido para calmar a los "progres" y modernistas que no saben cómo hacer daño al Santo Padre y a la HSSPX.

Paso a reproducir un artículo muy bueno sobre este caso y la carta de disculpas de Ms. Williamson:


SOBRE EL REVUELO Y COMENTARIO ACUSADORES HACIA SU EXCELENCIA MONSEÑOR RICHARD WILLIAMSON

Opinión. Por Cecilia M. de M. Thorsöe O.

http://santaiglesiamilitante.blogspot.com/2009/01/sobre-el-revuelo-y-comentarios.html


No es de mi agrado tener que hacer pública una consideración, pero la conciencia no permite callar ante la multitud de críticas gratuitas e injustas de las cuales ha sido objeto Su Excelencia, Monseñor Richard Williamson en el transcurso de la última semana.

Sorprende la indolencia de los acusadores al no considerar factores tan básicos como el cansancio físico e intelectual de un obispo que debió viajar por más de 8 horas, cambiar de horario de sueño, celebrar misa pontifical, cumplir con ciertas obligaciones, etc., y que, al momento de dar, por caridad, una entrevista, es sorprendido con preguntas insistentes acerca de un tema comprometedor.

¿Por qué digo que la entrevista fue concedida por caridad? Por la sencilla razón de que el pueblo sueco ha sido conmovido los últimos años por una noticia sorprendente: un conocido y querido ex pastor luterano abjura del protestantismo, se convierte a la Iglesia Católica, ingresa en el seminario de la FSSPX, ubicado en Alemania, es ordenado diácono, este año será ordenado sacerdote y los centenares de suecos, fieles protestantes que se confesaba con él y que rezaba el rosario, llevando una vida más católica que protestante, seguirán al futuro sacerdote católico cuando regrese a tomar posesión de una capilla.

Ese es el motivo por el cual la prensa sueca entrevistaría al obispo católico y ese es el tema sobre el cual versaría la entrevista. Monseñor la concedió caritativamente, ciertamente con la voluntad de aclarar y llevar la verdad a muchas almas suecas que querían escucharlo hablar. Es obligatorio para nosotros atribuir estas nobles intenciones al obispo, pues como tal, su primera obligación es dar hasta el último respiro por la salvación de las almas, aún cuando esto implique dar una entrevista en condiciones físicas de cansancio extremo. Es obligatorio creer sinceramente en la inocencia de la intención de un obispo que ha demostrado un ejemplo extraordinario durante su vida apostólica.

Los comentarios, emitidos por fieles católicos, han sido de una liviandad y superficialidad que parecen acusar una falta de oración y de vida interior de las personas que los han emitido. Me explico:

La prueba del amor a Dios está en nuestro comportamiento con el prójimo. Si alguno dice amar a Dios y, en cambio, trata injustamente al prójimo quitándole el principio básico de inocencia y, en algunos casos, su honra, su reputación, sin tener pruebas para ello, estamos mal. A Monseñor Williamson se le han atribuido intenciones segundas y se le ha culpado gratuitamente, sin considerar su inocencia como la base sobre la cual se debe partir antes de culpar a alguien.

Es cierto que hubo un error por parte de Monseñor Williamson, pero un error involuntario no es un pecado, como posiblemente los demás cometemos al deshonrar y faltar públicamente el respeto a una autoridad de la Santa Iglesia sin tener certeza de lo que decimos. Hubo un error y este error trae la consecuencia proporcional a lo ruidoso que sea el aludido, conforme al poder de prensa que el afectado tenga.

Ahora bien, quien cometió el error ya fue oportunamente reprendido por la persona a la cual corresponde este deber: el Superior General de la FSSPX.

Cuando la autoridad falla, es el deber de los fieles corregir, dentro de los límites de respeto conformes a lo que amerita la situación. Sin embargo, este NO es el caso, puesto que el Superior General de la FSSPX se ha pronunciado fuerte y claramente, reprendiendo públicamente a la persona que cometió el error.

Cuando la persona que comete un error demuestra rebeldía ante la corrección de su superior, entonces es deber de los fieles alzar la voz y corregir al que ha errado, pero este NO es el caso, puesto que Monseñor Williamson ha demostrado su sumisión, respeto y obediencia al superior.Por los dos motivos anteriores, los fieles católicos debemos guardar un silencio respetuoso y confiado hacia la autoridad, pues ella ha comunicado públicamente que ya conversó con el involucrado y lo corrigió, por lo que cualquier comentario odioso por parte de los fieles no viene a ser necesario ni prudente. Es una falta de respeto a la autoridad de un superior que los subalternos no consideren suficiente la gestión de éste, "aportando" opiniones que sólo contribuyen a la división en la hermandad. Esas opiniones fastidiosas están demás desde el instante en que la autoridad competente se ha pronunciado de manera tan perfecta como lo hemos visto. A los fieles nos toca admirar en un silencio respetuoso el valor inmenso de dicha autoridad.

También nos toca, aunque para muchos sea a regañadientes, aprender a profundizar y contemplar la sumisión, humildad, obediencia y mansedumbre de un alma que ha sido humillada literalmente ante todo el mundo, primero por el error cometido y luego por la correción pública correspondiente. Debemos profundizar la mirada y apreciar el orden excepcional que ha habido en un superior que sabe cuándo y cómo corregir y ante un obispo que sabe, no sólo hablar de humildad, sino sobre todo practicarla, sin justificarse, sin excusarse, asumiendo obediente y silenciosamente su culpa, en un grado al cual no muchos seríamos capaces de llegar. Estamos hablando de virtudes sobrenaturales y practicadas de manera extraordinaria.

Demos también nosotros un buen ejemplo uniéndonos y no lanzando injustas y odiosas acusaciones hacia uno de nuestros miembros. Somos hijos de la Iglesia Católica, somos prójimos y algunos somos miembros de la FSSPX, lo cual nos obliga a dejar de lado opiniones personales y unirnos por el bien común, para poder enfrentar bajo la misma bandera el posible ataque que se nos viene encima. Pensemos en cómo quiere la Santísima Virgen que actuemos: divididos en discusiones sin sentido o unidos por el bien de la Santa Iglesia.



La carta de disculpas de Ms. Williamson al Vaticano (puede verse la versión original en su blog: http://dinoscopus.blogspot.com/2009/01/letter.html), está fechada el día 28 de enero y dirigida al Cardenal Darío Castrillón Hoyos (Presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y Prefecto de la Congregación para el Clero, el competente, pues, en este caso):


A su Eminencia, el Cardenal Castrillón Hoyos

Eminencia,

En medio de esta tremenda tormenta mediática levantada por mis imprudentes observaciones a la televisión sueca, le suplico que acepte, con el debido respeto, mis sinceras disculpas por haber causado a Usted y al Santo Padre molestias y problemas totalmente innecesarios.

Para mí, todo lo que importa es la Verdad Encarnada, y los intereses de Su única y verdadera Iglesia por medio de la cual solamente podemos salvar nuestra alma y dar gloria eterna, en nuestra pequeñez, a Dios Todopoderoso. De modo que sólo hago un comentario del profeta Jonás 1, 12:

“Tómenme y arrójenme al mar, y el mar se les calmará; porque yo sé que es a causa de mí que ha sobrevenido esta gran tempestad”.

Por favor, acepte y transmita al Santo Padre mi sincero agradecimiento personal por el documento del pasado miércoles que ha sido hecho público el sábado.

Muy humildemente ofreceré una Misa por ambos.

Sinceramente en Cristo,

+ Richard Williamson


Por cierto, al hacer pública la carta en su blog, Ms. Williamson la introduce con unas palabras que también dicen mucho y bueno de él:


Siguiendo los pasos de Nuestro Señor (Jn. XVIII, 23) y de San Pablo (Hechos, XXIII, 5), Monseñor Lefebvre le dio a su Fraternidad el ejemplo de mantenerse tan fiel a la Verdad Divina como para nunca abandonar el respeto a los hombres que tienen la Autoridad dada por Dios. En medio de toda la turbulencia mediática de la semana pasada, que seguramente apuntaba a atacar al Santo Padre antes que a un obispo relativamente insignificante, aquí está la carta que escribió el 28 de enero al Cardenal Castrillón Hoyos ese mismo obispo.


Siento mucho la situación por la que está pasando Ms. Williamson y pido a todos oraciones por él, pues es un gran obispo que está sirviendo de "chivo expiatorio" de otras cosas. Y no se lo merece.

sábado, 24 de enero de 2009

El Papa da un paso histórico: comunicado de la HSSPX

Este es el texto completo del comunicado que la Hermandad Sacerdotal San Pio X (HSSPX) ha hecho público tras hacerse oficial que Su Santidad Benedicto XVI ha Decretado la nulidad de las injustas (y canónicamente inválidas) excomuniones decretadas por su predecesor, Juan Pablo II en 1988:

"La excomunión de los Obispos consagrados por S.E. Mons.Marcel Lefebvre el 30 de junio de 1988, que había sido declarada por la Sagrada Congregación para los Obispos por un decreto del 1º de julio de 1988 y que nosotros siempre negamos ha sido retirada por otro decreto de la misma Congregación fechado el 21 de enero de 2009 por mandato del Papa Benedicto XVI.

Expresamos nuestra gratitud filial al Santo Padre por este acto, que más allá de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, representa un beneficio para toda la Iglesia. Nuestra Fraternidad desea poder ayudar siempre al Papa a remediar la crisis sin precedentes que sacude actualmente al mundo católico, y que el Papa Juan Pablo II había calificado como un acto de apostasía silenciosa.

Además de nuestro reconocimiento al Santo Padre, y a todos los que ayudaron a realizar este valeroso acto, nos congratulamos que el decreto del 21 de enero juzgue necesarias la realización de "reuniones" con la Santa Sede, las cuales permitirán a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X exponer las razones doctrinales de fondo que ella estima ser el origen de las dificultades actuales de la Iglesia.

En este nuevo ambiente, tenemos la firme esperanza de arribar pronto a un reconocimiento de los derechos de la Tradición Católica.

Menzingen, 24 de enero de 2009
+ Bernard Fellay"

lunes, 19 de enero de 2009

La placentera vida del parásito

Hacía tiempo que venía pensando en la posibilidad de hablar de un género de seres, los parásitos, que se dan en todas las especies (animales, vegetales, humana…) y cuyo conocimiento resulta imprescindible para saber uno a qué atenerse cuando se encuentra con uno –o varios- en su vida.

Para empezar, hay una serie de elementos comunes a todos los parásitos, siendo el principal el siguiente: viven a costa de otro ser. La garrapata, por poner un ejemplo, tiene que agarrarse a un animal al que poder chupar la sangre; el político parásito, por seguir poniendo ejemplos, necesita tener siempre alguien a quien poder criticar, especialmente si se trata de alguien que defiende su propio sistema o ideología. En este apartado de la política, el parasitismo reviste formas un tanto peculiares, es verdad, pero la esencia se mantiene: una persona o un grupo político parasitario necesita mostrarse como disidente de otra persona o grupo principal, y es precisamente a su sombra y en base a su labor meramente destructiva que el parásito puede avanzar y justificar su propia existencia.

El parásito es incapaz de vivir por sí mismo, y la referencia del ser principal resulta imprescindible para él. El parásito no quiere nunca el bien del cuerpo principal (aunque él diga lo contrario para justificarse), sino el suyo propio, ocupando incluso el papel de ese cuerpo principal si posible fuera, aunque por definición no puede ni podrá nunca. Por sí mismo no puede alimentarse, es incapaz de organizar su vida, de hacer planes, de seguir una estrategia vital –o política- propia, no es capaz de crecer captando de fuera, sino que se centra en asediar a quienes forman parte del grupo del que parasita –a ver si capta algo de ahí-, y como resulta ontológicamente imposible que llegue nunca más allá que el cuerpo principal del que vive, tiene necesariamente mal carácter, es agrio, antipático, expele odio por todo su cuerpo y es incapaz de seguir su propio camino. ¡Con lo fácil que es andar detrás de los demás, al rebufo del trabajo de otros!

El parásito necesita que su odio se centre en algo o alguien concreto, y por eso si es un parásito político, tendrá que acusar sin pruebas de todo lo imaginable al objeto de su odio-dependencia: ladrón (una acusación muy socorrida), escudero –o cosas peores- (si es leal, tiene sentido del honor y no traiciona a sus superiores), dictador (porque claro, el parásito siempre quiere que se le haga caso a él –suele creerse más inteligente de lo que en realidad es, como todos los mediocres-, aunque las decisiones se deban tomar de otra manera), incompetente (para él siempre el objeto de su odio responde a la aplicación del denominado “principio de Peter” –por el cual la selección natural en la sociedad beneficia a los peores-, aunque, por supuesto, a sí mismo nuca se aplica ese mismo principio), “lefebvrista” (si es católico, porque claro, si es ateo o agnóstico no pasa nada, incluso puede quedar simpático y tolerante, pero a poco coherente que uno pueda ser con su fe católica… ¡la que le puede caer!), etc. Podría seguir, pues la casuística da para mucho, pero como tampoco se trata de aburrir al personal, con estos pocos ejemplos basta.

Con la aparición de Internet ha aparecido una nueva especie de parásito: el “parásito-forero”. Este espécimen tiene todas las cualidades del parásito clásico, sólo que su actuación es más cómoda y dañina: puede operar sin delatar su identidad (¿hay algo más cómodo que un buen “nick”?), no necesita moverse de casa o de la oficina para tratar de chupar la sangre al cuerpo principal picoteando de uno a otro lugar, difundiendo falsos rumores o visiones distorsionadas de hechos que sólo parecen cobrar trascendencia gracias a sus particulares versiones, creyéndose con una autoridad que, aunque nadie sabe de dónde le viene, él se atribuye a sí mismo para pontificar “urbi et orbe”… Y lo malo es que, gracias a Internet, este tipo de parásito tiene últimamente un predicamento verdaderamente sorprendente.

Cuando uno pasa por la vida sin hacer demasiado ruido, es posible que se tope con pocos parásitos, pero cuando uno se implica en determinados proyectos (políticos, sindicales o de cualquier otro tipo), por desgracia no tarda en conocer a muchos de estos parásitos. Si uno no ocupa puestos de responsabilidad, el parásito no suele hacerle objeto de sus picotazos y puede limitarse a convivir con él o verle desde la acera de enfrente, pero lo malo es cuando se ocupa algún puesto de responsabilidad… En ese momento uno pasa a ser un objetivo apetecible para todo parásito que se precie. ¡Qué le vamos a hacer!

En la vida –y la política también forma parte de la vida- es imposible ignorar la presencia e importancia del parásito, y como por desgracia nunca deja de estar presente, tengamos siempre presente que la mejor medicina consiste en fortalecer el cuerpo principal, procurar su máxima salud, darle una buena orientación vital y extirpar, si es posible, al parásito con el mejor tratamiento posible: el del desprecio.

Recemos cada uno de nosotros a Dios por el alma de tanto parásito como anda suelto por este mundo, aunque no sin antes pedirle un poco de caridad para evitar caer en malas tentaciones respecto a los que puedan moverse en nuestros entornos más cercanos. Antes bien, obliguémonos a ser pacientes con ellos.

Total, aunque en apariencia su vida sea placentera, la realidad es que el parásito lleva en el pecado su propia penitencia…

domingo, 18 de enero de 2009

Ni Hamas, ni Israel: los dos practican el terrorismo

Dicen que Israel ha decidido retirarse nuevamente de la franja de Gaza, y quiero aprovechar para hacer una breve reflexión, sin intención de analizar a fondo el problema -su complejidad hace que no me atreva a despacharlo en unos pocos párrafos-, reflexión superficial si se quiere, pero que obedece a razones nada superficiales.

Lo primero que quiero rechazar es el ponerme de parte de ninguno de los contendientes. Lo siento, pero se me hace demasiado difícil tener que optar entre los bárbaros judíos que no tienen ningún problema en masacrar a unos palestinos que estaban antes que ellos en aquellas tierras (y a quienes expropiaron injustamente, gracias al apoyo internacional a los planes sionistas de la creación del estado de Israel), y me niego a ponerme de parte de unos fanáticos terrorisas musulmanes como son los de Hamas, que tienen exactamente los mismos escasos escrúpulos en lazar cohetes a poblaciones judías o en hacerse explotar en medio de un mercado (aunque estos atentados hayan casi desaparecido gracias al muro levantado por Israel, que es un muro segregacionista y nada humano, es verdad, pero no es menos cierto de que ha cumplido también su función: evitar los atentados suicidas palestinos).

Lo siento, pero ambos bandos me parecen unos bárbaros y me niego a optar por uno u otro.

Es verdad que hay detalles a tener en cuenta: la legitimidad inicial de la causa palestina (neutralizada luego por sus prácticas terroristas), las respuestas desproporcionadas de Israel (aunque es verdad que ante el fanatismo de quienes tiene en frente tampoco pueden jugar y debe mostrar firmeza para no perecer) y que no deparan en víctimas civiles (tampoco los terroristas de Hamas, quienes aprovechan para hacer victimismo, aunque ellos sean iguales), el peso creciente del factor religioso (no carecían de razones los falangistas libaneses -en su contexto, claro- para preferir aliarse con los judíos antes que con unos musulmanes radicales -en ese caso de Hizbulá- aún de menos fiar y relacionados con Irán, aunque luego los judíos les dejaran tirados...), el hecho de que los cristianos del lugar sean palestinos (respetados por la OLP, pero cuyo futuro en las zonas dominadas por los radicales de Hamás es más que dudoso), etc.

Son todos ellos -y otros que no he mencionado- datos a valaorar, desde luego, pero después de repasarlos sigo sintiéndome tan lejos de unos como de otros, y yo no veo solución a este loco rompecabezas. ¿Podría servir de solución el aceptar la existencia de dos estados y de una ciudad, Jerusalén, de jurisdicción internacional? No lo sé, sinceramente...

lunes, 12 de enero de 2009

Un nuevo sacerdote español para la Iglesia

El pasado día 20 de diciembre fue ordenado por el obispo Monseñor Richard Williamson (con presencia del obispo oriundo de Torrelavega -montañés y paisano mio, pues- Monseñor Alfonso Ruiz de Galarreta), en el seminario argentino de La Reja (HSSPX), entre otros un nuevo sacerdote español: Francisco Javier Jiménez.

Ayer, domingo 11 de enero, el Padre Francisco Javier ofreció su primera Misa en Madrid, y he de reconocer que hacía muchos años que no asistía a una ceremonia tan solemne y gratificante al mismo tiempo, con un templo (la capilla de Santiago Apóstol, que lo cierto es que se queda pequeña para un acontecimiento como este) repleto de fieles, y con una emoción que podía verse no sólo en los familiares del nuevo sacerdote, sino también en el resto de fieles y concelebrantes (el Padre Carlos Mestre penas podía contener su emoción durante el sermón que dirigió al nuevo sacerdote). También participaron en la ceremonia los Padres Juan María, Carlos y Ramiro (sacerdote español recientemente incorporado a la HSSPX procedente de "Lumen Dei").

Teniendo en cuenta los beneficios espirituales que la Iglesia concede a los fieles bendecidos por un sacerdote al final de su primera Misa, me considero afortunado de haber podido asistir a esa ceremonia tan especial (la última vez fue en el ya lejano año de 1999, con ocasión de la primera Misa del Padre Juan María de Montagut).

Sólo me queda rezar por este nuevo soldado de Cristo (y porque su hermano, ahora seminarista, también pueda ser ordenado pronto) y pedirle a todo el que lea esto que también lo haga, que los obreros son pocos y la mies es mucha... ¡Y más aún en estos tiempos de crisis en la Iglesia! Su primer destino, tal y como han dispuesto sus superiores, será Salta (en el norte de Argentina), pero bueno, esperemos que con los años acabe destinado en España.

No dispongo de fotografías del evento de ayer, pero sí he encontrado en internet algunas de la ceremonia de ordenación sacerdotal (vistas generales, imposición de manos, primeras bendiciones y vista de todos los ordenados, ordenante y concelebrantes).










domingo, 11 de enero de 2009

El paro se dispara... pero aquí no pasa nada


Las cifras cantan por sí solas, así que poco hay que añadir a lo que se dice en el blog del sindicato UNT:http://sindicatount.blogspot.com/2009/01/el-paro-se-dispara-en-diciembre-hasta.html

También UNT está tratando de promover, pese a la oposición de los "sindicatos" del Sistema, una contestación sindical a la pasividad del Gobierno: http://sindicatount.blogspot.com/2008/12/unt-se-movilizar-y-propondr-soluciones.html

Lo más triste de todo es que da la impresión de que a la mayor parte de la gente todo esto le importa un bledo, al menos mientras le sigan dando "pan y circo", televisión y fútbol.

Zapatero hoy, según todas las encuestas, volvería a ganar las elecciones, pues además tampoco existe en España una oposición digna de tal nombre.

Vivir para ver.

sábado, 10 de enero de 2009

El liberalismo... ¿no está condenado por la Iglesia?

Bueno pues sí, el liberalismo (sustento ideológico del capitalismo en lo económico, de la partitocracia en lo político, y de la herejía del modernismo en lo religioso) se supone que está condenado por la Iglesia Católica, especialmente y con mucha reiteración en el siglo XIX, aunque también en el XX, por lo que me dejó perplejo un correo electrónico que un amigo sacerdote me envió hace unas semanas y que reproduzco literalmente:

"Carta que Benedicto XVI ha enviado al filósofo y senador italiano Marcello Pera que presenta como introducción a su libro “Por qué tenemos que decirnos cristianos. El liberalismo, Europa, la ética” (”Perché dobbiamo dirci cristiani. Il liberalismo, l’Europa, l’etica”, Mondadori, Milano, 2008).

Querido senador Pera:

En estos días he podido leer su nuevo libro “Por qué tenemos que decirnos cristianos”. Para mí ha sido una lectura fascinante. Con un conocimiento estupendo de las fuentes y con una lógica contundente, usted analiza la esencia del liberalismo a partir de sus fundamentos, mostrando que en la esencia del liberalismo se encuentra el enraizamiento en la imagen cristiana de Dios: su relación con Dios, de quien el hombre es imagen y de quien hemos recibido el don de la libertad. Con una lógica irreprochable, usted muestra cómo el liberalismo pierde su base y se destruye a sí mismo si abandona este fundamento. También me ha impresionado su análisis de la libertad y el análisis de la multiculturalidad, en el que usted muestra la contradicción interna de este concepto y, por tanto, su imposibilidad política y cultural. Es de importancia fundamental su análisis sobre lo que pueden ser Europa y una Constitución europea en la que Europa no se transforme en una realidad cosmopolita, sino que encuentre, a partir de su fundamento cristiano-liberal, su propia identidad.

Es para mí particularmente significativo su análisis de los conceptos de diálogo interreligioso e intercultural. Usted explica con gran claridad que un diálogo interreligioso en el sentido estricto de la palabra no es posible, mientras que es particularmente urgente el diálogo intercultural, que profundiza en las consecuencias culturales de la decisión religiosa de fondo. Si bien sobre esta última un verdadero diálogo no es posible sin poner entre paréntesis la propia fe, es necesario afrontar en el debate público las consecuencias culturales de las decisiones religiosas de fondo.

En esto, el diálogo, una mutua corrección y un enriquecimiento mutuo son posibles y necesarios. Por lo que se refiere a la contribución sobre el significado de todo esto para la crisis contemporánea de la ética, considero importante lo que usted dice sobre la parábola de la ética liberal. Usted muestra que el liberalismo, sin dejar de ser liberalismo, más bien, para ser fiel a sí mismo, puede referirse a una doctrina del bien, en particular a la cristiana, que le es familiar, ofreciendo así verdaderamente una contribución para superar la crisis.

Con su sobria racionalidad, su amplia información filosófica y la fuerza de su argumentación, el presente libro es, desde mi punto de vista, de importancia fundamental en este momento de Europa y del mundo. Espero que reciba una gran acogida y que ayude a dar al debate político, más allá de los problemas urgentes, esa profundidad sin la cual no podemos superar el desafío de nuestro momento histórico.

Agradecido por su obra, le deseo de corazón la bendición de Dios.

Suyo,

Benedicto XVI

Castel Gandolfo, 4 de septiembre 2008"

Pues bien, el contenido de esta carta sólo podía tener el aplauso fervoroso de los liberales, y así la revista "Época" no dudaba la pasada semana en publicar un artículo sobre este texto del Santo Padre titulado "El liberalismo ya no es pecado" (en referencia al libro católico clásico sobre la materia, "El liberalismo es pecado", del sacerdote español -catalán- Félix Sardá y Salvany).

Lo primero que quiero decir al respecto de la carta del Papa, es que Su Santidad puede opinar a título particular lo que quiera -aunque no debiera defender ideas ya condenadas por la Iglesia-, pero la cuestión del liberalismo (como la del comunismo, la de la "democracia cristiana" y otras muchas) ya ha sido definida "ex cathedra", por lo que su errónea opinión personal en esta materia no altera en absoluto la condena del liberalismo por papas tales como Gregorio XVI (encíclica "Mirari vos", 1832), Pío IX (encíclica "Quanta Cura", 1864, y el "Syllabus" que la acompañaba como documento condenatorio), León XIII (encíclicas "Immortali Dei", 1885, y "Libertas", 1888); San Pío X (encíclica "Pascendi", 1907), Pío XI, y Pío XII, que condenaron siempre a los liberales como los peores enemigos de la Iglesia por su forma dañina de actuar, sibilina y desde dentro de la propia Iglesia (no como el comunismo, enemigo claramente identificable y, por ello, más fácil de combatir).

Evidentemente, una vez triunfan en el Concilio Vaticano II las tesis liberales y modernistas ya condenadas, se crea una situación insostenible que, paradójica y desgraciadamente, perdura hasta nuestros días: la convivencia de las tesis condenadas con las condenatorias en una misma Iglesia, lo que hace que la solidez doctrinal de antaño lleve 50 años resquebrajada, y hasta el Santo Padre pueda llegar a decir (nunca "ex cathedra", pues no puede contradecir a sus predecesores hasta esos extremos) que el liberalismo tiene que ser cristiano o que hay que defender un " sano laicismo positivo"...

Resulta curioso -aunque no es nuevo- que un Papa como Benedicto XVI, con una sólida formación intelectual y que está demostrando cierta preocupación por recuperar la liturgia tradicional de la Iglesia, en materia doctrinal sostenga este tipo de cosas.

Me temo que a los católicos aún nos queda mucho que rezar y que resistir hasta que la crisis que asola la Iglesia pase y se recuperen la coherencia y la ortodoxia doctrinal perdidas en el último medio siglo.
"Oremus pro Pontifice nostro Benedicto XVI. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum ejus."

Tradición y Revolución (a modo de declaración de intenciones)

He querido que el primer texto de este blog sea como una verdadera declaración de intenciones, y por ello creo que este texto (con las limitaciones y añadidos impuestos por el hecho de ser el prólogo a un libro -no he querido quitar nada del original-), obra de José Antonio Primo de Rivera, las refleja perfectamente: hay que unir Tradición y Revolución si se quieren conservar los valores, la Fe y la Patria de nuestros mayores y, al mismo tiempo, buscar una verdadera Justicia Social.

En los ambientes falangistas se comete con demasiada frecuencia el error de identificar tradicionalismo con carlismo. El carlismo es tradicionalista, por supuesto, pero ni todo el tradicionalismo es carlismo, ni mucho menos hay que ser carlista para ser plenamente tradicionalista. ¿Alguien puede dudar del tradicionalismo de un Marcelino Menéndez Pelayo, nada carlista por cierto? Y los ejemplos que podrían ponerse son muchos más, por supuesto.

Ni qué decir tiene, en el terreno del tradicionalismo también ha sido muy común el error (especialemente extendido entre los carlistas) de identificar revolución con liberalismo y con marxismo. El matiz en este caso sería el mismo: liberalismo y marxismo son revolucionarios (rompen con el sistema de valores y creencias tradicional, así como con el sistema económico de cada época), pero se puede ser perfectamente revolucionario en lo económico o material siendo, al mismo tiempo, tradicionalista en todo lo demás (lo espiritual). Y eso, que es lo que representa la Falange, jamás fue entendido así por la mayoría de los carlistas (incluidos intelectuales de la talla de Rafael Gambra Ciudad -¡cuantas generaciones de españoles aprendieron las bases de la filosofía en sus magníficos libros de texto!-, quien en su interesante libro "Tradición o mimetismo" se empeña en identificar la Falange con el pensamiento moderno antitradicional y revolucionario, en el sentido más negativo del término).

Eso sí, urge aclarar que el reconocimiento de esa mutua incomprensión arriba no supone de ninguna manera una defensa de la unificación entre la Falange y el carlismo, ya que se trata de dos ideologías diferentes no tanto en muchos de sus principios como, sobre todo, en sus planteamientos políticos y económicos concretos (republicanos/monárquicos, sindicalismo/gremialismo, descentralización administrativa/foralismo, concepción orgánica del Estado al servicio de la nación/concepción del Estado más como un instrumento al servicio de la monarquía en cuanto cabeza de "las españas", confesionalidad católica con separación de funciones entre Iglesia y Estado y con tolerancia religiosa/confesionalidad más cercana a la teocracia con mezcla de funciones, etc.).

No, tal unificación no puedo defenderla de ninguna manera, y menos aún porque esa síntesis posible -y necesaria- ya existía: eso precisamente era lo que representaba -y representa- Falange Española de las JONS.

Yo me he sentido siempre profundamente identificado con este texto porque, siendo como soy un firme partidario del sindicalismo revolucionario, al mismo tiempo soy muy tradicionalista en lo que a valores y religión se refiere (lo cual, por otra parte, no me hace menos pecador que a los demás, por supuesto, aunque sí seguramente más consciente de ello...).

Pero bueno, ya he dicho bastante por esta vez, así que nada mejor que dejar que lo explique el propio José Antonio:


LA TRADICIÓN Y LA REVOLUCIÓN

Que asistimos al final de una época es cosa que ya casi nadie, como no sea por miras interesadas, se atreve a negar. Ha sido una época, esta que ahora agoniza, corta y brillante; su nacimiento se puede señalar en la tercera década de] siglo XVIII; su motor interno acaso se expresa con una palabra: el optimismo. El siglo XIX –desarrollado bajo las sombras tutelares de Smith y Rousseau– creyó, en efecto, que dejando las cosas a sí mismas producirían los resultados mejores, en lo económico y en lo político. Se esperaba que el libre cambio, la entrega de la economía a su espontaneidad, determinaría un bienestar indefinidamente creciente. Y se suponía que el liberalismo político, esto es, la derogación de toda norma que no fuere aceptada por el libre consenso de los más, acarrearía insospechadas venturas. Al principio los hechos parecieron dar la razón a tales vaticinios: el siglo XIX conoció uno de los periodos más enérgicos, alegres e interesantes de la Historia; pero esos periodos han sido conocidos, en esfera más reducida, por todos los que se han resuelto a derrochar una gran fortuna heredada. Para que el siglo XIX pudiera darse el gusto de echar los pies por alto fue preciso que siglos y siglos anteriores almacenasen reservas ingentes de disciplina, de abnegación y de orden. Acaso lo que se estime como gloria del siglo XIX sea, por el contrario, la póstuma exaltación de aquellos siglos que menos se parecieron al XIX, y sin los cuales el XIX no se hubiera podido dar el lujo de existir.

Lo cierto es que el brillo magnífico del liberalismo político y económico duró poco tiempo. En lo político, aquella irreverencia a toda norma fija, aquella proclamación de la libertad de crítica sin linderos, vino a parar en que, al cabo de unos años, el mundo no creía en nada; ni siquiera en el propio liberalismo que le había enseñado a no creer. Y en lo económico, el soñado progreso indefinido volvió un día, inesperadamente, la cabeza y mostró un rostro crispado por los horrores de la proletarización de las masas, del cierre de las fábricas, de las cosechas tiradas al mar, del paro forzoso, del hambre.

Así, al siglo XX, sobre todo a partir de la guerra, se le llenó el alma del amargo estupor de los desengaños. Los ídolos, otra vez escayola en las hornacinas, no le inspiraban fe ni respeto. Y, por otra parte, ¡es tan difícil, cuando ya se ha perdido la ingenuidad, volver a creer en Dios!

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He aquí la tarea de nuestro tiempo: devolver a los hombres los sabores antiguos de la norma y del pan. Hacerles ver que la norma es mejor que el desenfreno; que hasta para desenfrenarse alguna vez hay que estar seguro de que es posible la vuelta a un asidero fijo. Y, por otra parte, en lo económico, volver a poner al hombre los pies sobre la Tierra, ligarle de una manera más profunda a sus cosas: al hogar en que vive y a la obra diaria de sus manos. ¿Se concibe forma más feroz de existencia que la del proletario que acaso vive durante cuatro lustros fabricando el mismo tornillo en la misma nave inmensa, sin ver jamás completo el artificio de que aquel tornillo va a formar parte y sin estar ligado a la fábrica más que por la inhumana frialdad de la nómina?

Todas las juventudes conscientes de su responsabilidad se afanan en reajustar el mundo. Se afanan por el camino de la acción y, lo que importa más, por el camino del pensamiento, sin cuya constante vigilancia la acción es pura barbarie. Mal podríamos sustraernos a esa universal preocupación nosotros, los hombres españoles, cuya juventud vino a abrirse en las perplejidades de la trasguerra. Nuestra España se hallaba, por una parte, como a salvo de la crisis universal; por otra parte, como acongojada por una crisis propia, como ausente de sí misma por razones típicas de desarraigo que no eran las comunes al mundo. En la coyuntura, unos esperaban hallar el remedio echándolo todo a rodar (esto de querer echarlo todo a rodar, salga lo que salga, es una actitud característica de las épocas degeneradas; echarlo todo a rodar es más fácil que recoger los cabos sueltos, anudarlos, separar lo aprovechable de lo caduco... ¿No será la pereza la musa de muchas revoluciones?). Otros, con un candor risible, aconsejaban, a guisa de remedio, la vuelta pura y simple a las antiguas tradiciones, como si la tradición fuera un estado y no un proceso, y como si a los pueblos les fuera más fácil que a los hombres el milagro de andar hacia atrás y volver a la infancia.

Entre una y otra de esas actitudes se nos ocurrió a algunos pensar si no sería posible lograr una síntesis de las dos cosas: de la revolución –no como pretexto para echarlo todo a rodar, sino como ocasión quirúrgica para volver a trazar todo con un pulso firme al servicio de una norma– y de la tradición –no como remedio, sino como sustancia; no con ánimo de copia de lo que hicieron los grandes antiguos, sino con ánimo de adivinación de lo que harían en nuestras circunstancias–. Fruto de esta inquietud de unos cuantos nació la Falange. Dudo que ningún movimiento político haya venido al mundo con un proceso interno de más austeridad, con una elaboración más severa y con más auténtico sacrificio por parte de sus fundadores, para los cuales –¿quién va a saberlo como yo?– pocas cosas resultan más amargas que tener que gritar en público y sufrir el rubor de las exhibiciones.

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Pero como por el mundo circulaban tales y cuales modelos, y como uno de los rasgos característicos del español es su perfecto desinterés por entender al prójimo, nada pudo parecerse menos al sentido dramático de la Falange que las interpretaciones florecidas a su alrededor en mentes de amigos y enemigos. Desde los que, sin más ambages, nos suponían una organización encaminada a repartir estacazos, hasta los que, con más empaque intelectual, nos estimaban partidarios de la absorción del individuo por el Estado; desde los que nos odiaban como a representantes de la más negra reacción, hasta los que suponían querernos muchísimo para ver en nosotros una futura salvaguardia de sus digestiones, ¡cuánta estupidez no habrá tenido uno que leer y oír acerca de nuestro movimiento! En vano hemos recorrido España desgañitándonos en discursos; en vano hemos editado periódicos; el español, firme en sus primeras conclusiones infalibles, nos negaba, aun a título de limosna, lo que hubiéramos estimado más: un poco de atención.

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Cierta mañana se me presentó en casa un hombre a quien no conocía: era Pérez de Cabo, el autor de las páginas que siguen a este prólogo. Sin más ni más me reveló que había escrito un libro sobre la Falange. Resultaba tan insólito el hecho de que alguien se aplicara a contemplar el fenómeno de la Falange hasta el punto de dedicarle un libro, que le pedí prestadas unas cuartillas y me las leí de un tirón, robando minutos a mi ajetreo. Las cuartillas estaban llenas de brío y no escasas de errores. Pérez de Cabo, en parte, quizá por la poca difusión de nuestros textos; en otra parte, quizá –no en vano es español–, porque estuviera seguro de haber acertado sin necesidad de texto alguno, veía a la Falange con bastante deformidad. Pero aquellas páginas estaban escritas con buen pulso. Su autor era capaz de hacer cosas mejores. Y en esta creencia tuve con él tan largos coloquios, que en las dos refundiciones a que sometió su libro lo transformó por entero. Pérez de Cabo, contra lo que hubiera podido hacer sospechar una impresión primera, tiene una virtud rara entre nosotros: la de saber escuchar y leer. Con las lecturas que le suministré y con los diálogos que sostuvimos, hay páginas de la obra que sigue que yo suscribiría con sus comas. Otras, en cambio, adolecen de alguna imprecisión, y la obra entera tiene lagunas doctrinales que hubiera llenado una redacción menos impaciente. Pero el autor se sentía aguijoneado por dar su libro a la estampa, y ni yo me sentía con autoridad para reprimir su vehemencia, ni, en el fondo, renunciaba al gusto de ver tratada a la Falange como objeto de consideración intelectual, en apretadas páginas de letra de molde. El propio Pérez de Cabo hará nuevas salidas con mejores pertrechos; pero los que llevamos dos años en este afán agridulce de la Falange le agradecemos de por vida que se haya acercado a nosotros trayendo, como los niños un pan, un libro bajo el brazo.

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

(Prólogo al libro "¡Arriba España!" de Juan Bautista Pérez de Cabo. Agosto de 1935)